En plena crisis económica, la abundancia de editoriales independientes subraya el triunfo de la literatura y el pensamiento sobre el negocio. Un triunfo de la diversidad y también del gusto. Así se compone el catálogo de una de las editoriales novísimas más interesantes, Errata Naturae. Para confirmarlo, me propongo abordar tres de sus más recientes publicaciones. Una contundente exhibición de coherencia y rigor.
Nueva York, de Pier Paolo Pasolini, apasionante libro centrado en los viajes del escritor italiano a la ciudad de Nueva York a finales de una década tan turbulenta como los años sesenta. Se han cumplido ya veinticinco años de la espantosa muerte de Pasolini, una de las grandes figuras de la cultura y no sólo la literatura europeas del siglo XX: poeta inmenso, novelista y ensayista provocador, cineasta transgresor, y, en general, ciudadano incómodo para todas las sectas de la izquierda y la derecha por su intransigencia al abordar cualquier cuestión considerada polémica por la sociedad, siempre enfocada desde la perspectiva menos previsible o conformista. De este carácter indómito da prueba una vez más, para escándalo de su interlocutor, la larga entrevista contenida en el libro. Pasolini expresa en ella, como en el texto que la sigue (“Nueva York es una guerra”), la evolución dramática de su pensamiento: enfrentado al cambio social en curso, con la implantación del consumo como cultura dominante de una clase proletaria en fase de aburguesamiento acelerado, Pasolini anuncia, como "crisis personal" y desmoralización creativa, el melancólico final de una concepción estrechamente política y populista del arte en la que había creído hasta entonces (con Gramsci como inspirador principal de su ideario) y, en consecuencia, la pretensión, bastante paradójica para un marxista heterodoxo como él, de hallar un refugio elitista donde preservar las herejías del pensamiento y la estética de la corrupción de las masas por la barbarie consumista y tecnológica (un arte "no consumible", un cine "más difícil, más árido, más complicado", etc.). En cierto modo, este aspecto controvertido podría considerarse el punto muerto de toda una idea del arte y la cultura del siglo XX. Una antinomia intelectual que, en pleno triunfo de la globalización y el mercado, estaría acendrando aún más sus nocivas contradicciones.
Mutaciones del cine contemporáneo (Movie Mutations), coordinado por el crítico norteamericano Jonathan Rosenbaum y el australiano Adrian Martin, es uno de los libros más importantes e influyentes en la crítica fílmica y en la visión general del cine de la última década. Por eso, a pesar del retraso de su aparición, se hace necesario celebrarla como corresponde. Un aspecto formal que confiere fuerza al proyecto es su dimensión de obra en curso. El puñado de cartas que abren el libro, escritas entre abril y septiembre de 1997, constituyen el germen originario del proyecto y trazan una red de relaciones entre cinéfilos franceses, austriacos, australianos y norteamericanos que se ampliará después, hasta 2002, fecha de la primera edición en inglés, con japoneses, argentinos, iraníes, eslovacos, canadienses, etc. El efecto inicial de esta estrategia es la de llamar la atención sobre la mundialización del cine, el fenómeno determinante, desde finales de los noventa, de una reinvención de la cinefilia que, sin abandonar la arbitrariedad del gusto individual, esté a la par de las transformaciones artísticas, culturales, políticas y tecnológicas que han afectado al cine tras su primer centenario. En este sentido, este tratado imprescindible sobre las metamorfosis del primer medio artístico masivo y globalizado plantea el desafío de buscarle una aproximación tan cosmopolita en lo cultural como marcada por la geopolítica del nuevo siglo. Como es obvio, algunos de sus análisis podrán no ser de rigurosa actualidad, lo que no disminuye su interés, pero la inteligencia de juicio mostrada por todos los colaboradores a la hora de evidenciar la riqueza inédita que se oculta en el pasado del cine mundial y el asombro estético que aún cabe encontrar, a pesar de las tensiones económicas que tratan de anular su potencial creativo, en un cine tan descentrado y multicultural como el contemporáneo, justifican de sobra la lectura.
Teleshakespeare, de Jorge Carrión, expande la lógica de esta triple jugada editorial con su penetrante abordaje de “la edad de oro” de las teleseries americanas (como la calificó Cahiers du Cinéma en un dossier especial incluido en el número de julio-agosto de 2003). El fenómeno cultural por excelencia del siglo XXI es el culto extendido a estos artefactos de ficción que amenazan la primacía del cine y rivalizan con la adicción adolescente a los videojuegos. La tesis central del libro defiende que nos encontramos “en un momento histórico de una complejidad semiótica sin precedentes”. Y eso da origen, en todos los ámbitos de la creación, al surgimiento de la “ficción cuántica”, como sostiene Carrión en el prólogo (concebido, por cierto, como teórico “episodio piloto” de una aún más teórica teleserie de teleseries). Una ficción mutante producida "en el mayor número de lenguajes y formatos", que sea capaz, además, de asumir la complejidad científica del presente y la crítica social e histórica "como vehículo de conocimiento disfrazado de vehículo de entretenimiento". De todos los formatos mediáticos actuales, las teleseries son, según Carrión, los que poseen más cualidades afines a la literatura, de ahí el ingenioso título y quizá la pasión que despiertan en tantos escritores actuales (como se podrá comprobar con creces en el próximo número de la revista Quimera). No en vano, el éxito de las teleseries, sobre todo americanas, es el triunfo de los guionistas. El triunfo gremial de la (sub)literatura de las cuadrillas de guionistas que diseñan los giros argumentales de episodio en episodio, de temporada en temporada, para explotar al máximo, no siempre con el mismo acierto, el planteamiento original. Carrión revisa con erudición las teleseries más reconocidas (Mad Men, Los Soprano, Breaking Bad, Fringe, Californication, The Wire o Perdidos, por citar algunas de mis preferidas) con el fin de establecer una teoría consistente sobre este producto de paradójica creatividad que basa su principal encanto en la extensión temporal de las historias y la potenciación carismática de los personajes, mientras (por imperativos presupuestarios y de audiencia) descuida el montaje y la planificación. Aunque eche en falta un análisis más detallado de series históricas tan importantes como Twin Peaks, o tan significativas de nuestro tiempo como Nip/Tuck, Teleshakespeare constituye una guía imprescindible para extraviarse sin miedo en los laberintos de la fruición televisiva.
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