El
realismo, pasada la juventud, es una forma de lucidez. Y perder las ilusiones
inmaduras una exigencia. El realismo ya no está de moda. Me pregunto, sin
embargo, qué entienden por realismo quienes declaran anacrónica la actitud realista
si se examina el ilusionismo político dominante. Veo con retraso la película “Las
ilusiones perdidas”, ocasión de celebrar el genio de Balzac y la grandeza del
cine francés, y constato que hace dos siglos las cosas ya estaban como ahora.
Qué ilusión perdida la del tiempo que pasa haciéndonos creer que cambia y se
vuelve distinto a lo que es en realidad. A quién beneficiará esta ilusión de
progreso, me digo, viendo el estado actual del mundo, tan aciago como anodino.
En tiempos
de Balzac, el dinero también lo compraba todo: prestigio, medios, opiniones, aplausos,
encuestas. El poder del dinero es corrosivo. Lo tienes o no lo tienes, en el
bolsillo o en el banco, a disposición ahora de los caprichos presupuestarios de
Sánchez. A base de impuestos y demagogia pretende comprar la reelección. No
tiene sentido. Su mandato está tan agotado como su discurso. El sanchismo es
una pasión inútil y provocará melancolía en sus partidarios. A falta de otros mecanismos
de control, solo cabe encomendarse a la inteligencia de los votantes.
Otra
impostura institucional son los amaños mafiosos del Mundial de fútbol. Con
Catar, desde hace años, todo es acatar y coger la pasta. Los gobiernos bombardean
a los ciudadanos con mensajes de propaganda para acusarlos de no ser nunca lo
bastante solidarios con la causa feminista, homosexual o transexual, mientras toleran
la impunidad de quienes hacen negocios turbios con regímenes islámicos infames.
Hipocresía y cinismo, cursilería buenista y cobardía política, como el silencio
oficial ante las airadas protestas de las mujeres iraníes, constituyen la
combinación ideológica más nociva del poder occidental, incapaz de preservar
sus presuntos valores cuando el signo del dólar o el rial se impone como soborno
irresistible.
En este escenario, la sopa de sangre arrojada por dos descerebradas contra los girasoles visionarios de Van Gogh en un museo londinense delata la estupidez de los ricos concienciados. Esta repugnante clase es la especie más peligrosa del planeta. Si no lo evitamos, esos millonarios idiotas y sus seguidores acabarán destruyendo, en nombre de entelequias climáticas o de lo que sea, toda forma de vida inteligente sobre esta bendita tierra. Realismo UHD hasta el fin de los tiempos.
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