martes, 3 de septiembre de 2019

RAYUELA EN LA RAE


[Julio Cortázar, Rayuela, RAE, págs. 1120]

Cuántas veces me pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo en que corremos al engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismos. Pero preguntarse si sabremos encontrar el otro lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar por su alegre cibernética, ¿no será otra vez literatura?

-Rayuela (capítulo 73, primero en el dispositivo rayueliano de lectura)-

Celebrar una novela pasados los cincuenta años de su primera edición puede significar muchas cosas buenas y algunas malas. Entre las buenas se cuenta el recuerdo activo de los lectores iniciales y la fidelidad de estos a las vibraciones intemporales del libro. Entre las malas, convencer a los lectores incrédulos de la excepcionalidad quizá irrepetible de Rayuela, en 1963, año de su publicación, y en 2019, año de su ingreso en la RAE. La acabo de releer íntegra este verano, siguiendo el plan de lectura señalado en el título, y me ratifico con plena convicción en el juicio. En pleno triunfo comercial de la banalidad literaria que Rayuela pretendía destruir creativamente, esta conmemoración institucional debería servir también para reflexionar sobre el designio de la literatura innovadora en tiempos tan ingratos. A todo esto se refieren los instructivos apéndices de esta magna edición, firmados, entre otros autores y críticos, por notorios colegas de Cortázar como Bioy Casares, Vargas Llosa, García Márquez y Carlos Fuentes. Por otra parte, en 1963 aparecieron también, por una de esas confluencias que tanto fascinaban a Cortázar,  otros dos libros seminales como V de Pynchon y Un oficio del siglo XX de Cabrera Infante.
Leí Rayuela por primera vez al filo de los veinte años y me deslumbró desde el principio la tentativa lograda de implicar en el mismo gesto una redefinición de lo humano y una redefinición simétrica del papel de la novela (“Intentar el roman comique en el sentido en que un texto alcance a insinuar otros valores y colabore así en esa antropofanía que seguimos creyendo posible”). Rayuela es no solo una invitación al juego de la literatura sino una invitación al juego de la vida, al juego de espejos mutuos que la literatura y la vida entablan desde la pasión, el placer y el rigor. El juego de cambiar las reglas del juego mientras se aprende a jugar, es decir, a vivir (“Método: la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie”). Cortázar quiso con su novela demostrar que otra forma de escribir era posible y quizá otra forma de vivir la literatura. Cortázar practicó en Rayuela una escritura novelesca que pasaba por recuperar los juegos de la infancia sin abandonar los dilemas y deseos de la edad adulta.
Rayuela era la consumación de toda una tradición, heterodoxa y exigente, que rompía moldes anquilosados para fundar una nueva manera de escritura, un nuevo modo de construcción novelístico, un nuevo modelo de armar la narración donde las interferencias de la vida y las libertades del lector con el texto jugaban un papel fundamental en la trama lúdica de la lectura. Por primera vez, los personajes de ficción se transfiguran, durante la gestación de la novela que los contiene, en activa comunidad de lectores de la misma. En el fondo, la transformación del lector de Rayuela (“el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo”) conduce a la transformación integral del ser humano a partir del juego, el erotismo y la literatura (“rechazo de todo lo que huele a idea recibida, a tradición, a estructura gregaria basada en el miedo y en las ventajas falsamente recíprocas”).
No es extraño, por tanto, que en este tiempo de regresión a los valores estéticos más reaccionarios (trama banal, lenguaje inofensivo, cursilería estilística, mensaje moralizante, realismo anodino, narrativas de baja definición intelectual, etc.) los lectores convencionales juzguen Rayuela como una obra fallida y desfasada. Los más inconformistas, en cambio, sabemos que Rayuela sigue siendo, a pesar de sus flaquezas inevitables y la caducidad de algunos de sus rasgos más superficiales, no solo una anomalía explosiva sino una novela literal y literariamente revolucionaria. Una obra, en suma, que revoluciona nuestras ideas preconcebidas sobre la literatura y la vida. Rayuela demuestra cómo la historia de la literatura es la historia de las libertades que algunos escritores se han tomado, en nombre del placer del juego, con la literatura y con la idea establecida de la literatura en cada época.
Si algo debemos festejar en Rayuela, es su poder infeccioso, aún intacto, para sublevarse a través de la inteligencia, la imaginación y el humor contra los valores ramplones y la domesticación de la literatura por los mercachifles y los lectores conformistas.
Lo más divertido de todo es ver cómo los mismos que tildan a Rayuela hoy de fallida o de anticuada, o de ambas a la vez, se aferran en sus gustos literarios (y quizá en todo lo demás, qué se le va a hacer) a los más rancios anacronismos y raídas antiguallas.

1 comentario:

JLO dijo...

por ese sentido de importancia es que todavía no la leí (la tengo en la biblioteca). Mi amor profundo por Julio me hace dudar de mi disfrute de ella hoy a mis casi 50 años, pero estas entradas que la siguen alabando (hay gente en contra de esta genialidad?) me hacen dar mas fuerzas para hacerlo. Gracias y saludos!