[Luis Goytisolo, Chispas, Anagrama, págs. 133]
Como estudia Fredric Jameson en su nuevo libro (Allegory and Ideology),
la alegoría nunca fue un género y se eclipsó como forma reconocible a partir de
Cervantes y Spenser, es decir, a partir del triunfo de una estética realista,
apegada a las vicisitudes de lo cotidiano, o fantástica, identificada con los
despliegues de la fantasía, los símbolos y el idealismo. Borges, en cambio, en su célebre inquisición "De las alegorías a las novelas" (que Jameson, por cierto, no cita, quizá por desconocimiento o quizá por prejuicio) consideraba que la puntilla a la alegoría se la había dado a finales de la Edad
Media la irrupción de narrativas (Chaucer) que ponían el énfasis en el detalle empírico.
El género alegórico, dice Fredric Jameson
en su nuevo ensayo sobre la cuestión, sobrevivió en estado latente desde fines
del medievo y renació durante el pasado siglo para conectar lo inconexo y
fragmentario, acoplar los elementos dispares a partir de un concepto o una
idea, reunir lo disperso en una unidad superior, ensamblar lo disímil y
diferente a partir de una lógica artística que el creador impondría generando
una obra abierta. Y todo ello para representar un mundo volatilizado. Una
globalidad diluida en infinitas narrativas. Este es el designio de la última
etapa de Luis
Goytisolo como narrador y el designio inteligente de este libro que se abre
con la famosa escena del gato de Cheshire de la primera Alicia de Carroll y
funciona como un aviso del espíritu con que el libro fue escrito. Mirad cómo
desaparezco detrás de mi sonrisa, parecería decir Goytisolo desde las sombras.
En 2017, Goytisolo publicaba Coincidencias,
una miniaturizada “comedia humana” de nuestro tiempo construida como un
calidoscopio de 63 piezas. Goytisolo actuaba entonces convencido de que el
formato novelesco, nacido para poner en crisis el mundo de valores vigente en
cada sociedad, necesitaba recurrir a dispositivos de composición más acordes
con los nuevos tiempos. Ahora, en “Chispas”, ha decidido dar un paso más para
confeccionar un mapa parcial de la estupidez y la tontería dominantes en una
sociedad hipermoderna que se arroga la inteligencia como valor supremo y se
vanagloria de haber alcanzado un gran desarrollo cultural y tecnológico. Un
mundo descrito como un grotesco dibujo animado donde las cosas están al revés de como
deberían estar.
Compuesta de 36 fragmentos de diversos estilos y
motivos, esta alegoría sobre la vida mental del presente se presenta como una chispeante
colección de opiniones, tópicos, estereotipos y discursos sociales representativos
de un cuadro humano plural en edades, profesiones y experiencias, pero definido
por su pertenencia a los grupos mayoritarios, clases medias o burguesías
urbanas. Esta polifonía ideológica coloca al mismo nivel a sus personajes, tratándolos
como muñecos de ventriloquía, e impidiendo así que el lector se sienta excluido
del grupo, o pueda juzgar unas actitudes mejores que otras. La marea tóxica de
estupidez contamina, pieza tras pieza, los diálogos y los relatos y homogeneiza
a todos los portavoces en una masa anónima que participa, lo quieran o no, del
mismo diagnóstico infalible. Esta dimensión flaubertiana del libro evita que
nadie pueda salvarse de la quema, ni el más listo, ni el más ingenuo, ni el más
culto, ni el más sensato.
Como Erasmo de Rotterdam en su tiempo, Goytisolo
escenifica una realidad reconocible donde la ignorancia y la locura adoptan
nuevas apariencias y modos. La representación es tan cautivadora como paradójica:
incluso la ironía, la burla, el sarcasmo o la risa franca con que el lector celebra
las ocurrencias narrativas y las recurrencias escatológicas forman parte de los
efectos y defectos del ingenioso retrato. De este modo, el libro pone en el
mismo rango de necedad a partidarios del progreso y a groseros reaccionarios, a
misóginos y machistas y a feministas solidarios, a la aventurera sexual y al carca
estreñido, al gay desleído y al cazador desaprensivo, al defensor del
despotismo digital y el emprendimiento neoliberal y al detractor acérrimo de la
incultura ostentada en redes sociales. No todos son iguales, desde luego, pero
todos comparten un mundo idéntico, una realidad democrática que se hace y
deshace entre todos.
Con malicia extrema, Goytisolo cuela de
contrabando en el lote textual un par de pastiches estilísticos que suenan a
ejercicios de emulación de una supuesta alta literatura, vagamente inspirados
en su magistral “Antagonía”. Para demostrar que ni él escapa como autor con
pretensiones literarias a la severidad del juicio cómico, atribuye a un tal
Ludwig Goitialone esta sentencia demoledora: “El mundo ha pasado por épocas peores;
tan boba como esta, nunca”.
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