[Michel
Leiris, Noches sin noche y algunos días sin día, Sexto Piso,
trad.: David M. Copé, 2017, págs. 243]
Une monstrueuse
aberration fait croire aux hommes que le langage est né pour faciliter leurs
relations naturelles...En disséquant les mots que nous aimons, nous découvrons
leurs vertus les plus cachées et leurs ramifications secrètes qui se propagent
à travers tout le langage.
[Una monstruosa
aberración hace creer a los hombres que el lenguaje nació para facilitar sus
relaciones naturales…Al disecar las palabras que amamos, descubrimos sus
virtudes más ocultas y sus ramificaciones secretas que se propagan a través de
todo el lenguaje.]
-Michel Leiris, Mots sans mémoire-
Los sueños han sido siempre un motivo equívoco. Los
antiguos siempre le atribuyeron un poder mágico. En el siglo dieciocho, según
cuenta la baronesa Blixen, en la buena sociedad era considerado tedioso y de
mal gusto contar los sueños que uno hubiera tenido la noche anterior. La
mención al acto de dormir podría resultar provocativa en un mundo aristocrático
donde la cama era objeto exclusivo de litigio marital o adulterino. Todo cambia
por primera vez con el romanticismo, que hace del sueño y de la evasión onírica
a realidades menos ásperas uno de los puntos fuertes de su ideario.
Freud revoluciona el conocimiento de los sueños a
finales del siglo diecinueve cuando les atribuye la condición de apertura a la ciénaga
del inconsciente individual y la vida psíquica. Además, descubre tras las
imágenes y las palabras de los sueños una retórica de asociaciones y
combinaciones, condensaciones y sustituciones que vuelven locas las categorías
inocentes con que hasta entonces se había entendido el acto de soñar.
Pero son los surrealistas (mal llamados así en
español, sería más correcto llamarlos superrealistas) los que revolucionan el
arte y la literatura de los años veinte, en un contexto cultural tan cartesiano
como el francés, cuando incorporan la fusión de realidad y sueño a sus
intempestivos manifiestos y actuaciones. Entre sus obras más originales y subversivas siempre conviene incluir “Un perro andaluz”, un autorretrato psicótico y
visionario de la masculinidad surgido de la intersección del cerebro febril de
Dalí y las manipulaciones oculares de Buñuel.
Michel Leiris (1901-1990) fue uno de los grandes
periféricos del surrealismo, uno de esos escritores, como Gracq, Bataille,
Queneau o Klossowski, inseminados por las genuinas aportaciones del movimiento artístico
e intelectual liderado por el pope André Breton. Desde muy pronto, a Leiris le
interesa utilizar la escritura para profundizar en los aspectos más turbios de
su psique y afianzar una relación entre esta y su vida con el fin de transformar
la literatura, como dice en uno de sus textos más famosos, en una tauromaquia.
Es decir, en un ritual de peligro y desafío donde el escritor se arriesgue,
convocando a la bestia negra encerrada en su psique, a recibir una cornada en
el ego mientras torea a la fiera con alambicados juegos de palabras y una
sintaxis exacta y elegante.
Con este planteamiento singular, Leiris dio a
luz una primera tentativa lograda de autobiografía parcial (“Edad de hombre”;
1939) y luego su notoria tetralogía total (“La Regla del Juego”; 1948-1976).
Este libro inimitable lo concibe como un dietario de sueños y comienza a
escribirlo a partir de 1924, antes de sus proyectos autobiográficos más
rigurosos, cuando era un poeta nervaliano aficionado a los retruécanos novelescos
de Raymond Roussel y un veinteañero atraído por la etnología, una de las
pasiones de su vida, y lo clausura en 1960, cuando la fórmula patafísica parece
agotada.
Leiris anota sus sueños, les añade jugosos comentarios
o los completa con recuerdos asociados. Algunos sueños descritos funcionan como
aforismos o microrrelatos y otros como novelas comprimidas con un toque
kafkiano indudable. El erotismo es el agente provocador de muchos sueños registrados:
un erotismo que revela los fantasmas y obsesiones sexuales de Leiris así como
de toda su generación, hasta el punto que algunos de ellos adoptan los rasgos de
famosos cuadros surrealistas o de pintores afines como Clovis Trouille.
En uno de sus libros menos conocidos, “La Boutique
obscure”, inspirado por Leiris, Georges Perec relata 124 sueños y dice que el
sueño es una “película imposible” donde el soñador hace a la vez de actor
principal, director y espectador. Así se comporta Leiris en los mejores sueños de
este maravilloso compendio onírico de su vida mental nocturna.
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