[Kathy Acker, Aborto en la escuela, Anagrama, trad.: Antonio Mauri, 2019, págs. 225]
Si eres mujer, deja de leer la novela que te han
vendido como imprescindible y comienza a leer este libro de Kathy Acker donde
se habla de ti y de tu paradójica condición de un modo que nunca hubieras
imaginado. Si eres hombre, abandona tus necias distracciones diarias y ponte a
leer de una vez a ver si te enteras, antes de que sea demasiado tarde, de por
dónde van los tiros con las mujeres.
Se han dicho muchas cosas sobre este libro desde
que se publicó en 1984. No todas siguen siendo válidas ni todas comportan el
mismo grado de lucidez. Es un libro que recoge en estado de efervescencia el
espíritu radical de los setenta referido al sexo y a la vida, el cuerpo y la
feminidad, el lenguaje y la literatura, la cultura y el patriarcado. Es un
libro más actual ahora quizá de lo que lo era en el momento de su aparición y,
desde luego, mucho más en la España de hoy que en la de 1987 cuando se tradujo
por primera vez. Para quien no la conozca de nada, se podría decir que Acker es
una Lady Gaga gamberra de la literatura posfeminista más innovadora y punk de
los ochenta y noventa, nacida en Nueva York, renacida en Londres y formada en
una escuela de élite como la Black Mountain School de donde salieron en los
sesenta y setenta algunos de los artistas americanos más creativos.
Esta novela extraordinaria cuenta el largo viaje
de Janey, su niña protagonista, al fin de la noche femenina: un periplo alegórico
compuesto de amantes carismáticos (su padre, el presidente Carter, un chulo
esclavizador, el escritor Jean Genet, etc.) y de ciudades cargadas de
simbolismo como Nueva York, Tánger o Alejandría, donde Janey muere de cáncer de
mama, como su autora muchos años después. Acker se comporta como una esfinge posmoderna
que transmite sus acertijos textuales y enigmas sexuales, con tanta radicalidad
como desparpajo, por todos los medios a su alcance: parodias y plagios literarios,
dibujos, tatuajes obscenos, collages verbales, viñetas, grafitis, diarios, poemas.
Como la bad
painting de su colega David Salle, conformando un montaje pictórico hecho
de retazos gráficos y citas artísticas, imágenes fragmentadas de procedencia promiscua,
la escritura de Acker se podría caracterizar como bad writing por su afán de reescribir el canon que somete a las
mujeres a la cárcel simbólica llamada cultura patriarcal. Pero Acker, a pesar
de las apariencias, no es una ingenua. Es una romántica genuina y sus quejas y
protestas, sus sátiras y diatribas, vienen cargadas de una insolencia irónica y
una incisiva capacidad de autoflagelación masoquista. Sin dolor no hay
identidad, sin placer en el dolor no hay ser, sin la experiencia del
sufrimiento ligada al ser la mujer será siempre solo madre, hija o esposa,
jamás un sujeto pleno, aunque repleto de contradicciones y desgarramientos. El
nacimiento es uno de estos. El aborto otro: “Los abortos son el símbolo, la
imagen exterior, de las relaciones sexuales tal como ocurren en este mundo”.
Negarse a dar a luz es otra forma de negarse a nacer. En Beckett, el aborto es ontológico,
existencial, un emblema de la fallida condición humana. En Acker, el aborto es
una técnica biopolítica y creativa para renacer dentro de un cuerpo de mujer,
liberada de ataduras convencionales, a través de las palabras y las ficciones.
La madre de Acker no quiso tenerla y estuvo a
punto de abortar cuando ella estaba en su vientre. Acker abortó al menos cinco
veces en su vida. No vivió mucho, apenas cinco décadas. Las cuentas salen. Un
aborto por década. Hubo muchos más libros, por supuesto. Y mucha vida. El libro
se llama en realidad “Sangre y tripas en la escuela”. Ese es el nivel básico del
libro. A partir de ahí, la sangre en todas sus dimensiones, menstrual o
arterial, y las tripas en sus variantes digestivas o reproductoras, saturan las
páginas de este libro explosivo con su discurso visceral.
En la literatura de Acker el amor es la única
droga que hace soportable el mundo. La escritura es un sucedáneo. La búsqueda
desesperada del amor y el rechazo a la familia son los motivos nucleares de la
escritura de Acker: una escritura transgresora que se concibe como escritura de
y sobre un cuerpo singular conectado a los desarrollos sociales y culturales
más avanzados de su tiempo. En esta época de feminismo normalizado y normativo,
la obra de Kathy Acker constituye una escandalosa provocación. Cuando el sujeto
aspira a vivir en libertad en un contexto de contrarrevolución sexual, como
señala Eloy Fernández Porta en su magnífico prólogo, Acker es una cómplice
infalible.
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