Una teleserie
es una teleserie y un libro de cuentos es un libro de cuentos. Hasta ahí nada
nuevo. Pero cuando la antología de relatos se basa en una teleserie que, por primera
vez (y no me olvido de las fallidas Minority
Report y El hombre en el castillo),
se propone adaptar a ese formato reductor el vasto mundo del escritor Philip K.
Dick expresado en sus relatos, es necesario celebrar la iniciativa y sus posibles
méritos, a pesar de todo.
Uno de estos
méritos consiste en recordarnos algo esencial. Desde que estos relatos fueron
escritos, en los años cincuenta, el mundo no ha hecho sino avanzar hasta
parecerse a la ciencia ficción. Al menos en la variante cibernética e hiperrealista
que Dick representa mejor que nadie. No es tanto que la realidad imite al arte,
en este caso, como que la ciencia ha efectuado logros que solo la ficción fue
capaz de anticipar. La amalgama de ciencia y ficción, en la realidad, es lo que
ha revolucionado las categorías de la ficción en los últimos cincuenta años. De
esa matriz tecnológica y cultural surgió el ciberpunk de los ochenta. Y de ahí
mismo surge hoy la literatura especulativa y la ficción extraña que tratan de
dar sentido artístico a las anomalías del mundo.
Esta
antología de título prometedor recoge diez estupendos relatos, uno por episodio
de la teleserie, aún no adaptados al cine ni a la televisión. Todos recordamos Desafío total y Minority Report, las memorables adaptaciones cinematográficas, a
cargo de Verhoeven y Spielberg, respectivamente, de dos grandes relatos de
Dick. La selección se ha hecho en función de dos factores: el interés objetivo
del texto, su contemporaneidad temática, y, como no podía ser de otro modo en
televisión, que el presupuesto de su adaptación no fuese demasiado elevado. También
es interesante la manera en que la colección permite contrastar los relatos con
los comentarios de los escritores que los han amoldado a la pequeña pantalla, a
menudo con licencias superfluas y escasa literalidad. Esto determina que los
relatos elegidos tengan todos más o menos características similares en cuanto
al tipo de historias desarrolladas, para evitar escenarios demasiado
ambiciosos.
Pero esto
también permite al lector reflexionar sobre las diferencias entre la narrativa
de corto alcance y la de alto vuelo en autores como Dick que probaron muchas de
sus invenciones en el formato breve antes de darles todo su sentido en la
narrativa más extensa de la novela. Es algo característico de autores de literatura
popular, este fenómeno puede verse también, cambiando de género, en otro
escritor seminal como Raymond Chandler. Así que la serie y la antología de
relatos proporcionan una imagen renovada de Dick por su misma selección y el
modo en que esta ofrece un panorama mental de las ficciones del maestro. Al
contemplarse en el espejo televisivo, estas fabulosas historias se han
transformado en un reflejo de las limitadas interpretaciones de los guionistas,
los prejuicios estéticos de la cultura audiovisual y las imposiciones creativas
de la televisión, reacia por naturaleza a las visiones originales, como las que
inspira la obra (breve o extensa, importa poco) de Dick.
Publicados entre
1953 y 1955, en el período inicial de su carrera, mientras escribía también sus
novelas primerizas, esta serie de relatos compone un laboratorio de
experimentación con invenciones insólitas, ideas imaginativas y técnicas sorprendentes
que sus novelas posteriores sabrían explotar con creces. Cuatro de ellos, por
cierto, están consideradas por los especialistas en su obra entre los mejores relatos
que nunca escribió Dick. Me refiero a “Foster, estás muerto”, “Autofab”,
“Humano es” y “El Padre-Cosa”, una parábola que habría hecho las delicias de
Lacan si este hubiera comprendido a tiempo que la teoría psicoanalítica, como
la ciencia ficción, es la mejor tapadera para exponer ideas demasiado avanzadas
a su tiempo o directamente impopulares.
Como muestran las narraciones contenidas en estas electrizantes páginas, Dick es, por
simplificar, el Kafka de la segunda mitad del siglo XX: una especie de
mistagogo del absurdo finisecular, la simulación tecnológica y los simulacros
históricos, el control político y el siniestro futuro de los humanos, la
infelicidad y tristeza existencial ligada a la modernidad, así como de la paradójica
irrealidad del consumo y los progresos imparables del capitalismo en todos los ámbitos.
Los efectos de sus ficciones en la mente del lector son tóxicos. Tras leer
estos relatos resulta imposible seguir asumiendo la realidad con la actitud conformista
con que los seres humanos domestican sus impulsos e inquietudes, como plantea “El Padre-Cosa”, una escalofriante parábola freudiana sobre la falsificación de la
vida, la replicación de los seres y la suplantación de una persona por un
sucedáneo obediente. La colonización del presente por el futuro es el tema de dos
de los relatos más logrados: “Pieza de colección”, sobre un simulacro del siglo
XX recreado en el futuro, y “El abonado”, sobre una ciudad inexistente que
acaba devorando por metástasis el tejido urbano de otra ciudad.
Los “sueños eléctricos”, como sugieren los títulos de crédito de la teleserie, son los sueños de los androides en que mutan los espectadores mientras dura la visión en pantalla de sus pesadillas virtuales. Los lectores, en cambio, abandonan esa condición robótica al enfrentarse a la página escrita como símbolo de inteligencia.
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