[Alphonse Allais, La ciencia no respeta nada, La Fuga
Ediciones, trad.: Laura Fólica, 2018, págs. 173]
Hace falta mucho sentido del humor para
sobrevivir en este maldito mundo y nada mejor para cultivarlo con éxito que
leer al gran Alphonse Allais (1854-1905), maestro de surrealistas y toda suerte
de humoristas patafísicos del siglo XX.
Comienza uno leyendo esta estupenda antología de
37 textos de Allais y la ironía va in crescendo, como en un éxtasis sostenido
de bromas, chistes y sarcasmos. Un análisis químico del agua bendita se
convierte en una parábola irreverente sobre el conflicto entre ciencia y
religión. Una alegre fiesta donde los invitados celebran un brindis por la
inexistencia de Dios es interrumpida por la llegada inesperada de este, que se
suma gustoso al festejo ateo. Un médico satisface los deseos de su esposa de
unirse para siempre a su amante, acoplándolos como siameses platónicos. Una
bala perdida hiere en la entrepierna a un soldado yanqui y acaba perforando y embarazando
a una joven; etc.
Criado entre pócimas y recetas farmacéuticas y
aficionado a la experimentación química, Allais tenía a la ciencia como
objetivo predilecto de sus chanzas más corrosivas. En burlarse de las arrogantes
ocurrencias de científicos e inventores, Allais solo tiene un igual: el
Jonathan Swift de “Los viajes de Gulliver”. Pero la gravedad y amargura cristianas
del gran satírico irlandés es aliviada en el escritor normando con guiños cómplices
y una chispeante comprensión de la intrascendencia de la vida humana y sus
fantasías de entretenimiento y ocupación.
Allais tampoco se queda atrás, fustigando la
necedad y conformismo del ideario burgués finisecular, respecto de Flaubert,
aunque este tenga un sentido trágico de la existencia del que el buen humor y
el alma cómica de Allais huyen como de una enfermedad venérea. La religión, sus
rituales y creencias absurdas, el matrimonio, pretexto para la infidelidad, y
el patriotismo, como fanatismo del terruño, son también víctimas de sus pullas
mordaces, pinchadas con agudeza como globos de fatuidad humana. La imaginación
de Allais recurre con frecuencia a modalidades retóricas subversivas para revolucionar
cualquier visión convencional de la realidad. Y es que Allais era tanto un
humorista amoral como un hedonista libertario, un vividor excéntrico y un
bromista cáustico.
Leyendo al influyente Allais se piensa en una
tradición de literatura heterodoxa: los “cuentos jeroglíficos” de Horace
Walpole, los “cuentos droláticos” de Balzac, el “espíritu” de Baudelaire, la estética
nihilista de Lautréamont, la patafísica del Dr. Faustroll de Jarry, o en fabuladores
truculentos como Ambrose Bierce (pienso en muchos de sus cuentos macabros y en esa obra extraordinaria muy poco conocida que es el Diccionario del Diablo) que hicieron del humor negro y el disparate y
el capricho narrativos el fundamento de su ataque feroz al realismo decimonónico.
Pero también en surrealistas canónicos como Breton, que lo reivindicó como
precursor en su famosa antología, y en las juguetonas homofonías de Roussel y
Duchamp. Y en español, donde el humor literario tiene mala prensa desde
siempre, a pesar de Cervantes y Quevedo, solo cabe pensar en el gran maestre
del humor del siglo XX, Cabrera Infante, que se tomó muy en serio a Allais,
como este quería, y produjo una incontable serie de parodias y perversiones
originales escritas a la manera de Allais en libros irrepetibles como “Tres
tristes tigres”, “Exorcismo de esti(l)o” o “Puro humo”, donde Allais era citado
como influencia disolvente (reproduciendo su relato “La pipa olvidada”, incluido
aquí) e imitado con una delirante historieta circense.
Allais fue un maestro del ingenio irónico y la
pirotecnia verbal, las paradojas de la lógica demente y la inteligencia crítica
de la estupidez humana, como Lewis Carroll. Carroll, precisamente, definió así el
principio comunicativo último, plagado de equívocos retruécanos y maliciosos malentendidos,
de la literatura única de Allais: “la naturaleza humana está hecha de tal modo
que todo lo que escribas seriamente es tomado como una broma, y todo lo que digas
como una broma es tomado seriamente” (Silvia
y Bruno). No se puede explicar mejor.
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