[John
Gray, El alma de las marionetas,
Sexto Piso, trad.: Carme Camps, 2015, págs. 143]
El
fantasma de la libertad es el irónico título de una de las películas más
incomprendidas de Buñuel. Parte de ese malentendido procede de la época en que la
realizó, a mediados de los setenta, en plena expansión social del libertarismo
contracultural. Y otra parte, más importante aún, de la irreverencia cómica con
que el genial cineasta abordó el ideal de la libertad: mito fundacional de la
modernidad ilustrada y uno de los pilares constitucionales de la subjetividad
moderna, según el romanticismo literario.
Para Buñuel, agudo conocedor de la naturaleza
humana y de su increíble poder mental para convencerse de la realidad de sus
ilusiones, la libertad es el valor con que los seres humanos dicen guiar los
actos de sus vidas mientras todo en ellos, como muestra la película con ridícula
obscenidad, ya sea la pasión erótica, la creencia religiosa, el ideal moral, la
costumbre mundana, la identificación profesional o la rutina cotidiana, solo busca
la sumisión, el sometimiento o la servidumbre.
“¡Oh, Libertad, cuántos crímenes se cometen en
tu nombre!”, proclamó Madame Roland al pasar por delante de la estatua de la
Libertad erigida en la plaza de la Revolución (hoy de la Concordia) momentos
antes de ser guillotinada por traicionar a la revolución jacobina en la que
había creído hasta entonces como una ingenua girondina.
Este excelente ensayo de John Gray cifra la
importancia de la cuestión utópica de la libertad en la forma en que esta ha
sido entendida a lo largo de la historia, como un desafío perpetuo a los
límites de la inteligencia, tanto oponiéndose al libertinaje gratuito de los
dioses y la irracionalidad de los animales, como, más tarde, al mimetismo
inerte de muñecos, autómatas, androides, maniquíes y demás seres creados por
los humanos como réplicas de sus rasgos singulares.
De ese modo, como expuso Kleist en un texto
famoso, la conciencia humana aspiraba a recuperar la gracia perdida con la caída
del Paraíso, según el relato bíblico, mediante un antagonismo creativo con los
maleficios de la divinidad y las restricciones del animal. El aciago demiurgo,
con sus desmanes, enseñó a los gnósticos una doble lección intemporal: la obligación
de distanciarse de la creencia pasiva en la bondad divina y el anhelo de
conocimiento como superación de los orígenes infames.
No obstante, la creación material de seres
subordinados (entre los citados por Gray: los títeres de Kleist, la autómata de
Villiers, el Golem de Meyrink, los maniquíes de Bruno Schulz o los androides de
Dick), privados de una apariencia de libertad, enfrentaría a los humanos, como
en el cuento de Andersen sobre la vida de las marionetas, a la verdad de su
condición trágica.
“Más humanos que los humanos”, los replicantes
de Blade Runner no solo se rebelan, como
el titán Prometeo, contra su destino y su ingeniero creador sino que nos
recuerdan la terrible fragilidad de la existencia y la conveniencia de asumir
la caducidad y la muerte, como quería Leopardi, para vivir más intensamente una
vida libre de angustias y mortificaciones inútiles. Como sentencia Gray, una época definida por la
sobreexposición a internet, el desarrollo policial de sofisticados medios de
control, los avances en inteligencia artificial e ingeniería cíborg y el
despliegue de máquinas informáticas cada vez más autárquicas, vuelve a
enfrentar a la especie humana, confirmando a Buñuel, con el círculo vicioso de
la historia secular: “solo criaturas tan imperfectas e ignorantes como los
seres humanos pueden ser libres del modo en que son libres los seres humanos”.
2 comentarios:
La libertad es solo un concepto que se usa para verbalizar una idea.
Solo los seres humanos tienen "ideas".
No existe otra "libertad" que las que las sociedades humanas han ido sucesivamente incorporando a su ideario metafísico.
Luego... la frase de Gray (el autor del ensayo) con la que cierras tu artículo es un poquitín "y tal".
¿A que otra libertad puede estar refiriéndose Gray que no sea la de los seres humanos? ¿Cuál sería esa otra libertad más deseable que el propugna? ¿La de las migas de las galletas "Oreo"? ¿La de los cupones de descuento del Leroi Merlin? ¿La de los druidas mancos de la "Tierra Media"?
¡Qué cosas! ;-)
La respuesta a tu atinada pero limitada pregunta la da el propio Gray en su libro anterior, El silencio de los animales. Digamos que los animales no necesitan el fantasma de la libertad para animar la intensidad de sus vidas, solo un animal enfermo puede concebir una idea que apenas si le sirve para hacer más gratificante la vida, etc. Todo esto, de todos modos, me encantaría discutirlo con usted en un panel de uno de esos
estériles cursos de verano con los que la inteligencia en horas bajas aspira a conjurar los rigores del calor y los excesos estivales!...
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