[Publicado ayer en
medios de Vocento]
La
política habla de la política, amigo mío, no de ti ni de mí. Qué te creías. Que
esto iba de gobernar y solucionar problemas y proporcionarle beneficios a la
gente. Menudo ingenuo. Ese es el pretexto. Esto va de lo que va. La política va
de eso. Del poder. De tenerlo o no tenerlo. De cómo obtenerlo y mantenerlo.
Este es el único argumento de la representación. El resto es puro decorado,
ornamento de la máquina política. No te rompas la cabeza tratando de
comprenderlo. No hay misterio. El juego está viciado, pero es así como
funciona. O lo aceptas o no lo aceptas. Aclarado el enigma, toca hablar de
otras cosas.
Estamos
bloqueados. Como país y como sociedad. Eso es lo que significa realmente el
fallido pacto de izquierdas, tan deseado por ciertos sectores y temido por la
banca y el Ibex. Los indicios son alarmantes. Así puede interpretarse la
repetición electoral. Repetir es siempre un signo de fracaso. O de impotencia.
No avanzamos, no cambiamos, nada mejora. Nos hemos vuelto tan conformistas que
cultivamos el optimismo sistémico y desdeñamos cualquier visión negativa.
Tememos la sensación de fracaso. La melancolía del esfuerzo inútil da más miedo
que la autocrítica constructiva. Las nuevas elecciones deberían servir al menos
para castigar a los responsables del error histórico. No tener gobierno ahora
es una negligencia imperdonable. Nuestros políticos han suspendido el examen y
tienen que repetir un curso electoral lastrado por su incompetencia. Algunos ya
saben que no aprobarán nunca. Es el precio de la soberbia. Otros se resignan a
una suerte mediocre. Pero uno en particular sueña con el poder absoluto. Desea
poder dormir a pierna suelta con la mayoría suficiente como somnífero eficaz.
La
democracia es más importante que los partidos o sus líderes, aunque estos
tiendan a olvidar este detalle con frecuencia, tomando sus intereses privados
por demandas colectivas. Que aprendan del golpe de estado del parlamento
británico contra los desmanes de Johnson. La calidad democrática se mide por la
eficacia de las soluciones políticas a los problemas. A nuestra democracia le
queda mucho por alcanzar la máxima calidad. Que Sánchez sea, incluso para la
derecha mediática, la mejor opción para salir del marasmo es un signo de
cinismo. Sánchez es un presidente interino por vocación. No tiene ideas originales,
su discurso carece de sustancia, su puesta en escena está pensada por asesores
más preocupados por la buena imagen que por el buen gobierno. Toda la
estrategia socialista es un simulacro performativo diseñado para seducir al
desnortado votante de izquierdas. En realidad, para este la respuesta más
inteligente consistiría en abstenerse o votar en blanco y permitir que gobierne
la derecha oficial, tan funesta. Errejón no cuenta. Así escarmentarían los
líderes del PSOE y Podemos. Votarles otra vez sería perder el tiempo. Más de lo
mismo.
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