Yo también, como cuenta
Nacho Vigalondo en este estupendo libro, lo primero que vi de Twin Peaks fue el falsario
episodio piloto en su versión para el mercado europeo. Lo encontré en agosto
del 90 en el anaquel de novedades del videoclub Casablanca, mi favorito de entonces en Málaga. Un
cartucho de vídeo caído directamente de Tlön o de Uqbar, o de cualquier otro remoto
mundo concebido por la imaginación humana en estado delirante, para confundir
todas las categorías kantianas y los límites cognitivos y/o estéticos de la
(meta)ficción televisiva. Lynch acababa de ganar la Palma de oro en Cannes por Corazón salvaje y estaba en el pináculo de la gloria cinematográfica y televisiva al
mismo tiempo, tras el exitazo americano de la primera temporada de Twin Peaks. Ya después, en su estreno español, tuve ocasión de comprobar todos
los infundios y las falacias que el piloto manipulado inducía a pensar. En este
oportuno libro, hay de todo, como suele decirse, y muy bueno: desde viajes ególatras al confín
de la provincia mental de algunos de sus autores, en intersección más o menos previsible con el territorio cartografiado de la serie, hasta lúcidas
aproximaciones a Lynch y a sus diabólicas criaturas de la América profunda. Su
lectura íntegra, en el orden aleatorio que se prefiera, es más que recomendable, antes y después de asistir a la
resurrección digital de la teleserie más famosa e influyente de los grandiosos noventa…
[VV. AA., Regreso
a Twin Peaks, Raquel Crisóstomo y Enric Ros (eds.), Errata Naturae, 2017, págs.
305]
David
Lynch va a la televisión y la cambia y nos cambia.
-G. Cabrera Infante-
Ahora que Twin Peaks reaparece en televisión,
vamos a ser honestos. Quien había padecido la perturbación emocional y el
vértigo estético de Eraserhead y Terciopelo azul no podía sentir ante las
imágenes de Twin Peaks un estremecimiento nuevo. La revolución de la serie no
residía tanto en las imágenes como en el trabajo de las imágenes en la mente
del espectador televisivo aposentado en su espacio doméstico.
El fan de Lynch asistía entonces a ese momento
culminante de la carrera de su artista admirado en que este decide
universalizar su arte, hacerlo asequible a una audiencia mucho más vasta de
espectadores comunes. Esa fue la primera razón de su éxito y también de su
fracaso. Twin Peaks conoció a ambos impostores con igual contundencia. En la
primera temporada, estrenada en la primavera de 1990, un artista raro y
singular como Lynch alcanzó un grado de popularidad infrecuente. Durante la segunda,
emitida con perniciosa discontinuidad en la temporada 1990/91, Lynch padeció un
linchamiento condigno del encumbramiento previo.
El malentendido había consumado su obra maestra
convirtiendo a Twin Peaks en el precedente de las teleseries más amadas y
odiadas de nuestro tiempo, esas mismas que se convierten en un ambiguo culto
religioso que solo se puede actualizar mediante el visionado en bucle de sus
episodios y temporadas.
Para exorcizar la influencia funesta de ese
fracaso, Lynch no pudo sino escenificar un regreso al lugar infernal en que se
había quedado atrapada la serie y él mismo como creador en el episodio final de
la segunda temporada. No tardó mucho en planificar su venganza cinematográfica contra
el medio televisivo y el público adicto a sus emisiones cotidianas. Twin Peaks: Fuego camina conmigo no era otra cosa que una maléfica vuelta de tuerca al
mundo original de la serie y a sus falsas expectativas de normalización
artística.
No entiende nada de Lynch quien no se enfrente
al dilema de un artista de vanguardia que es al mismo tiempo un creador genuino
nutrido por la mentalidad bimembre de la cultura popular americana: atrevida y
cursi, obsesiva e ingenua, fetichista y puritana, viciosa y angelical, tenebrosa
y radiante. Como lo es Laura Palmer, la víctima propiciatoria en torno a cuyo
sacrificio se organiza la trama de la serie y que da sentido con su vida y con
su muerte a la visión de América que transmite Lynch.
Todo estaba ya en Terciopelo azul, esa perversa
parábola sobre la dialéctica de la bondad y la maldad humanas. En Twin Peaks la historia se expande y ramifica a medida que el espacio se puebla de
personajes y de situaciones cada vez más grotescas y delirantes hasta la
dislocación de los episodios finales, donde la serie se enreda hasta volverse
interminable. La idea inicial de Lynch y de su cómplice Mark Frost, en sintonía
con los finales optimistas de Terciopelo azul y Corazón salvaje, no era
permitir que la serie concluyera con el triunfo definitivo del mal. La imagen
terrible del agente Cooper mirando al sesgo para revelar que el espíritu maligno
se ha apoderado de él, tras sus incursiones al otro lado del espejo de la vida
y la muerte, es la que torna incierto este regreso de la tercera temporada.
Veintisiete años después, Twin Peaks vuelve a
la televisión. Es la ley de Lynch. El eterno retorno de los escenarios y los
paisajes, los misterios inexplicables y la materia oscura de la realidad
americana. El bucle infinito que anuda las imágenes de la pantalla y las mentes
de los espectadores.
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