[Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Anagrama, trad.: Luis A. Bredlow, 2018, págs. 137]
En el
mundo realmente invertido,
lo verdadero es un momento de lo falso.
La
teoría revolucionaria es ahora enemiga de toda ideología revolucionaria, y sabe
que lo es.
-G. Debord, La sociedad del espectáculo, Pre-Textos, pp. 40 y 116-
Acaba mayo pero no acaban las
ambiguas celebraciones del mayo francés. Esas algaradas callejeras, bautizadas
por la historia como “Mayo del 68”, supusieron un antes y un después en la
forma de pensar la política. Si hubo una figura oculta, como en una película de
Rivette, un personaje que ejercía como maestro esotérico del acontecimiento, cuya
trascendencia solo pudo medirse con el paso del tiempo, fue el gran Guy Debord:
uno de los pensadores políticos fundamentales de la segunda mitad del siglo XX
y uno de los más vigentes en la actualidad. Y gran cineasta a la contra, por si fuera poca provocación la de pensar en un contexto tan hostil al pensamiento, Debord era también el cerebro creativo de la manipulación crítica de imágenes de archivo. Es difícil hablar de Debord sin
traicionarlo y, al mismo tiempo, es imposible no tomarlo en consideración al explicar
la historia del mundo de los últimos cincuenta años.
Sus brillantes reflexiones comenzaron mucho
antes de aquella primavera rebelde, cuando comprendió que la “Internacional
Situacionista” que había fundado necesitaba un tratado político donde además de
poner en limpio las ideas del grupo se pudiera diseñar un plan de acción, una
estrategia radical que asegurara no tanto la derrota del sistema capitalista
como la supervivencia de sus enemigos ideológicos. En ese contexto confuso
aparece “La sociedad del espectáculo”: un opúsculo abstruso en que se anuncia un
nuevo ideario revolucionario hecho a partes iguales de marxismo heterodoxo y
espíritu libertario. En este sentencioso ensayo, Debord atacaba sin compasión
el capitalismo americano así como la burocracia del totalitarismo soviético y
sus franquicias tercermundistas.
La intransigencia de Debord, como demostró suicidándose
en 1994, no pudo tolerar la deriva mundana de sus ideas y, tras la debacle izquierdista
de los años setenta, dio un paso atrás para recapacitar y someter su
pensamiento a una drástica revisión. No se trataba de abjurar de los planteamientos
anteriores sino de denunciar el modo en que la lógica del espectáculo se había
adueñado, mediante estratagemas maquiavélicas, no solo de las riendas del poder
sino de los discursos y acciones de sus adversarios. Cuando todo participa del
pensamiento espectacular y hasta el logo publicitario “sociedad del
espectáculo” perece de éxito mediático, es hora de cambiar de actitud y de
estrategia.
Debord publica entonces estos “Comentarios” que
son una confirmación tajante de lo que pensaba en 1967 y una crítica aún más demoledora
al mundo de finales de los ochenta. El Muro de Berlín aún no había caído, pero
ya se tambaleaba, el capitalismo aspiraba a una dimensión planetaria y Debord advertía
de la instalación, bajo la fachada democrática, de un insidioso régimen
político al que llamaba “lo espectacular integrado”. Este nuevo régimen suponía
“el dominio autocrático de la economía mercantil”. Y se caracterizaba por estos
rasgos esenciales: la renovación tecnológica incesante; la fusión del Estado y
la economía, con el protagonismo despótico del mercado como corolario social;
el secreto generalizado y el funcionamiento mafioso de los agentes económicos y
estatales; la falsedad como discurso y como representación; la imagen como mercancía predominante; el
presente perpetuo, la falsa conciencia del tiempo y la amnesia histórica. En
suma, la servidumbre voluntaria a los imperativos comerciales del sistema.
Releyendo este libro contundente a la luz de lo
que llevamos del siglo XXI, solo cabe subrayar la agudeza y lucidez de sus
análisis críticos, fundados en una radicalización del desengaño barroco ante las
ilusorias apariencias del mundo (“lo que aparece es bueno, lo bueno es lo que
aparece”). Debord aprendió esta ingeniosa técnica de observación de la realidad
de Baltasar Gracián, su maestro intelectual y estilístico, no solo del Arte y Agudeza de ingenio sino también
del Criticón, gran mirada lúcida sobre
la realidad decadente de la sociedad barroca y del mundo en general, sus
mecanismos, maquinaciones y simulacros al servicio del poder.
El discurso intransigente de Debord podrá ser
minoritario, por su falta de ingenuidad política, pero resulta muy tonificante
para el espíritu. Revitaliza el disenso y la disidencia en estos tiempos de
conformismo generalizado, pero no permite vislumbrar ninguna transformación
revolucionaria de la realidad. Como las (meta)ficciones de Don
DeLillo o los textos patafísicos de
Baudrillard, el pensamiento intempestivo de Debord, entendido sin dogmatismo ni
ceguera, representa una contribución decisiva a la inteligencia del mundo
contemporáneo.
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