[Jeff VanderMeer, Borne, Colmena Ediciones, trad.: Jaime
Valera Martínez, 2017, págs. 404]
Cada vez con mayor
frecuencia nos vemos obligados a creer en los autores de ciencia ficción.
-Stanislaw Lem, Vacío
perfecto-
Ya es hora de que la literatura abandone los
viejos motivos y comience a abordar las cuestiones que de verdad importan de
cara al futuro. La historia ha sido peinada y repeinada en todas direcciones y
apenas si guarda algún misterio trascendental que nos interese averiguar. La
psicología del alma humana nos resulta tan conocida que apenas si un novelista
podría sorprendernos hoy escribiendo sobre su engañosa profundidad. Por ello,
la ficción extraña tiene la virtud de someter a revisión creativa los símbolos de
la cultura pasándolos por el tamiz de la ciencia y el filtro de la imaginación
y la fantasía.
En la trilogía “Southern Reach”, VanderMeer mostraba
una zona catastrófica del mundo que había sido restituida a la pureza inhumana
de los procesos naturales por una intervención alienígena y explotada por una agencia
capitalista llamada, con ironía trágica, Aniquilación. Llevando hasta las
últimas consecuencias lo que esa asociación perversa entre capitalismo y
destrucción significa para la vida planetaria, en la trama de “Borne” una
misteriosa corporación (la Compañía) ha devastado la ciudad donde se instaló, exhibiendo
la actitud arrogante del doctor Frankenstein, para realizar experimentos dañinos
con animales modificados por la tecnología. Entre las múltiples criaturas
generadas por la Compañía se encuentra un oso volador gigantesco llamado Mord:
una mole de pelos, colmillos y garras que controla el territorio con su poder sanguinario
y es reverenciado como un dios por las inefables criaturas que pisan el suelo desertizado
de la ciudad. Para añadir más violencia al ecosistema, en las ruinas urbanas
impera una reina monstruosa llamada la Maga, que aspira a poseer los poderes secretos de
la Compañía y se rodea de un peligroso ejército de niños mutantes para imponer
su dominio.
En ese mundo postapocalíptico sobrevive Rachel, la joven narradora, rastreando los escombros y recolectando residuos, en
compañía de su amante Wick, un ex ingeniero de la Compañía que también
sobrevive a su aciaga desaparición recombinando especies en un laboratorio inmundo.
Hasta que un día aparece en sus vidas un ser insólito, híbrido de anémona de
mar y calamar, al que llaman Borne. Esta criatura proteica, con sus
inquietantes mimetismos y transformaciones, es un personaje de fascinante evolución.
Al final del relato acaba convertido en un monstruo devorador y asesino que,
sin embargo, logra frenar al desaprensivo Mord y devolver un atisbo de
esperanza a un mundo desolado.
Como Aniquilación, esta inventiva novela de
VanderMeer se ubica bajo el signo estético de la metamorfosis, de sensibilidad ovidiana
y kafkiana al mismo tiempo. De ese modo, “Borne” se entiende como una exploración
hasta los límites de lo insospechado de las mutaciones radicales de la vida
tanto como una descripción de la pesadilla tecnológica y económica que determina
tales alteraciones de la realidad, originando una realidad alternativa, una
realidad donde la biología se funde con la tecnología para producir espantosas formas
de vida artificial. El mayor acierto de la esmerada prosa de VanderMeer reside,
precisamente, en conferir consistencia lingüística a esa fauna innombrable y transmitir
vivacidad a las imágenes fantásticas de ese mundo distópico.
Moviéndose entre la ciencia-ficción, la mitología
y el videojuego, según ciertos críticos, o entre el reino de la fantasía, la
fábula y el cuento de hadas, según otros, lo cierto es que el mundo caótico donde
transcurre “Borne” es de una asombrosa originalidad, pese a las abundantes referencias
literarias con que VanderMeer construye su intrigante artefacto novelesco. Como
muestra “Borne”, la ficción extraña pretende situar a la literatura a la altura
de los miedos y especulaciones que el siglo XXI plantea ya a sus lectores.
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