[Sarah Waters, Los
huéspedes de pago, Anagrama, trad.: Jaime Zulaika, 2017, págs. 607]
Todos
recordamos esas hermosas palabras de Nietzsche en La Gaya Ciencia cuando
proclamaba que la vida, por su encantadora forma de encubrir su potencial, es
una mujer.
Los espectadores de una teleserie como Taboo y
los lectores de las novelas victorianas de Sarah Waters y Michel Faber, entre
otros, saben que la ficción histórica de nuestro tiempo sirve para volver a
imaginar el pasado con sensibilidad contemporánea e introducir en el cuadro de
la época todos aquellos elementos que el retrato más convencional de esta excluía
o marginaba. Si hay un componente que las narrativas históricas han reprimido o
ninguneado por sistema es la homosexualidad, masculina o femenina, y la
diversidad sexual en toda su magnitud.
Además de una gran novelista, Sarah Waters, como
muestra su tesis doctoral (“Pieles de lobo y togas: la ficción histórica
lésbica y gay desde 1870 hasta el presente”), es una experta académica en estas
delicadas cuestiones y no es casual que haya elegido la forma de la novela
histórica para desviarla o pervertirla con objeto de reelaborar la visión heredada
del pasado en clave lésbica, es decir, subrayando los signos del deseo femenino
en su expresión más libre y transgresora respecto de los códigos de la cultura
patriarcal, como lo hiciera Patricia Highsmith en El precio de la sal (aka Carol) explotando los húmedos recursos del lesbian pulp.
Así ha sido en todas sus novelas, con especial
brillo en El lustre de la perla y Falsa identidad, y así vuelve a ser en la
más reciente producción de su factoría fantástica. Como decía Waters en su
tesis, las décadas transcurridas entre las dos guerras mundiales fueron
especialmente importantes para la subcultura lésbica de Europa y América, tanto
para adquirir visibilidad como por la reacción negativa contra ella.
Los huéspedes de pago se ambienta en 1922,
seis años antes de que se publiquen dos grandes clásicos de la novela lesbiana:
la escandalosa y prohibida El pozo de la soledad de Radclyffe-Hall y la
canónica Orlando de Virginia Woolf. Ambas novelas surgen de las tortuosas
experiencias de sus autoras. El apasionado amor de Virginia por la fascinante Vita
Sackville constituye un paradigma de los peligros y conmociones vitales
derivados de un deseo despreciado por la mentalidad puritana. La culpabilidad
aneja a la transgresión del tabú condujo, incluso, a la romántica Radclyffe-Hall
a atribuir al sexo lésbico la carencia de placer.
Waters ha tenido en cuenta todos estos
antecedentes al tramar con maestría una novela donde el amor que surge entre
dos mujeres jóvenes (Frances y Lilian) a las que todo opone en la vida le
permite recrear un cuadro ambicioso y crudo de la época. Historia pasional
regada con un gozoso erotismo femenino, de una parte, y, de otra, historia criminal
con investigación policial y juicio incorporado, Los huéspedes de pago conjuga el antagonismo freudiano del Eros y el Tánatos con realismo
escalofriante.
De manera enciclopédica, Waters no deja escapar
ninguno de los motivos que el período social y la mentalidad dominante le
brindan: las secuelas bélicas en los jóvenes, los rigores fúnebres del
matrimonio y la maternidad, la familia represiva, el adulterio y el aborto, el
crimen como consumación de unas relaciones de clase y poder abocadas a la
violencia y la frustración.
Como era lógico, Waters engrasa su perfecto mecanismo
narrativo con una revisión crítica de los roles femeninos, rehuyendo con
inteligencia la tentación del idilio y la idealización, en un mundo donde
comenzaba a manifestarse la complejidad moderna de los afectos.
Con todo, el recurso novelesco más seductor reside
en la expresión de la vida del cuerpo. La prosa de Waters destila sensualidad y
demuestra que imprimir el sesgo femenino en la escritura requiere de una jugosa
plusvalía de sensaciones íntimas que hagan vibrante el relato de la vivencia
que rebosa carnalidad, placer y exuberancia emocional.
2 comentarios:
¡Ja ja!
Me vas a llamar snob, y probablemente lo sea (a mucha honra), pero yo a la Waters la veo un toque Berkana, que.... no sé, no sé. Lo que más me gusta de ella, algo que tu apuntas ¡cómo no!, es la recreación histórica de ese britanian common cultural life, tan imprescindible para que hayan aparecido en escena bandas como Pulp o hembrones tan fascinantes como Emma Thompson.
Igual me la leo, porque me gusta como escribe SW. Pero sus argumentos, o más precisamente, los gimmick a los que recurre para intentar cuadrarlos, son un poquitillo bluff; no me digas que no.
Si te atreves a meter intriga en tus novelas, es para dejar al lector patidifuso en algún momento de la trama. Y si puede ser con su desenlace, mejor que mejor. Si no, no la metas. A alguien que escribe tan bien como Waters no le haría falta y se evitaría que algun@s lector@s, como yo mismo, no nos sintiesemos un pelín decepcionados al llegar a la palabra fin.
Como siempre. Muchos abrazos ;-)
No le veo snob, amigo Gracq, sino un tanto filisteo: mira que comparar a Sara Aguas con las novelistas pompier del FELGTB!...
En esta gran novela, el esfuerzo historicista es muy logrado, la historia pasional apasionante (sic) y el giro criminal brillante. De todos modos, no se engañe, el elemento erótico y sensual es lo que irriga de jugos y lubrica la lectura de las quizá excesivas 600 páginas...
Abrazos desvelados!
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