lunes, 24 de julio de 2017

AUTOBIOGRAFÍA Y DESFIGURACIÓN

 [Christine Angot, Un amor imposible, trad.: Rosa Alapont, 2017, Anagrama, págs. 229]

Me cansa la autobiografía, lo reconozco. Me cansa la escritura que toma la vida del autor como pretexto para elaborar textos configurados conforme a las categorías engañosas del yo. No me cansa la vida de los otros. Me cansa la moda de la escritura literaria que ha renunciado a los placeres y artificios de la ficción en favor de una concepción limitada por el mezquino principio de realidad.
Salvo que el yo que se autorretrata sea portentoso, repleto de experiencias increíbles, especialmente sexuales, como es el caso excepcional de Philippe Sollers, o dotado de una vivacidad estilística y un don excepcional para la vida del lenguaje, como en los casos afines de Michel Leiris y de Cabrera Infante, la escritura del yo suele producir textos anecdóticos de una pobreza onanista, libros tejidos de vivencias insignificantes. Cabría preguntarse, entonces, si a una época narcisista como la nuestra, de paroxismo individualizador inducido por un contexto normalizado y masificado, le corresponde también como género más genuino la forma autobiográfica.
En un ensayo famoso decía Paul de Man que la personificación es el tropo dominante en los textos autobiográficos, es decir, aquellos que mediante el afrontamiento desvergonzado de los contenidos existenciales hacen del nombre propio del autor algo tan inteligible y memorable como un rostro. Este proceso de formalización estética, según de Man, permite a una obra singular alzarse a niveles distintos de participación en la realidad.
Este es el caso de la escritura de Angot, desde luego, a quien la dicción autobiográfica sirve para especular sobre sí misma y sus orígenes familiares (esto es, ponerse ante el espejo con gesto interrogativo) en una doble operación que implica al progenitor amante y a la madre amada con reparos. El efecto textual de tal ecuación de escritura reside en prestar relevancia a la intimidad conflictiva de la escritora, nutrida de una culpabilidad innombrable, y enfrentarla al tribunal de la conciencia colectiva con todos los argumentos que logran suspender el juicio moral.
Es como si Angot, al escribir Un amor imposible en un ataque de pudor o vergüenza, hubiera deseado recusar las malas lecturas libertinas del escandaloso libro anterior. Esas licencias eróticas cristalizaron en la concesión del premio Sade que Angot rechazó por razones morales, puestas ahora en evidencia con convincente sinceridad. En Una semana de vacaciones, Angot escenificaba una relación incestuosa con su padre biológico, dueño del apellido patriarcal de la escritora, mediante un procedimiento de escritura gráfica que evocaba sin tapujos la crudeza carnal de los actos más abyectos, felación filial incluida. Al mismo tiempo, transformaba los juegos prohibidos del padre corruptor y la niña virginal en una ceremonia simbólica de desposesión mutua.
En este nuevo libro, el amor imposible del título es triple: en primer lugar, el de la madre Rachel, judía y pobre, por el padre Pierre, seudointelectual clasista y antisemita; en segundo lugar, el de la hija natural por el padre que la inicia sexualmente para acendrar su perverso desprecio hacia ambas mujeres; y, por último, el de la propia Christine por una madre a la que solo puede declarar sus sentimientos en la edad adulta, ya siendo madre, cargando vengativa contra la vileza del padre.
Angot descubre así, en definitiva, la verdad de la escritura autobiográfica: esta solo puede realizar sus fines mediante la desfiguración del escritor, ya que, como dice de Man, “el yo no es nunca capaz de conocer lo que él mismo es, nunca puede ser identificado como tal, y los juicios que el yo emite sobre sí mismo, los juicios reflexivos, no son juicios estables”.

Autobiografía por autobiografía: quizá Angot no estaría tan obsesionada por esclarecer las escabrosas circunstancias de su vida a través de la escritura si en lugar de atravesar la ojiva vaginal con la cabeza y el resto del cuerpo, como cuenta, a su madre parturienta se le hubiera practicado la cesárea, como fue mi caso, extrayendo al bebé del vientre materno con el cráneo intacto. 

3 comentarios:

blumm dijo...

Hola:
Seguro que la autoficción literaria no entra en su clasificación, ¿verdad? Hablo, por ejemplo, de "La vaga ambición", de Ortuño. A mí me ha parecido espectacular.
Completamente de acuerdo con el primer párrafo y sobre todo con ese «Me cansa la moda de la escritura literaria que ha renunciado a los placeres y artificios de la ficción...».
Apunto "Un amor imposible", por supuesto.
Creo que es el primer comentario que realizo en este blog y aprovecho para "enhorabuenártelo". Se hace sonora la enhorabuena, hasta se lee: ¡Enhorabuena, por este blog, Juan Francisco!

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Gracias, Blumm. Acepto que la autoficción corrige para bien los defectos de la autobiografía. De hecho, ese pacto ambiguo con el lector me parece más interesante que el pacto falsamente ingenuo por el que un individuo escritor declara, como en un simulacro de juicio, estar contando la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre su...¡ombligo!...Por desgracia, rara vez es otra la zona anatómica narrativizada, con el permiso de mi querida Charlotte Roche, que me divirtió en su primera entrega y me aburrió a muerte en las siguientes, como Moran y tantos otros explotadores de la musa notarial del ego...

Le dediqué al pacto ambiguo un post hace años: http://juanfranciscoferre.blogspot.com.es/2011/11/el-espejo-y-la-mascara_11.html

Muchas gracias por su aprecio y simpatía. Un placer tenerle como lector.

Anónimo dijo...

Blumm, y qué decir del gran Raymond Federman, sobre todo con "La fourrure de ma tante Rachel" ! Lo ha leido ?
estara traducido al castellano ?
Juan Francisco, usted seguro debe saberlo .

Un saludo , gusto siempre leer sus articulos