Qué enigma policial el sabotaje de los gaseoductos bálticos. La guerra de Ucrania ha entrado en bucle. Ahora Putin propone el alto el fuego a cambio de la anexión de los territorios ocupados. Europa puede verse tentada, en vísperas del invierno, a presionar a Ucrania para que negocie la paz con Rusia. Y Estados Unidos se opone. Biden necesita que esta guerra se prolongue, cueste lo que cueste, para extraerle el máximo beneficio político y económico. El escenario no puede ser más complejo. No especulo.
Haría falta la inteligencia de un Dupin o un Sherlock Holmes
para desentrañar el misterio de la voladura de los Nord Stream, otro asunto
espinoso como la covid. No tiene sentido que la ejecutara Putin, atrincherado
tras sus fronteras ilegales, y si han sido los americanos, evidenciando sus
intenciones, la UE tiene un problema añadido, decidir si aceptará o no las
nuevas reglas del juego geopolítico impuestas por su aliado. El enredo es
enorme y ya escucho, desde mi torre de marfil, el clamor de los damnificados.
Queremos tanto a Putin, dicen los fachas, que no permitiremos que esta guerra
suponga su fin y le perdonamos todo mientras siga actuando como baluarte de los
valores occidentales más rancios. Queremos tanto a Putin, dicen los comunistas,
que justificamos sus crímenes si continúa desafiando la hegemonía imperialista
del Pentágono y la OTAN. Triste panorama.
A todo esto, la ilusión del futuro hoy no tiene futuro. La especulación sobre el futuro se vuelve contra su autor. Reinventar el pasado es el gesto típico de nuestro tiempo. Ya nadie moviliza la voluntad ciudadana con propuestas utópicas. Las medidas políticas se toman en imperativo de presente. El futuro ha quedado en manos de publicistas a sueldo del poder. En esta situación, es un acierto la película de David Cronenberg “Crímenes del futuro”. Cronenberg no hace cine sino arqueologías del futuro. Cronenberg es el cronista lúcido del apocalipsis poshumano contado como carnaval de cuerpos a la deriva por un mundo en crisis donde ha sido abolida la diferencia entre lo natural y lo artificial. No es el fin de la vida, sino el principio de una nueva vida. El niño con un metabolismo que ingiere y digiere plásticos y el artista que engendra órganos mutantes en su cuerpo son los ángeles del porvenir. En comparación, cualquier publicidad positiva sobre el futuro suena a chiste infantil. La izquierda se preocupa demasiado por los crímenes del pasado. Los crímenes del futuro se cometen en el presente.
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