lunes, 19 de marzo de 2018

PARADJANOV SIN LEYENDA



[Varios autores, Leyenda de Paradjanov, Alberto Ruiz de Samaniego (coord.), Shangrila Textos, 2017, págs. 348]

Hubo un tiempo en que Málaga tenía un gran festival cosmopolita al servicio del cine mundial menos complaciente. Desde finales de los sesenta hasta finales de los ochenta, con algún período de interrupción, muchos cinéfilos nacionales e internacionales acudían al Festival de Cine de Autor a ver lo más nuevo, rompedor, anómalo o experimental que el cine de aquella época escasamente convencional producía. Allí, los privilegiados asistentes, entre muchos otros grandes cineastas y películas, tuvimos ocasión de descubrir el cine de Paradjanov.
Tras los años de hierro en que la persecución soviética lo apartó del cine y lo encerró en una jaula insufrible, falsamente acusado de violación homosexual, por atreverse a filmar una maravillosa película titulada “Sayat Nova”, en los ochenta Paradjanov reemprendió su creación cinematográfica filmando una de las películas más bellas y originales de aquella década, “La leyenda de la fortaleza de Suram”. Los escasos espectadores que tuvimos la fortuna de asistir al único pase en pantalla grande donde se proyectó, en la edición de 1987, aún recordamos el impacto de sus asombrosas imágenes en la retina y más atrás, en el inconsciente imaginario. Y en la edición de 1989, la última del festival, condenado por las típicas inepcias, ignorancias e intereses espurios de los politicastros culturales, se estrenó, curiosa coincidencia, la que sería la última película de Paradjanov, la prodigiosa “Ashik Kerib”. 
El plano final de esta película era una alegoría espiritual de toda su obra: una cámara de cine sobre la que viene a posarse una paloma blanca. Quizá el espíritu santo de la heterodoxia que insuflaba el hálito creativo de Paradjanov en cualquiera de sus facetas artísticas. Una alegoría de la creación y una despedida esperanzada. “Ashik Kerib” está dedicada a su hermano Tarkovski: ambos cineastas son los grandes fundadores del cine moderno ruso, que supo sobrevivir al hielo comunista y al deshielo capitalista y hace de esta cinematografía una de las más importantes de la historia y una de las más creativas de las últimas décadas, como demuestran, a pesar de la opresión de Putin y sus secuaces, grandes cineastas actuales como Sokurov o Zvyagintsev.

En este sentido, este espléndido libro, repleto de imágenes e ideas, no es una monografía común ni un catálogo al uso sino una ventana a un mundo exuberante. Una ventana al mundo mental de un cineasta único, como lo fueron, cada uno a su manera, Fellini, Buñuel, Carmelo Bene, Werner Schroeter, Syberberg, Raúl Ruiz o Pasolini, que era también un artista poliédrico y un ser humano atormentado por las contradicciones de su psique y la persecución autoritaria de los comisarios políticos que solo veían en él un residuo reaccionario: una personalidad maldita que ponía en cuestión, con su vida y con su arte, los rigores burocráticos de una idea represiva del socialismo. Paradjanov creía en la salvación del mundo por las imágenes ya que su tiempo no le ofrecía la posibilidad de volver a creer en ninguna utopía. Y esto muchos críticos e intérpretes tardaron en aceptarlo.
Todos los colaboradores de este formidable tributo a Paradjanov coinciden en un punto. El arte del collage es el que mejor define su estética singular y su genio creativo. Sus obras artísticas y sus grandes películas participan de ese mismo montaje metafórico de objetos incongruentes, figuras humanas, vegetales y animales, vibrantes pedazos de realidad, lujosos oropeles, colores decorativos, joyas o retales caseros. La técnica del collage también sirve a Paradjanov para resolver el dilema de sus orígenes, la multiplicidad de sus arraigos y la transversalidad nacional de sus fuentes de inspiración cultural.
El cine excéntrico de Paradjanov simboliza la apertura de Europa a Asia y su peculiaridad como artista radica en hacer visible una estética euroasiática a través del barroquismo ingenuo de sus fascinantes imágenes. Georgiano de origen armenio, Paradjanov vivía fascinado por las culturas del Cáucaso. Ese territorio fronterizo configura una intersección de culturas y tradiciones cuyas coordenadas se sitúan entre Oriente y Occidente, Bizancio, Roma y Estambul, cristianismo e Islam. El territorio artístico de Paradjanov se define así, como un tapiz persa, pero su cine de poesía pone en juego aún más dicotomías que le sirven de estimulante creativo: anacronismo y modernidad, inocencia y culpabilidad, pasado y presente, folclore y arte, masculino y femenino, iconolatría e iconoclastia, pueblo y minoría, imagen y texto, homosexualidad y heterosexualidad, historia y leyenda, cristianismo y paganismo, vida y muerte, naturaleza y artificio. Y, como síntesis de todas ellas, realidad y deseo.

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