lunes, 15 de enero de 2018

CINE HERMÉTICO


[Theodore Roszak, Parpadeo, Pálido Fuego, trad.: José Luis Amores, 2017, págs. 781]

Si el cine no fuera un arte perturbador, altamente peligroso para el cerebro de los espectadores, no habría sufrido en su historia tantos controles, censuras y prohibiciones. Si la visión de una película fuera solo eso, y no el encuentro del cerebro con el poder incontrolable de las imágenes, una exposición donde las imágenes del inconsciente pueden asaltar la estabilidad psíquica y emocional del espectador, el cine mayoritario que se ve en todas las salas no sería tan domesticado e inofensivo, ni estaría tan vigilado desde sus comienzos. Un cine desprovisto de la fuerza subversiva que las primeras vanguardias, escritores visionarios como Artaud y los cineastas experimentales de todo el mundo intuyeron en las posibilidades creativas del nuevo arte, a pesar de todos los obstáculos que se les imponían desde instancias económicas y políticas. Es de todo esto de lo que habla al sesgo esta fascinante novela de Roszak.
“Parpadeo” cuenta la historia de una investigación realizada por un cinéfilo universitario, Jonathan Gates, para sacar a la luz, nunca mejor dicho, la filmografía y personalidad artística de Max Castle, un cineasta ocultista de serie B. Al principio, en la relación entre las pesquisas de Gates y la obra secreta de Castle, todo es cinefilia sacramental y hallazgo estético. Primero se revela una técnica especial y luego una visión esotérica detrás de esa manipulación. La técnica subliminal puede llamarse “parpadeo”, como la novela, si se entiende por tal la intención de engañar al ojo y suministrarle en la imagen múltiples planos de significación, unos obvios y otros aberrantes, para atrapar al cerebro e inducirlo a un estado cercano a la hipnosis. En ese trance, la mente se deja penetrar por las imágenes pornográficas del horror y el infierno hasta que el espectador experimenta el desengaño gnóstico respecto de la vida terrenal.
Desde el principio de los tiempos, como predica el credo maniqueo, se repite en el mundo la guerra de la luz contra la oscuridad, el bien contra el mal, la pugna del dios oculto y el malvado demiurgo por el alma humana. Cuando nace el cine, los sectarios cátaros, gnósticos y maniqueos encuentran en el poderío fílmico un perfecto aliado para difundir sus creencias dualistas y anticristianas (la “Gran Herejía”). Este es el ideario nihilista que encubren los trucos visuales del cine corrosivo de Castle (y de su repulsivo discípulo Simon Dunkle, el homúnculo albino de los ojos rosa, un Warhol de la MTV y la televisión hermética del futuro), tal como Gates, su seguidor más crítico, termina descubriendo en cada uno de sus abigarrados fotogramas. En el fondo, como dice el cineasta Edgar Ulmer en la carta que clausura el libro, Castle encarna al director sediento de poder totalitario y deseoso de utilizar el cine para destruir la realidad.
La originalidad del artefacto literario de Roszak radica en que el satírico festival de ideas y teorías que satura sus páginas, como en “El péndulo de Foucault” de Umberto Eco, su modelo más evidente (no tanto la “V.” de Pynchon, pese a las afinidades ideológicas innegables), no se transforma en un tratado sesudo sino en una inquietante ficción donde el autor, sin necesidad de suscribir las sucesivas tesis que hacen progresar la trama conspirativa hasta sus últimas consecuencias, puede construir un dispositivo novelesco tan complejo y sofisticado como divertido, cuyo desciframiento último encomienda con ironía al lector informado.


En este sentido, “Parpadeo” suscita muchas preguntas. ¿Es un panfleto nietzscheano contra el cine o una reivindicación de este? ¿Rechaza la alta cultura y encumbra la cultura popular y la contracultura, o todo lo contrario, describe el ocaso de la cultura elevada y la degradación de valores del mercado capitalista? ¿Ironiza sobre las represiones del cine masivo, o diagnostica, como Freud, que la represión es el fundamento de la cultura creativa? ¿Defiende la ortodoxia religiosa, aunque sea con objeciones, o postula el triunfo absoluto de la heterodoxia como liberación moral? ¿Ridiculiza el conocimiento académico, la ciencia y la razón, y sus límites cognitivos, o demuestra que la mente humana siempre acaba por extraviarse, con credo religioso o sin él, en un laberinto del que el arte es la salida más productiva? Paradojas y preguntas retóricas que no agotan la riqueza imaginativa de esta novela concebida como una anamorfosis.
En “La pantalla demoníaca”, la estudiosa Lotte Eisner quiso explicar la Alemania de Hitler, como Siegfried Kracauer, a través del cine expresionista. Como novelista, Roszak aplica la misma lente de penetración (psico)analítica y el mismo guiño inteligente a la América del siglo XX y, de paso, a toda la decadente civilización occidental. El cine, como Kubrick mostró en los planos finales de “Dr. Strangelove”, es el arte ideal para provocar la catástrofe del fin del mundo y, al mismo tiempo, admirar como espectáculo las imágenes del apocalipsis. O reírse de ellas, como de una angustiosa pesadilla…

2 comentarios:

Pablo Rumel Espinoza dijo...

Geniales los fotogramas de L' hypotèse du tableau volé, la película que me hizo pensar que Raúl Ruiz, como erudito, era superior a Borges.

Gracias por dar a conocer la obra de este autor.

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Gracias a ti, por reconocerlos y celebrarlos, es un guiño que solo los happy few de este planeta pillarían, un gusto siempre celebrar a esta inmensa personalidad de la cultura hispana que fue el gran Raúl, tan desconocido a pesar de todo...