[Hoy se presenta mi libro YIN Y YANG. EL PODER DE EROS EN LAS LITERATURAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE (Editorial Comares) y este es el texto de la introducción. El acto se retransmite también en streaming: https://youtu.be/2PHG99pkQns]
Es importante comprender que las concepciones antiguas y las
obras que responden a ellas con fidelidad artística, desde la cultura
occidental o desde la oriental, son abordadas con una mirada contemporánea que
quiere eludir esos dos errores intelectuales antagónicos, el anacronismo
moderno del juicio y la defensa a ultranza de lo viejo, en materias tan
refinadas y esenciales como el sexo y el erotismo. La mirada que afronta el
examen de las obras se alimenta de teorías contemporáneas, de ahí su actualidad
y pertinencia, pero no violenta sus relaciones forzando exégesis ajenas a sus
planteamientos. Mi método de estudio prefiere establecer un contraste recíproco
entre los presupuestos de nuestro tiempo, tan cargados a veces de ideología
espuria como de verdades necesarias, y las ideas que emanan de las obras
nacidas en otras culturas o épocas históricas. Mutuo enriquecimiento e
iluminación, es la vía que prefiero y que conduce todas las reflexiones para
alcanzar la lucidez sexual que, en definitiva, la literatura aspira a causar en
la mente del lector.
El Eros adopta máscaras venéreas a lo largo de la historia
con el fin de encubrir su poderío y vigor y también hacerse aún más atractivo
para sus súbditos. El Eros es una fuerza tan colosal que ni todas las morales,
prohibiciones y policías del mundo pueden frenarla. Lo más que se puede hacer
es refinar y controlar su acción, moderar su culto, trabarlo con artificios legales
y técnicas milagrosas y rendirle pleitesía con inteligencia y cautela. En esto,
la literatura ha sido la forma de presentación y representación preferida,
acaso solo igualada por la pintura. De ahí que sea posible a través de la
literatura mundial conocer y comprender las diversas interpretaciones del deseo
sexual que cada cultura, elaborando respuestas locales a una problemática
universal, ha producido como repertorio de estimulación y aderezo de la vida de
las parejas, así como garantía de la atracción y el atractivo entre los sexos,
más allá de la necesidad de conservar la especie mediante la procreación. El erotismo
como juego, como diversión, como estímulo vital, es en la literatura y, en
concreto, en la narrativa, donde mejor se ha plasmado. La literatura ha sido la
encargada durante siglos de contarlo todo sobre la vida erótica, se ha
constituido en el discurso de esa parte de la realidad que no era registrada
por ningún otro discurso público, se ha construido así mismo como la lengua de lo
escabroso y lo perverso, lo prohibido y lo nefando, lo infame y clandestino, lo
no dicho y lo por todos sabido, aunque callado también por todos. Sin la
literatura no sabríamos cómo ha sido el diálogo entre los sexos y sus múltiples
variaciones culturales y sociales.
El erotismo no es solo la fuerza que comunica los cuerpos y
los hace vibrar y arder de deseo y placer, es también una forma de expresión
verbal, una manera de transformar la energía sexual en palabras ardientes y
discursos contagiosos, un modo de trascender las imposiciones morales de la
carnalidad y transformarlas en voz libre y en belleza admirable, en seducción
estética y goce libidinal. En el recorrido que incorpora este libro, han jugado
un papel fundamental las adquisiciones intelectuales del siglo XX: ya sean las
de Georges Bataille, que entendía el erotismo como afirmación de la vida hasta
la muerte y experiencia interior de ese enfrentamiento existencial, y Octavio
Paz, que lo veía como conjugación y conjunción de los signos del cuerpo, hasta
Michel Foucault, que entendía la historia de la sexualidad occidental como
voluntad de conocimiento y control de deseos más que como búsqueda de placeres,
y Camille Paglia, que atribuía al erotismo, desde la Grecia clásica hasta la
cultura popular coetánea, el conflicto dialéctico entre las máscaras
tragicómicas de lo masculino y lo femenino, lo político y lo natural, lo
apolíneo y lo dionisíaco, lo racional y lo instintivo. De todos ellos, por
razones inexplicables, solo Octavio Paz supo prestar atención inteligente al
Eros oriental, una de las grandes manifestaciones culturales sobre los sexos y
sus acoplamientos, rituales y técnicas.
