[Varios autores, Leyenda de Paradjanov, Alberto Ruiz de
Samaniego (coord.), Shangrila Textos, 2017, págs. 348]
Hubo un tiempo en que Málaga tenía un gran
festival cosmopolita al servicio del cine mundial menos complaciente. Desde
finales de los sesenta hasta finales de los ochenta, con algún período de
interrupción, muchos cinéfilos nacionales e internacionales acudían al Festival
de Cine de Autor a ver lo más nuevo, rompedor, anómalo o experimental que el
cine de aquella época escasamente convencional producía. Allí, los
privilegiados asistentes, entre muchos otros grandes cineastas y películas,
tuvimos ocasión de descubrir el cine de Paradjanov.
Tras los años de hierro en que la persecución
soviética lo apartó del cine y lo encerró en una jaula insufrible, falsamente acusado
de violación homosexual, por atreverse a filmar una maravillosa película titulada
“Sayat Nova”, en los ochenta Paradjanov reemprendió su creación cinematográfica
filmando una de las películas más bellas y originales de aquella década, “La
leyenda de la fortaleza de Suram”. Los escasos espectadores que tuvimos la
fortuna de asistir al único pase en pantalla grande donde se proyectó, en la
edición de 1987, aún recordamos el impacto de sus asombrosas imágenes en la
retina y más atrás, en el inconsciente imaginario. Y en la edición de 1989, la
última del festival, condenado por las típicas inepcias, ignorancias e intereses
espurios de los politicastros culturales, se estrenó, curiosa coincidencia,
la que sería la última película de Paradjanov, la prodigiosa “Ashik Kerib”.
El
plano final de esta película era una alegoría espiritual de toda su obra: una
cámara de cine sobre la que viene a posarse una paloma blanca. Quizá el
espíritu santo de la heterodoxia que insuflaba el hálito creativo de Paradjanov
en cualquiera de sus facetas artísticas. Una alegoría de la creación y una
despedida esperanzada. “Ashik Kerib” está dedicada a su hermano Tarkovski:
ambos cineastas son los grandes fundadores del cine moderno ruso, que supo sobrevivir
al hielo comunista y al deshielo capitalista y hace de esta cinematografía una
de las más importantes de la historia y una de las más creativas de las últimas décadas, como demuestran, a pesar de la opresión de Putin y sus secuaces, grandes
cineastas actuales como Sokurov o Zvyagintsev.
En este sentido, este espléndido libro, repleto
de imágenes e ideas, no es una monografía común ni un catálogo al uso sino una
ventana a un mundo exuberante. Una ventana al mundo mental de un cineasta único,
como lo fueron, cada uno a su manera, Fellini, Buñuel, Carmelo Bene, Werner Schroeter, Syberberg, Raúl Ruiz o Pasolini, que era también un artista poliédrico
y un ser humano atormentado por las contradicciones de su psique y la
persecución autoritaria de los comisarios políticos que solo veían en él un
residuo reaccionario: una personalidad maldita que ponía en cuestión, con su
vida y con su arte, los rigores burocráticos de una idea represiva del
socialismo. Paradjanov creía en la salvación del mundo por las imágenes ya que
su tiempo no le ofrecía la posibilidad de volver a creer en ninguna utopía. Y
esto muchos críticos e intérpretes tardaron en aceptarlo.
Todos los colaboradores de este formidable tributo
a Paradjanov coinciden en un punto. El arte del collage es el que mejor define su estética singular y su genio
creativo. Sus obras artísticas y sus grandes películas participan de ese mismo montaje
metafórico de objetos incongruentes, figuras humanas, vegetales y animales, vibrantes
pedazos de realidad, lujosos oropeles, colores decorativos, joyas o retales caseros.
La técnica del collage también sirve
a Paradjanov para resolver el dilema de sus orígenes, la multiplicidad de sus
arraigos y la transversalidad nacional de sus fuentes de inspiración cultural.
El cine excéntrico de Paradjanov simboliza la
apertura de Europa a Asia y su peculiaridad como artista radica en hacer
visible una estética euroasiática a través del barroquismo ingenuo de sus fascinantes
imágenes. Georgiano de origen armenio, Paradjanov vivía fascinado por las
culturas del Cáucaso. Ese territorio fronterizo configura una intersección de
culturas y tradiciones cuyas coordenadas se sitúan entre Oriente y Occidente,
Bizancio, Roma y Estambul, cristianismo e Islam. El territorio artístico de
Paradjanov se define así, como un tapiz persa, pero su cine de poesía pone en
juego aún más dicotomías que le sirven de estimulante creativo: anacronismo y modernidad, inocencia y culpabilidad, pasado
y presente, folclore y arte, masculino y femenino, iconolatría e iconoclastia, pueblo
y minoría, imagen y texto, homosexualidad y heterosexualidad, historia y leyenda, cristianismo y paganismo, vida y
muerte, naturaleza y artificio. Y, como síntesis de todas ellas, realidad y deseo.
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