martes, 19 de junio de 2018

SUPERMUJER


[Noah Berlatsky, Wonder Woman: Bondage y feminismo, GasMask Editores, trad.: Carlos Pranger, 2018, págs. 316]

Es curioso que el mismo año en que Wonder Woman se convirtió en una exhibición mundial de poderío femenino ejercido a través del cine, los documentos privados de su creador, William Moulton Marston, fueran depositados para su conservación y estudio en el Instituto Radcliffe de la Universidad de Harvard. Es curioso que el mismo año en que la superheroína amazónica imponía su fuerza mítica dentro y fuera de la pantalla, con aplauso universal, se realizara una interesante película independiente (El profesor Marston y las Wonder Women) sobre la vivencia íntima del profesor Marston y sus eximias compañeras, Elizabeth Holloway, su emprendedora esposa, y Olive Byrne, amante de ambos y antigua alumna de Marston, destapando una placentera relación de poliamor  y juegos prohibidos a tres bandas.
Este estupendo libro de Berlatsky, a pesar de su agudeza analítica y su apasionada reivindicación de la importancia del cómic original de Marston, prefiere no entrar a fondo en la extraña convivencia del trío que dio origen a un personaje fascinante como Wonder Woman. Varios aspectos de la personalidad de Marston son decisivos para entender la génesis del cómic y la influencia cultural que ha tenido desde entonces, aunque la Wonder Woman de Marston, como bien señala Berlatsky, desarrollada solo entre 1941 y 1947, año de la muerte de su creador, padecería con posterioridad alteraciones significativas en temas polémicos que interesan al estudioso bloguero Berlatsky y al lector con sensibilidad cómplice: el feminismo, el lesbianismo, el fetichismo sexual, la violencia masculina, el poder femenino, etc.

Marston era un psicólogo avanzado y su Teoría DISC sobre las emociones de la gente normal demostró que no existe tal gente, ni nada que pueda llamarse normalidad en la conducta humana, pero sí una combinación de cuatro factores (dominación, inducción, sumisión, conformidad) que determinan las relaciones entre las personas en cualquier contexto social. Marston creía en la superioridad de la mujer y en la importancia de la educación para hacer valer esa supremacía moral en contra del orden patriarcal, impuesto por el sexo masculino, el más primitivo y agresivo de los dos reconocidos. Pero Marston no era un analista ingenuo y sabía que ese orden basado en la sumisión femenina necesitaba también de la cooperación efectiva de las mujeres para funcionar. La educación infantil era la mejor forma de corregir ese error inicial y el cómic el instrumento didáctico idóneo para penetrar en la imaginación de niños y niñas y modificar su comprensión de las relaciones de fuerza entre los sexos y apreciar en su justa medida la singularidad del aporte afectivo y libidinal de las mujeres.
Marston formularía esta idea con rotundidad en un artículo publicado en la revista American Scholar en 1944: “Las fortalezas de las mujeres han acabado despreciadas por sus debilidades. El remedio obvio es crear un carácter femenino con toda la fuerza de Superman más todo el atractivo de una mujer buena y hermosa”. Así nació la fantástica Wonder Woman, en plena segunda guerra mundial, para combatir el fascismo, en casa y fuera de casa, como subproducto degenerado del dominio masculino sobre la realidad. Si a eso añadimos una experiencia heterodoxa con dos mujeres brillantes a las que Marston amaba y admiraba, ya tenemos resuelta en términos simbólicos, como diría Berlatsky, la compleja ecuación del sexo. Hasta una feminista tan influyente como Gloria Steinem celebró el feminismo creativo de Wonder Woman en los años setenta diciendo que simbolizaba “los valores culturales de las mujeres que ahora las feministas están tratando de introducir en lo convencional; mujeres fuertes y autosuficientes; hermandad y apoyo mutuo entre las mujeres; paz y respeto por la vida humana; etc.”.

El lesbianismo larvado de Wonder Woman, su simpatía infinita y tierna amistad con múltiples personajes femeninos, es uno de los fantasmas obsesivos de Marston, por razones biográficas obvias, y uno de los motivos que sus timoratos seguidores de décadas posteriores más se han empeñado en limar, suavizar o borrar, como sucede en la anodina película estrenada con éxito mundial el año pasado. Berlatsky afirma sin ambages que Marston era lesbófilo, como Baudelaire y como tantos artistas y escritores posteriores, entre los que me incluyo. En el fondo, Marston, experto en el laberinto sin salida de la psique humana, era un masoquista moderno y un inocente pornógrafo. Con la creación gráfica de esta maravillosa supermujer, logró expresar un deseo revolucionario y utópico para el hombre en el seno de la cultura patriarcal. El deseo de ser (de devenir) mujer.

1 comentario:

M.G. dijo...

Yo ya no sé que hay detrás del feminismo, si homenaje e imitación del macho más clásico , si separación total de roles, si emancipación económica, si igualdad de derechos.
Lo que me parece cada día más claro es que hay un tipo de feminista que trata de imitar a los superhombres masculinos, y esto es una contradicción feminista.