[Angela Carter, La
cámara sangrienta, Sexto Piso, trad.: Jesús Gómez Gutiérrez, 2017, págs.
208]
Toda forma de supeditación al otro, en el sexo o
en la economía, la política, la religión o la sociedad, viene fundada en mitos
y supercherías. Mientras la gente se las crea la cosa funciona. Las
supersticiones populares y los cuentos de hadas no son solo una forma de
preservar el dominio, o de expandir una visión de la realidad que conviene al
orden establecido, sino también una forma de instrucción y disciplina para la
vida. Inculcando miedos y paralizando el deseo, así ha funcionado a lo largo de
siglos la nociva maquinaria narrativa de los cuentos folclóricos. Así parece
seguir funcionando hoy esa seudoliteratura infantil y juvenil que intoxica el
cerebro de los más jóvenes con tonterías sin cuento.
Angela Carter (1940-1992) es una de las escritoras más importantes del siglo veinte, como
demuestran novelas imprescindibles como “Las infernales máquinas del deseo del Dr. Hoffman” o “La pasión de la nueva Eva”,
entre otras muchas. Fue adscrita desde sus inicios a una versión anglosajona
del “realismo mágico” por su propensión a inspirarse en mitos y fábulas del
acervo colectivo, ese imaginario inconsciente que sustenta las culturas y los
modos de vida. Fascinada por el poder fantástico de estas narraciones populares,
Carter recopiló, durante toda su vida, colecciones de antiguos cuentos de hadas
y de modernas perversiones realizadas por escritoras deseosas de liberarse del
yugo imaginario que somete a las mujeres aún hoy a las ficciones patriarcales.
Con toda intención, Carter se arriesgó a fines
de los setenta a una doble aventura intelectual y artística: estudiar a Sade
desde una perspectiva feminista libérrima y reescribir así mismo los cuentos de
hadas más decisivos en la configuración de una psique femenina subalterna. La
primera tarea dio lugar a un tratado extraordinario (“La mujer sadiana”), una
de las aproximaciones más lúcidas y desinhibidas a la compleja e inagotable
obra de Sade, en la que Carter, como las múltiples bellas de sus relatos,
escenifica una sinuosa danza intelectual en torno de la Gran Bestia misógina y
se desnuda para ella sin complejos mientras la corteja y seduce con sus
encantos. La segunda tarea, aún más relevante si cabe, produjo esta
imprescindible colección de relatos que Sexto Piso reedita ahora revisada y
aumentada, con impresionantes ilustraciones de Alejandra
Acosta.
“Todo arquetipo es espurio”, declaraba Carter en
su monografía sadiana y las polémicas ideas
expuestas en esta (“La pornografía al servicio de la mujer” y demás tesis
provocativas para el ideario feminista más pacato) contaminan la sensibilidad y
el tratamiento de la ficción de esta sorprendente galería de cuentos
revisitados por la imaginación perversa de Carter. Esta logra provocar tal
trasmutación de la perspectiva convencional de las versiones tradicionales que,
a poco que los lectores de ambos sexos se sientan cómplices de la operación, serán
seducidos sin remedio por las placenteras caricias y zarpazos estilísticos de
la escritura, de un refinado sadismo al abordar la procacidad de ciertas
situaciones escabrosas y la violencia perturbadora de ciertas emociones
inconfesables.
En esta pornográfica fiesta de la imaginación
literaria, Carter maneja con gran pericia tanto la fingida candidez de sus
heroínas como el espectacular despliegue de efectos escénicos y metáforas
deslumbrantes sobre asuntos tan serios como el malentendido sexual, la
animalidad profunda, el erotismo y la muerte, las relaciones de poder y la jerarquía de clases y castas, las
servidumbres y contradicciones del deseo, las paradojas y perversiones ligadas
a la condición femenina, etc.
Todas las piezas de este festín de imágenes y
voces son magistrales. El excelente pórtico del libro (“La cámara sangrienta”)
revuelve con ferocidad en las entrañas del “Barbazul” de Perrault para destripar
sus miserias y flaquezas. No obstante, donde brilla la inventiva de Carter con
más subversiva crueldad y malicia es en sus múltiples remezclas de “La bella y
la bestia” y de “Caperucita roja”, relatos originales donde el acoplamiento con
las criaturas más temibles y peligrosas, ya sea el tigre, el león, el lobo o “el rey de los trasgos”, transforman a las
novias o amantes protagonistas en aventureras morales de una renovada
configuración de la identidad femenina, con esa maravillosa pieza final que es
“Lobalicia”, la niña-loba que se hace carne de mujer mirándose, sin miedo, en
el espejo de sus deseos.
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