sábado, 12 de octubre de 2019

SINSENTIDO



[Publicado en medios de Vocento el martes 8 de octubre]

El sentimiento nacional es como la moda autobiográfica. Puro ombligo contemplativo. Narcisismo parroquiano. Mira que lo veía venir. El nacionalismo es el nuevo opio del pueblo. Cuanto menos comprendemos el sentido del mundo complejo en que vivimos más nos distraemos con cuestiones antiguas como la identidad nacional. No salimos del laberinto provinciano porque a los humanos, por más vueltas que le demos al mundo, nos encanta nuestro ombligo. La familia, el barrio, el municipio, los amigos, los vecinos. Todo para los nuestros, nada para los extraños. Y así nos va, en la bolsa y en la vida. País por país, región tras región, después del desastroso siglo XX, seguimos en las mismas. Con la misma insistencia. El sinsentido nuestro de cada día tiene dos caras. Una, la radiante, es el escaparate publicitario, la exhibición efímera del lujo, la belleza plástica y la moda. Y otra, la tenebrosa, incluye la iniquidad económica, la precariedad laboral, el dominio del mercado y la oligarquía financiera.
Nos han vendido un capitalismo global basado en la flexibilidad y la fluidez, pero los países cierran sus valvas como el molusco en cuanto perciben una amenaza potencial. El tramposo Trump entiende la nación americana como un gigantesco emporio cuyos negocios hay que proteger a toda costa con guerras comerciales absurdas y barreras fronterizas dignas de un videojuego barato. Su gemelo Johnson fomenta el patriotismo del Brexit como la fantasía descabellada de que la sangre, el sudor y las lágrimas de sus súbditos construirán un nuevo imperio británico con mucho futuro. Mientras existan China y sus mil millones de consumidores confucianos, por más que grite la niña Greta, el cambio climático tiene asegurado el éxito inexorable. El club de la UE no levanta cabeza, aunque el euro conserve su fachada de moneda potente. En numerosos países miembros gobiernan partidos de ultraderecha y sus nocivas ideas se expanden entre la gente. Es lo más fácil en estas circunstancias.
Cuando el discurso del miedo pasa por sensatez, el peligro es inminente. Lo saben hasta los sociólogos del CIS. Es el momento estelar de forenses y enterradores. De Torra y sus terroristas mejor ni hablar. Resulta sintomático que Amenábar no pueda hacer una película valiente, como Tarantino, donde se cambie creativamente el sino fatal de la historia española. Unamuno enfrentándose a Millán Astray en nombre de la inteligencia solo puede excitar, a estas alturas, los ánimos más recalcitrantes. Triste panorama. Se ha visto en el último rifirrafe matritense cómo la presidenta ostentó su rechazo a la memoria histórica para disimular la aversión visceral a la exhumación de la momia de Franco. Una cosa ridícula es que Díaz Ayuso tema que se quemen iglesias en Madrid y otra radicalmente distinta es que, tras la irrupción de Errejón, Iglesias se queme en su propia pira. Menos país, más mundo.

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