lunes, 21 de mayo de 2018

EXTRAÑA LITERATURA


[Jeff VanderMeer, Borne, Colmena Ediciones, trad.: Jaime Valera Martínez, 2017, págs. 404]

Cada vez con mayor frecuencia nos vemos obligados a creer en los autores de ciencia ficción.

-Stanislaw Lem, Vacío perfecto-


Ya es hora de que la literatura abandone los viejos motivos y comience a abordar las cuestiones que de verdad importan de cara al futuro. La historia ha sido peinada y repeinada en todas direcciones y apenas si guarda algún misterio trascendental que nos interese averiguar. La psicología del alma humana nos resulta tan conocida que apenas si un novelista podría sorprendernos hoy escribiendo sobre su engañosa profundidad. Por ello, la ficción extraña tiene la virtud de someter a revisión creativa los símbolos de la cultura pasándolos por el tamiz de la ciencia y el filtro de la imaginación y la fantasía.
En la trilogía “Southern Reach”, VanderMeer mostraba una zona catastrófica del mundo que había sido restituida a la pureza inhumana de los procesos naturales por una intervención alienígena y explotada por una agencia capitalista llamada, con ironía trágica, Aniquilación. Llevando hasta las últimas consecuencias lo que esa asociación perversa entre capitalismo y destrucción significa para la vida planetaria, en la trama de “Borne” una misteriosa corporación (la Compañía) ha devastado la ciudad donde se instaló, exhibiendo la actitud arrogante del doctor Frankenstein, para realizar experimentos dañinos con animales modificados por la tecnología. Entre las múltiples criaturas generadas por la Compañía se encuentra un oso volador gigantesco llamado Mord: una mole de pelos, colmillos y garras que controla el territorio con su poder sanguinario y es reverenciado como un dios por las inefables criaturas que pisan el suelo desertizado de la ciudad. Para añadir más violencia al ecosistema, en las ruinas urbanas impera una reina monstruosa llamada la Maga, que aspira a poseer los poderes secretos de la Compañía y se rodea de un peligroso ejército de niños mutantes para imponer su dominio.
En ese mundo postapocalíptico sobrevive Rachel, la joven narradora, rastreando los escombros y recolectando residuos, en compañía de su amante Wick, un ex ingeniero de la Compañía que también sobrevive a su aciaga desaparición recombinando especies en un laboratorio inmundo. Hasta que un día aparece en sus vidas un ser insólito, híbrido de anémona de mar y calamar, al que llaman Borne. Esta criatura proteica, con sus inquietantes mimetismos y transformaciones, es un personaje de fascinante evolución. Al final del relato acaba convertido en un monstruo devorador y asesino que, sin embargo, logra frenar al desaprensivo Mord y devolver un atisbo de esperanza a un mundo desolado.
Como Aniquilación, esta inventiva novela de VanderMeer se ubica bajo el signo estético de la metamorfosis, de sensibilidad ovidiana y kafkiana al mismo tiempo. De ese modo, “Borne” se entiende como una exploración hasta los límites de lo insospechado de las mutaciones radicales de la vida tanto como una descripción de la pesadilla tecnológica y económica que determina tales alteraciones de la realidad, originando una realidad alternativa, una realidad donde la biología se funde con la tecnología para producir espantosas formas de vida artificial. El mayor acierto de la esmerada prosa de VanderMeer reside, precisamente, en conferir consistencia lingüística a esa fauna innombrable y transmitir vivacidad a las imágenes fantásticas de ese mundo distópico.
Moviéndose entre la ciencia-ficción, la mitología y el videojuego, según ciertos críticos, o entre el reino de la fantasía, la fábula y el cuento de hadas, según otros, lo cierto es que el mundo caótico donde transcurre “Borne” es de una asombrosa originalidad, pese a las abundantes referencias literarias con que VanderMeer construye su intrigante artefacto novelesco. Como muestra “Borne”, la ficción extraña pretende situar a la literatura a la altura de los miedos y especulaciones que el siglo XXI plantea ya a sus lectores.

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