lunes, 30 de septiembre de 2019

DEMASIADO HUMANOS



 [Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Austral (junio) y Minotauro (octubre), trad.: Miguel Antón, 2019, págs. 272]

En 2019 ocurre Blade Runner y en 2019 se reedita doblemente la gran novela en que se inspiró la magnífica película de Ridley Scott. La novela es ahora más actual que nunca, como demuestra, para bien y para mal, Blade Runner 2049

En español, contamos ya con tres traducciones y varias ediciones de esta obra maestra de Dick, lo que da una idea no solo de su importancia y dificultad sino también de la riqueza inagotable de sus planteamientos. Pero lo que más ha contribuido a la fama perenne de esta novela es Blade Runner, una de las grandes películas de ciencia-ficción de la historia. Y, sin embargo, más allá de las coincidencias de trama y personajes, nada menos parecido a la estética neobarroca y ciberpunk de la película de Scott que la novela existencialista de Dick.
Las dos preocupaciones principales de Dick se enunciarían así: qué es la realidad y qué es lo humano. Su conciencia crítica de lo real obligó a Dick a transgredir los límites del realismo en numerosas novelas y relatos y postular la cualidad artificial de la realidad. Al mismo tiempo, Dick interrogó la condición humana, a través del antagonismo con el androide, en artefactos fascinantes como Simulacra y Podemos fabricarte. La apoteosis de este conflicto cognitivo es ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), en cuya compleja trama la distinción natural entre androides y humanos es explorada con perversa curiosidad.
Ambientada en 1992, la novela describe un mundo posnuclear donde habita una parte de la humanidad que ha sobrevivido a la catástrofe mientras otra ha huido a otros planetas, los animales vivos son un bien escaso y la fabricación de animales artificiales es una industria floreciente. En ese contexto, la aparición en la Tierra de androides escapados de las colonias extraterrestres es considerada un peligro para los supervivientes. Y destruirlos es la misión de los cazarrecompensas como Rick Deckard, que financia con esa actividad su afición a las mascotas. Armado con su test de empatía (el eficiente test Voight-Kampf), Deckard se ve enfrentado al mayor desafío de su vida profesional cuando le encargan “retirar” a seis androides de última generación (los Nexus-6), más ágiles, fuertes y astutos que sus antepasados.


Es irónico, en este sentido, que ciertos episodios trascendentales ocurran en un entorno cultural. Deckard acude al teatro de la ópera a matar a Luba Luft, una cantante extraordinaria que es una androide, pero se ve envuelto en una oscura trama policial que implica androides y humanos antes de poder ejecutar a Luba en un museo de arte donde ella se ha refugiado durante la huida, descubriendo la belleza y emoción de la pintura de Munch. En ese momento, cuando Deckard ve que su compañero Resch no siente ninguna piedad por la androide ejecutada, comprende una paradoja sobre la vida que relativiza la antipatía real de Dick por los androides. Estos “andys” pueden ser más humanos que los humanos, desarrollando mecanismos de empatía a imitación de sus creadores biológicos, y algunos humanos pueden ser peores que los androides, próximos en su crueldad a la mente del psicópata. Al tener sexo placentero, después, con una androide manipuladora (Rachael Rosen), Deckard descubre que la empatía debilita a humanos y androides por igual.
Esta magistral novela narra, sobre todo, un viaje mental al límite de la experiencia humana. Una trepidante aventura desarrollada en el confín de la noche artificial donde el ser humano se contempla en el espejo de la tecnología con que ha fabricado el mundo en el que habita y descubre la verdad y mentira de ese mundo donde todo, desde la economía a los sentimientos y deseos, las relaciones personales y la sensibilidad estética, el entretenimiento masivo y la creencia colectiva, es una construcción.
El futuro cibernético que Dick temía está en marcha. Y una novela sobre robots humanoides como esta es mucho más avanzada e inteligente que las predicciones de escritores desfasados como Orwell.

1 comentario:

El Doctor dijo...

En relación con esta casi adoración hacia los animales, existe una extraña y nueva religión, el mercerismo, a la que todos los personajes se adhieren: tienen visiones mientras cogen las manijas de una "caja de empatía". Detalles como éste, que hacen de la novela algo más que una narración violenta de persecución y pánico, faltan en la película de Scott. Por muy buena que ésta sea, carece de la característica más típicamente dickiana: el humor. Por ejemplo, Deckard y su mujer (en la novela está casado, a diferencia del macho solitario de la película) superan sus penas utilizando un "órgano Pendield de estado de ánimo". Tienen junto a la cama este ingenioso aparato, que les programa el humor para el día. La mujer de Deckard, perversamente, programa para sí misma una "depresión de seis horas". Él le reprocha, sugiriéndole que saque el número correspondiente a "deseo mirar TV, no importa cuál sea el programa", mejor aún, el de "estoy dispuesta a reconocer la sabiduría superior del marido en todos los terrenos".

Al final de la novela ha "retirado" seis en un día, pero no está contento. Vuelve a casa, y mientras se desploma en la cama, su mujer prepara el órgano del estado de ánimo para una "larga y merecida paz".

En el tiempo que vivimos, el vacío provocado por el agotamiento de las ideologías del progreso tiende a llenarse de irracionalidad pseudocientífica y pseudorreligiosa. La ciencia ficción, quizá uno de los más influyentes mitos del siglo XX, ha engendrado con Philip K. Dick su propio mesías. De tal modo, estamos asistiendo a la transformación de un notable escritor en un nuevo gurú post-mortem y de una obra inquietante una suerte de corpus doctrinario. No faltan quienes lo reivindican para la causa de la New Age, a pesar de que su triste y prematuro final no es precisamente un ejemplo de salud holística ni de armonía con el cosmos.

Siempre es un placer pasar por aquí, mi querido amigo.

Un fuerte abrazo.