Afganistán
recae en poder de la barbarie barbuda de los talibanes y nuestros líderes
sonríen aliviados como si fuera una victoria y no una derrota bochornosa de los
principios democráticos. La exhibición de esmalte dental ante cualquier
acontecimiento es un signo eficiente de que la democracia no corre ningún
peligro, ni siquiera cuando siente la amenaza de sus enemigos más radicales o
fanáticos. Afganistán es un país producto de los peores males de la historia.
Pedir a los talibanes que no maltraten a las mujeres es tan ingenuo como
esperar que Hannibal Lecter abandone el canibalismo.
No sé por
qué sonríe Biden durante la rueda de prensa en que analiza la debacle afgana.
Esa sonrisa refleja la del dentista que talló su dentadura con esmero artístico
a cambio de una suma astronómica. Biden tiene nombre de dentífrico y su
política provoca los mismos efectos. Es heredero de todas las mandíbulas
presidenciales del último siglo, excepto Obama. Obama acaba de cumplir sesenta
años y lo celebró con un festín espectacular que ha dado mucho que hablar a los
envidiosos que no fueron invitados. Apretando los dientes, Obama se ha enfadado
con Biden a causa del desastre afgano.
Más
preocupado por China que por ningún otro asunto, Biden se ha prestado a seguir
al pie de la letra el perverso plan acordado por Trump con los talibanes,
expandiendo el caos en Afganistán. El fracaso es enorme y el daño irreparable.
Veinte años de esfuerzos económicos, políticos y militares tirados a la basura
como los restos del cumpleaños de Obama. Los americanos están a punto de conmemorar
el vigésimo aniversario de los atentados del 11-S, planeados por Bin Laden en
territorio afgano con la complicidad talibán, y es como si regresaran al punto
cero. La tragedia vuelve a empezar como farsa.
Los chinos se frotan las manos viendo a su poderoso rival cada día más torpe y desnortado, como reveló la gestión de la pandemia. En cuanto China ponga en órbita la central eléctrica gigantesca que proporcionará luz solar a todo el planeta, se acabó el cuento occidental. Y China marcará el camino del progreso mundial. La historia nunca termina, ni se repite. Solo cambia la hegemonía. Eso explica la sonrisa de Sánchez. La sonrisa del pícaro que ha aprendido a sobrevivir bajo cualquier circunstancia. Las barbas de los talibanes no le quitan el sueño. Los tecnócratas europeos lo admiran. La resiliencia es un valor neoliberal acreditado. Bajo la barba, la sonrisa de los talibanes es siniestra.
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