[Publicado en medios
de Vocento el martes 10 de marzo]
Con
esto del coronavirus, estamos alcanzado el clímax. Así lo proclaman los catastrofistas
de turno. El recalentamiento global aumenta al tiempo que las relaciones, por
culpa de la maldita infección, van a enfriarse para siempre. Prohibido tocarse,
prohibido intimar, prohibido abrazarse. El sistema echa humo negro mientras el
coronavirus desata el pánico y la histeria. Pero las mujeres toman la calle sin
miedo al contagio. La alegría reivindicativa les impide entender la verdad. Cayetana
Álvarez de Toledo es una mujer, como tantas otras de su partido, en lucha con el hombre
que lleva dentro. Un año más, la rutina ideológica y la repetición de eslóganes
manidos silencian las ideas renovadoras. Y dan alas al vampiro machista agazapado
tras la ironía para no verse en el espejo tal como es. Un gorila asustado. Ya
sabemos que el coronavirus, como el machismo genético, se incuba en jaulas de
muerte donde murciélagos y pangolines conviven en promiscuidad malsana.
No es lo mismo un cambio
climático, ya lo sé, que un clímax de cambio. Cuando el cambio es real, todos
los signos lo indican. Cuando el cambio es solo un estado de ánimo, la
expresión de un deseo, un recurso de la propaganda institucional, nada se mueve
excepto emociones y sentimientos. Es lo que pasa, entre otras cosas, con el golpe
de estado climático, como lo llama el filósofo Alizart. La destrucción del
planeta está en marcha y los discursos oficiales solo intentan disimular su
impotencia política para detenerla o el cinismo económico de los que esperan
sacar tajada de sus secuelas.
Menos mal que la ley de libertad
sexual de la ministra Montero protegerá de la violación a todos los ciudadanos
porque hasta ahora, como declara Adriana Lastra sin sonrojarse, solo el Rey
emérito era “inviolable” por imperativo constitucional. Ya ni la dulce Corinna,
experta catadora de la intimidad regia, podría decir qué es más infeccioso para
el interés común, si el coronavirus dichoso o el virus de la Corona. Una feminista medieval,
Christine de Pizan, recomendaba la castidad y la paciencia como virtudes femeninas
para sobrevivir en el reino patriarcal. Por fortuna, las mujeres del siglo
veintiuno han aprendido a disfrutar con sus cuerpos de una increíble libertad
sexual y a mostrar impaciencia con los vicios del sexo masculino. El futuro del
hombre es la mujer y no los reyes, escribía el surrealista Aragon en un gran poema
de amor a las mujeres que ya nadie lee. Y con razón. El futuro se escribe en
tiempo real con algoritmos indescifrables.
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