[Publicado en medios de
Vocento el martes 27 de febrero de 2018]
Censuran el arte
porque no pueden censurar la realidad, escucho en una tertulia televisiva.
Cuando estalla el escándalo en Arco, saltan las alarmas y las opiniones inquietas.
España no es una democracia madura. Están en peligro los derechos
fundamentales. La libertad de expresión es demasiado seria para dejarla en
manos de periodistas sin escrúpulos. El latoso tema catalán debilita la fibra
moral del país. Y ahora, para colmo, este artista pejiguera metiendo el dedo en
la llaga de los presos políticos en la España de Rajoy. Y todo en la misma
semana en que Marta Sánchez nos da la alegría de encontrarle letra sin sangre al
himno nacional. El dios y la patria de Marta Sánchez no se merecen esta ofensa.
Algo así de complejo debió pensar el presidente de Ifema antes de negociar con
la galerista el desguace de la pieza de resistencia de Santiago Sierra. Por qué
llamarlo censura, sugería la disculpa forzosa, cuando era solo un ejercicio de pragmatismo
al servicio de nobles causas.
Fue un error estratégico.
Nadie responsable entendió que el arte contemporáneo más inteligente no realiza
sus fines publicitarios sin colaboración externa. Si además se reviste de
ironía institucional, la obra no está acabada hasta que un representante del poder
tome la decisión fatal que el artista previó para rematar la faena. Más allá
del mensaje directo, la instalación fotográfica de Sierra requería, para
generar denuncia, la torpe intervención del directivo que ordenó su retirada
fulminante del “muro de la vergüenza”. Una parte importante de su sentido
consistía, precisamente, en jugar con la polisemia de las categorías políticas
y desnudar la banalidad de los discursos partidistas. Al venderse después a un millonario
mediático catalanista, la serie de imágenes pixeladas simplificó su polémico
discurso, transformándolo en mercancía de propaganda.
La libertad de
expresión supone siempre expresión de libertad. Y, como cualquier otra libertad,
exige ponerse a prueba, cuestionar sus límites o su eficacia real. Nunca es
gratuita. Expresarse en libertad entraña riesgos. No es un acto impune. Una
sociedad democrática vigila todo lo que sucede en su interior con celo
absoluto. El principal enemigo del arte no es la censura sino la indiferencia. Un
creador serio reconoce que su obligación es transgredir, con sus audacias y
provocaciones, las limitaciones y controles que la cultura de su tiempo impone
a la libertad de expresión. Pero no hay arte sin neuronas, como decía el gran Forges.
La agresión y la violencia no representan signos de libertad expresiva.
Mientras las graciosas viñetas del dibujante fallecido nunca apelaron a la
censura sino a la inteligencia crítica del receptor, las letras infames del
rapero condenado son un insulto a la inteligencia y una invitación al silencio
de la ley. La libertad de expresión desprovista de inteligencia degenera en
barbarie o en cursilería. Fin del discurso.
5 comentarios:
Creo que es usted un bendito, un alma de Dios, ocupándose en "La Vuelta al Mundo" de una gilipollez de tal calibre. En fin...
Gilipollez se lo parecerá a usted, así que no insulte, amigo Gracq, llamándome hijo de Yahvé, que las veo todas venir, yo más bien me siento, como Crowley, mal hijo de Satanás, que lo sepa!...
Evidentemente me lo parece a mí. Mis disculpas en la medida en que esa opinión haya podido molestarlo. Un abrazo.
Un matiz. Critico la obra no tanto por lo que representa, que cada persona puede tener su opinión al respecto, sino por la calidad intrínseca que merece a mi juicio desde el punto de vista estético. En serio, por mucho que usted se empeñe, ni sus novelas ni las de su admirado R. Coover, son lo mismo que unas proclamas antisistema pintadas encima de una tapia.
Y... como siempre... mis respetos, caballero.
Qué bien dicho,Ferré
Amigo Gracq, usted siempre es bienvenido y no me sentí insultado, al contrario, logró espolearme, forzar mi proclamación como mal hijo de Satanás, que es lo que quería, mil gracias por extraer de mí lo peor, quiero decir, lo mejor...
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