miércoles, 18 de mayo de 2022

HISTORIA ENLATADA


 [Publicado ayer en medios de Vocento]

             Los simpatizantes de Putin, a uno y otro lado del espectro cromático, están empezando a pasarlo mal. Después de verlo el lunes pasado babear como un niño durante el desfile de sus juguetes de guerra y soldaditos de plomo en la Plaza Roja, rodeado de sus gerifaltes, dan ganas de vomitar, cambiar de canal e incluso de planeta. Solo los más fanáticos de la tribu alcanzaron el orgasmo contemplando el vetusto ceremonial y el simbolismo medieval del acto.

¿Qué quiere este personaje? ¿Por quién se toma? Si dice la verdad, dato dudoso, y Occidente es culpable de lo que está pasando, la guerra será interminable. Si miente a sabiendas, cosa probable, solo está esperando a que sus homólogos europeos le ofrezcan una salida honorable y no un suicidio honorable, como exigía Camus. Sería injusto tras el daño causado, pero el cinismo político nos ha enseñado lecciones muy perversas en el último siglo. Del pueblo ruso, por desgracia, no cabe esperar nada. Los pueblos tardan tiempo en tomar conciencia de las infamias sufridas. Al terminar la segunda guerra mundial aún era fácil encontrarse entre las ruinas con alemanes ingenuos preguntándose qué habían hecho para merecer tal castigo. A los rusos, este ataque de lucidez funesta les aguarda en el futuro con la guadaña afilada.

El 9 de mayo, en la celebración marcial de la victoria sobre el nazi eterno, se enarbolaron banderas rusas y enseñas soviéticas. Tiene lógica en ese contexto. Putin es el primer dirigente que asumió íntegra la historia de Rusia. No le quedaba otra, desde luego, en un período crítico en que su país estaba deslizándose hacia la irrelevancia global, una potencia de segunda división que no asustaba ni a los vecinos. A Putin le hierve la sangre nacionalista e imperialista al viejo estilo y cada noche, en su majestuoso palacio de azúcar, discute en privado con Alexander Nevsky, Iván el Terrible, Lenin y Stalin sobre cómo pasar como titán a la Historia (con mayúscula hegeliana) y no ser una minúscula nota a pie de página en los manuales escolares. Y luego tiene el privilegio de acostarse en el lecho real con todas las zarinas, desde Catalina la Grande hasta Alexandra Feodorovna, nada celosas, para envidia de Biden y Macron. La libido del tirano, como decía Cabrera Infante de Castro, lo impele hacia el poder absoluto y la posesión de la carne deseada de las masas. La historia es una ciencia chismosa, ya se sabe, y escribe con tinta indeleble los crímenes sangrientos que se cometen en su nombre. 

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