[Charles Willeford, Una obra maestra, RBA, trad.: Pilar de la
Peña Minguell, 2020, págs. 206]
La pintura es cosa mental, escribió Leonardo da Vinci.
Y estableció así las bases de una concepción abstracta o teórica de la obra artística
que se consumó con las vanguardias del siglo XX, consagrando el gesto estético y
la forma pura como signos de la imposibilidad de crear. No sorprende, en este
sentido, que la novela de un autor como Willeford, etiquetado como policíaco,
se enfrente al misterio profano del arte moderno y los secretos psíquicos del
artista con tanta sagacidad detectivesca en esta novela fascinante, publicada ahora
en español para acompañar su adaptación cinematográfica (bastante anodina, por
cierto).
Charles Willeford (1919-1988) es un maestro de la
novela criminal posterior a Highsmith que, sin embargo, realizó estudios de
Bellas Artes en Europa y Estados Unidos, por afición, después de haber
ejercido, como típico escritor americano, una multiplicidad inenarrable de
oficios y una carrera militar de más de veinte años. Todo un personaje. Para
muchos especialistas en su obra, esta novela, cuyo título original se traduciría
como La herejía del naranja tostado,
que es también el título del cuadro falsificado que está en el foco de la
trama, es la obra maestra de Willeford. Y yo diría más. Si esta fuera la obra
de un escritor calificado de literario y no de un novelista asignado a la
segunda división del género o el subgénero, como pasa con Dick o con Chandler,
por citar dos maestros incontestables, sería una novela a tomar muy en serio
por quienes pretendan comprender los entresijos corruptos del mundo artístico y
las imposturas estéticas y existenciales ocultas tras la pantalla respetable de
creadores, coleccionistas, marchantes y galeristas.
El narrador y protagonista, James Figueras, es un
crítico de arte neoyorquino de origen puertorriqueño, que enmascara su
identidad hispana para no verse perjudicado en su ambición desmedida por ser
reconocido como gran autoridad y ocupar un puesto privilegiado en el mundillo artístico,
al que un coleccionista adinerado (Joseph Cassidy) encarga la imposible misión
de conseguirle un cuadro de un anciano pintor francés, Jacques Debirue, cuya
reputación revolucionaria se funda en un cuadro único (“Number One”), imitado en
la portada de cada edición de la novela desde 1971. Dicho cuadro ni siquiera lo
es, sino un marco barroco (el parergon
derridiano) que encuadra el sentido simbólico de una grieta en la pared del
estudio parisino del pintor. Para complicar la situación, Figueras está liado
con una profesora de baja, Berenice Hollis, estereotipo de los valores vulgares
y la belleza rubia de la América de clase media.
Con diabólica inteligencia, más propia de “La obra
maestra desconocida” de Balzac que de un simple relato criminal, Willeford recrea
un dispositivo alegórico donde cada personaje desempeña su papel funcional en
la escena artística. El pintor Debirue, honesto pero fallido, incapaz de pintar
un solo cuadro de los que concibe su mente, es un pretexto para que el crítico desaprensivo,
tras saquear e incendiar la residencia del artista, invente una serie de obras
inexistentes en un artículo publicado en una revista prestigiosa y acabe
falsificando una de esas supuestas obras encerradas en la mente del artista
para satisfacer el fetichismo capitalista del coleccionista. La dimensión
trágica la encarna Berenice, víctima expiatoria de la farsa en su calidad de
espectadora ignorante (su huella digital impresa en el centro del cuadro
fraudulento y el dedo acusador amputado entre los objetos coleccionados por el crítico
son evidencias irónicas de su relevancia).
No hay comentario más sarcástico de Willeford a toda
esta impostura económica y cultural que el cínico principio de su novela póstuma
The Shark-Infested Custard: “Comenzó como una suerte de broma, y después
ya no fue divertido nunca más porque el dinero se vio implicado. Allí abajo,
nada sobre el dinero es divertido.”
[La traducción al español de estas líneas es mía, ya que
nadie se anima con esta novela magistral, cuyo alusivo título (el amarillo
emblemático de Miami) podría traducirse como Natillas infestadas de tiburones. Así es el mundo según Willeford...]