Después de Foucault, supimos que el psicoanálisis
no era sino un instrumento para hacer hablar al sexo en voz alta y provocarlo a
delatarse. De ahí la etiqueta de monstruosos con que fueron clasificados los que
escapaban a la normativa victoriana decimonónica, comenzando por los
homosexuales. Andando el tiempo, serían los intersexuales, individuos nacidos
con genitales indefinidos, y los transexuales, individuos en tránsito entre ambos
sexos, los más problemáticos por su cuestionamiento del binarismo sexual del
que también la ciencia médica freudiana hacía un valor absoluto.
Como bien recuerda Preciado, fue la doctora Anne
Fausto-Sterling, de la Universidad de Brown, la primera en argumentar en los
años noventa del siglo pasado que los sexos eran muchos más de los que se había
reconocido hasta entonces. Del mismo modo que la teórica Judith Butler,
reconocida ahora en California como persona de género no-binario y a quien va
dedicado el ensayo, planteó la identidad sexual como una cuestión performativa y
no sustantiva del sujeto, ya hubiera nacido con genitales masculinos o
femeninos.
Este ensayo surge bajo el signo estratégico de
Kafka y esta dimensión literaria redunda en la inteligencia del planteamiento.
Preciado, invitado a un congreso de psicoanalistas parisinos, se planta ante
ellos como el simio eximio del relato “Informe para una academia”, invocado
como símil imaginario a lo largo del discurso, para contarle a los respetables
miembros de la academia freudiana y lacaniana cuáles fueron las vicisitudes de
su metamorfosis sexual: la transformación de un cuerpo femenino con tendencias
lesbianas en un cuerpo masculinizado por la testosterona, en primer lugar, y
por la cirugía física y mental, más tarde, a fin de extirparse todo aquel
componente somático o ideológico de su constitución subjetiva que lo arraigara
en el sexo de nacimiento.
Para pasmo de los psicoanalistas, Preciado se
presenta ante ellos como un monstruo y un mutante, un freak que ha conocido en sus propias carnes la incisiva acción del
análisis psíquico, y exhibe verbalmente las cualidades de tal condición, buscando
forzar la convicción y el reconocimiento de los profesionales de una medicina
pensada, sobre todo, para mantener a raya las posibilidades de mutación
psicosomática de lo humano. Es en esta parte de su alegato donde Preciado
seduce y persuade con su fuerza retórica y su polémica veracidad, recordándome
por momentos a otros personajes kafkianos también enjaulados en un papel
circense o espectacular de la diferencia, como el “artista del hambre” y el
“artista del trapecio”.
En esta y otras intervenciones similares, Preciado
piensa y escribe con todo el cuerpo, no solo con el cerebro, más allá o acá de
la razón freudiana. Pese a todo, estoy seguro de que el doctor Freud no se
resistiría a sostener con este espécimen singular llamado Paul B. Preciado una
de las conversaciones más provechosas sobre sexualidad humana que se hayan
producido en la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario