[Georges Perec, Me
acuerdo, Impedimenta, trad.: Mercedes Cebrián, 2017, págs. 176]
Yo también me acuerdo de Georges Perec
(1936-1982). Me acuerdo de novelas memorables como La vida, instrucciones de uso (1978), Las cosas (1965) o El secuestro (La disparition, 1969),
ficciones innovadoras que dilataron las concepciones vigentes sobre la relación
entre narrativa y mundo, instrumento verbal, imaginación singular y taxonomías
colectivas; por no hablar de El gabinete
de un aficionado (1979), un tratado posborgiano sobre la impostura, la
simulación y la falsedad fundacional de la realidad. Me acuerdo muy bien de
todo esto, y de esa pequeña joya del humor total que es Quel
petit vélo à guidon chromé au fond de la cour? (1966), confirmando que la insubordinación ética es correlativa a
la insumisión estética.
Me acuerdo también de mucho de lo que se ha
escrito sobre Perec y merece ser recordado. Pero no me acuerdo de que se haya
asignado a este curioso libro de 1978 (publicado ahora por segunda vez en
español [la primera fue en 2007 en la editorial Berenice]) el lugar que le corresponde: no el de la memoria humana, labrada con
recuerdos y olvidos de carne y hueso, sino el de la memoria artificial,
reconstruida con recuerdos postizos, aberrantes, intersubjetivos. La memoria
colonizada de la sociedad de consumo.
En la superpoblada Biblioteca de Babel, esta
falsa autobiografía psíquica de Perec se ubicaría, por tanto, entre el Proust
del “tiempo recobrado” (del que Perec se burla en parte) y el semiólogo Roland
Barthes (al que emula en parte también) como autor de esa obra seminal que es
Mitologías, donde conseguía desnudar los mecanismos ideológicos y la mentalidad
publicitaria de la sociedad contemporánea. Me acuerdo, en este sentido, de que
la fórmula inicial reiterativa “Je me souviens” (“Me acuerdo”), con
independencia de su inspiración original en el libro de Brainard, me ha
parecido siempre una parodia intencionada del “J´accuse” de Zola. Levantar un
testimonio parcial y fragmentario de su época constituye la función crítica del
libro, larvada tras la catalogación banal de sus predicados.
Me acuerdo también de que muchos han tomado el
breviario memorístico de Perec, concebido con una lógica digna de un avanzado
programa informático, por un paradigma literario de evocación de sus vivencias
personales. Sin embargo, lo único evocado y revocado aquí, en el fondo, es el conjunto
de trivialidades estadísticas que componen la vida de un sujeto cualquiera en
un país desarrollado cualquiera durante la segunda mitad del siglo XX. Esto
mismo es lo que convierte este libro, delicioso por su ironía latente y su
ingeniosa concepción gnómica, en un tratado aliterario sobre la desmemoria como
gran epidemia de nuestro tiempo: Perec replica en la disposición serial y
aleatoria de sus enunciados los procedimientos con que las tecnologías de la
información y la comunicación neutralizan y aplanan las diferencias entre lo
relevante y lo nimio. Recuerdo que Perec era sociólogo de formación, lo que
podría asimilarlo al Baudrillard del Sistema de los objetos y La sociedad de
consumo. En este sentido, me acuerdo de que Perec pensaba con razón que para
alcanzar el grado de realismo exigible a una obra narrativa contemporánea se
debía recurrir, paradójicamente, a los dispositivos de expresión y las
estrategias creativas más artificiales.
Me acuerdo de que Perec parecía algo olvidado
por aquí últimamente, tras la eclosión de su presencia editorial a finales de
los ochenta. Me acuerdo de entonces. Es una magnifica iniciativa publicar Me
acuerdo ahora que todos, los jóvenes y los menos jóvenes, vivimos al borde de
la amnesia, como robotizados personajes de una novela de ciencia ficción
(subgénero que gustaba a Perec, según recuerdo). Me acuerdo de que Perec murió
en 1982 y no tuvo ocasión de ver Blade Runner. En cierto modo, este libro
inclasificable prefigura con humor el modelo mnemónico de los androides del
presente y del futuro.
Me acuerdo también de que yo pensaba entonces
que un lector ideal debía ser capaz de sostener en su mano derecha los libros
de Perec y en la izquierda, a pesar de su tamaño, los de Thomas Pynchon (¿o era
al revés?). Me acuerdo de que esta concepción estereoscópica de la ficción era
una prueba de la importancia de Perec. Una prueba de la importancia de la
literatura quizá. No sé. Me sigo acordando mucho de Perec, después de todo este
tiempo.
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