Este es un libro sobre lo irreparable. Lo
irreparable, como decía Agamben, es que las cosas sean como son. Como el mundo
es, esto es lo irreparable. Pero esto no lo vuelve trascendente. Al contrario,
como dice Rushdie, evocando a Kundera, en este libro conmovedor y veraz como
pocos: la insoportable levedad del ser es la única verdad de la vida y del
mundo. Y, por tanto, el atentado que sufrió el 12 de agosto de 2022 por parte
de un fanático descerebrado en nombre de Alá se integra en esa cadena de
absurdos que constituyen la trama de la existencia humana. La diferencia es que
el cuchillo afirma de manera absoluta, durante el acto por el que un terrorista
integrista pretende acabar con la vida de un escritor ateo, el poder criminal de
la ortodoxia y el fundamentalismo frente al arte y la libertad de pensamiento y
expresión.
Si la vida no es trascendente, en suma, cualquier
acto cometido contra ella tampoco. Esto es lo que obsesiona a Rushie,
maltrecho, tuerto, casi ciego como Borges y manco como Cervantes. Un emblema de
la sabiduría de la literatura y la cultura frente a la barbarie y la
irracionalidad. Como decía Christopher Hitchens sobre la fetua contra Los
versos satánicos: en un lado se pone todo lo que odio, la dictadura, la
religión, la estupidez, la demagogia, la censura, el acoso y la intimidación, y
en el otro todo lo que amo, la literatura, la ironía, el humor, el individuo y
la libertad de expresión. Treinta y cinco años después de la sentencia del
ayatolá contra el autor del libro sacrílego, y casi dos años después de su
ejecución parcial, la elección del programa político al que deberíamos apoyar
no ofrece alternativa, aunque cierta izquierda sectaria naufrague hoy en la confusión moral
y el dogmatismo ideológico del multiculturalismo mal entendido.
Lo irreparable es que nada vuelva a ser igual para
Rushdie después del atentado, ni para su cuerpo ni para su cerebro creativo.
Las dudas sobre las expectativas de una vida mermada, a pesar de todo, las
dudas sobre la vivencia cotidiana y sobre la posibilidad de volver a crear
novelas que estén a la altura de su obra anterior, se ven resueltas por el acto
de amor que entraña también la escritura de esta confesión dolorosa. La lectura
del libro es un testimonio del combate de la inteligencia contra el fanatismo
y de la recuperación del escritor que necesita superar el trauma y creer de
nuevo en sí mismo. Y, al mismo tiempo, la constatación de que solo el amor de
una mujer como Rachel Eliza Griffiths está por encima de todo. El amor lo vence
todo, como decía Virgilio. El amor humano, no el divino, tan peligroso como el
odio.
Una religión que utiliza la muerte como instrumento de su credo, o como defensa de su doctrina, es una religión que merece ser considerada como religión de la muerte. Y eso es lo que revela a Rushdie el cuchillo que estuvo a punto de acabar con su vida. La muerte es la antítesis del amor. La religión del amor no enarbola cuchillos ni armas mortíferas. La religión del amor es la única religión, o creencia moral, o ética, que los seres humanos deberían profesar para dar un salto evolutivo que dejara atrás la violencia y la incultura. Este libro de Rushdie es, en el fondo, un alegato humanista para una sociedad que le está volviendo la espalda, por cinismo y estupidez, a los valores culturales del humanismo. Solo por esto, sería de lectura obligatoria.
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