Yin y yang, pues. El viaje interminable comienza, por ello,
en la China milenaria. El primer bloque de ensayos (“El Eros oriental
(clásico)”) aborda la materia erótica a partir de la novelística china de las
eras Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911), examinando los contenidos sexuales de
novelas tan importantes como el Jin Ping
Mei (“Jin Ping Mei: Un culebrón
chino”) o La alfombrilla de rezos de la
carne (Rouputuan; 1657) de Li Yu
(“Li Yu y el círculo vicioso de la carne: Un comentario sobre el Rouputuan”),
obras emblemáticas de la mentalidad china en la comprensión de los fenómenos
del sexo y de los cambios históricos que se estaban produciendo a fines del
período Ming. Otro ensayo (“Un cuarteto libertino”) trata de novelas menos
conocidas y a veces no traducidas, como la Historia
no oficial del lecho bordado (Xiuta
yeshi; 1597/1608), de Lü Tiancheng, comparándola con otras novelas eróticas
o pornográficas del mismo período como El
señor de la perfecta satisfacción (Ruyi
qun zhuan; 1520-1565), Bella de
Candor (Zhulin yeshi; siglo XVI)
o Historia de una mujer viciosa (Chipo
zhizhuan; mediados del siglo XVI), que son paradigmas de una visión
libertina de las relaciones amorosas que se anticipa dos siglos al surgimiento
de la novela galante y libertina francesa del siglo XVIII (Crébillon, Laclos,
Nerciat, Sade, Restif, etc.). Como el Yin y el Yang son los conceptos clave de
esta aproximación, no podía faltar un poeta como Wang Wei y un comentario a su
poesía sobre la naturaleza nutrida por la filosofía taoísta del yin (“Renacer
taoísta a la luz del yin”), como tampoco se podía sortear la enorme influencia
y prestigio de esa síntesis de la literatura clásica china que es Sueño en el pabellón rojo (Honloumeng; 1791) de Cao Xueqin, del que
se examina en un ensayo (“La lujuria de la mente: una nota sobre el erotismo de
Sueño en el pabellón rojo”) su idea
del erotismo a partir de un concepto singular (la “lujuria de la mente”) que
habría encantado a Baudelaire y a Nabokov, entre otros. Por último, dando por
sentado que el Eros chino inseminó a todas las culturas colindantes de Asia
oriental, desde Corea a Japón, pasando por el sudeste asiático, propongo un
estudio exhaustivo, quizá el primero escrito en español, de la primera novela
transexual de la historia: Torikaebaya
monogatari, un clásico polémico de la era Heian (siglo XII), que suscita
numerosas reflexiones sobre el género y el sexo de vigencia incuestionable
(“Masculin Féminin: Eros y karma en Torikaebaya
monogatari”). En el apéndice final completo la perspectiva con dos breves
textos sobre el papel del Eros en el pensamiento ascético de Yoshida Kenkō
(1284-1350) (“Pensamiento ocioso”) y en el mecanismo narrativo de las Mil y una noches (“Palimpsesto
oriental”).
El segundo bloque del libro (“El Eros libertino”) se ocupa
del fenómeno del libertinaje del siglo XVIII, comenzando, como es preceptivo,
por la sulfúrea novelística del Marqués de Sade (1740-1814), sus temas
dominantes y modelos discursivos preferidos (“El Marqués de Sade explicado a
las niñas”), mostrando que Sade, al contrario de lo que han sostenido muchos
estudiosos y expertos en su obra, no es solo un filósofo del falo, ni un
revolucionario total o un político panfletario, sino un novelista erótico y un
novelista consecuente: alguien que trascendía todos esos atributos y tomaba muy
en serio el valor de lo que Milan Kundera llamaba el “arte de la novela” a fin
de ofrecer un cuadro crudo y devastador del mundo social que le tocó conocer
desde una posición privilegiada, ese mundo anterior y posterior a la Revolución
francesa que tantas cosas cambiaría y tantas otras dejaría intactas. En la
órbita novelística de Sade, del que también estudio en detalle La filosofía en el tocador (1795) (“El
tocador de la filosofía”), otros ensayos de esta sección abordan novelas tan
significativas de la época como Las
relaciones peligrosas (1782) de Choderlos de Laclos (1741-1803), paradigma
de un libertinaje literario más mental que descriptivo, más en la línea austera
del “placer de la cabeza” del que hablara Roland Barthes (“Lucidez libertina”),
o la Shamela (1741) de Henry Fielding
(1707-1754), parodia cervantina y subversiva de los rancios valores morales de
la célebre Pamela (1740) de Samuel
Richardson (1689-1761) (“Palimpsesto celestinesco”). Y, para concluir, una
breve pieza (“Mozart en el tocador”) dedicada al libertinaje de una figura
esencial del siglo, el músico y compositor Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791),
autor de óperas tan libertinas como Don
Giovanni (1787) o Cosí fan tutte
(1789) con la colaboración en el libreto del ingenioso y libertino Lorenzo Da
Ponte (1749-1838).
El tercer bloque (“El Eros joyciano (Fils de joie)”) afronta
sin pudor la noción del Eros joyciano como goce textual, partiendo de una
relectura múltiple del Ulises de
James Joyce y del protagonismo del cuerpo y el lenguaje del cuerpo en su
discurso, sin olvidar la presencia verbal y carnal del yin de Molly Bloom en
las páginas finales de la novela y la reconciliación de los hombres y las
mujeres celebrada en sus aleluyas eróticos. El Eros joyciano tiene personalidad
propia, por eso ha sido tratado aquí con ciertas dosis de creatividad en el
planteamiento argumental, y se ha transmitido como un virus infeccioso a todas
las literaturas importantes. He preferido, sin embargo, examinarlo en el ámbito
del español a través de dos figuras esenciales del erotismo hispano como son el
cubano Cabrera Infante, de quien radiografío la textura erógena de sus cinco
novelas (“Quod Eros demonstrandum: el
Eros narrativo de Guillermo Cabrera Infante”), y Julián Ríos, cuyas obras
principales repaso también con esa dudosa intención pedagógica (“La novela
Ríos, o la cuadratura del círculo vicioso de Babel”).
Con el cuarto bloque (“El Eros oriental (moderno)”) regresamos
a la erótica asiática representada por un escritor como Tanizaki Junichirô (1886-1965),
de quien estudio cinco novelas canónicas (El
amor de un idiota, Algunos prefieren las ortigas, Arenas movedizas, La llave y Diario de un viejo loco) que incorporan
el sexo en todas sus variantes y combinaciones patológicas o no patológicas: el
sadomasoquismo, la homosexualidad masculina y femenina, el fetichismo, el
adulterio o la prostitución, entre otras (“Insular y singular: El Eros
narrativo de Tanizaki Junichirô”). El bloque concluye con una reflexión sobre una
tendencia estética altamente distintiva de la era Showa como fue el Eroguro (“Japón grotesco”) y su máximo
representante, el novelista policial Edogawa Rampo (1894-1965), que supo
introducir un perverso y refinado erotismo en todas sus tramas criminales,
jugando con la barrera entre los sexos y coqueteando con las patologías de lo
equívoco y lo ambiguo (“Edogawa Rampo: un Poe nipón”) o con los malentendidos
sexuales entre hombres y mujeres abordados desde una perspectiva femenina (“Orgullo,
prejuicio y kimonos: Uno Chiyo”). Y concluyo este apartado con un breve
análisis del representante contemporáneo más iconoclasta de la estética eroguro (“Murakami el Oscuro: Murakami Ryū”).
El espíritu de este libro se propone asumir estas ideas y
estos discursos con todas las consecuencias y tratar de contrastarlas con una
realidad mucho más compleja de lo que la visión occidental ha creído durante
siglos. El tumultuoso viaje del Eros alrededor del mundo constituye acaso la
demostración evidente de que la literatura es el lenguaje universal en el que
hablan todas las lenguas y las culturas sobre las cuestiones más trascendentes.