domingo, 29 de julio de 2018

ESE OSCURO DESEO DE BUÑUEL




[Hoy se cumplen treinta y cinco años de la muerte de Luis Buñuel. Valgan estas reflexiones personales como reconocimiento a la influencia seminal (intelectual y creativa) de su cine sobre mí.]

Antes, estaba el ojo, el ojo cualquiera, programado, puritano, ciego y muerto de un navajazo. Y luego nació un nuevo ojo y, con él, una nueva mirada sobre el mundo, la de un cineasta que ha intentado operarnos de una catarata crónica.

-Jean-Baptiste Thoret-


Sobre Buñuel, tan diseccionado como malentendido por cierta crítica perezosa, sólo apuntaría que es el cineasta que menos respeto ha demostrado, desde sus comienzos, por el modelo narrativo convencional como consecuencia del escaso respeto que muestra en todas sus películas y en sus opiniones a los modelos morales mayoritarios (los extraídos de los códigos maniqueos y judeocristianos tanto como de los códigos modernos de la creencia en el progreso y los derechos humanos, por no hablar de los establecidos por la estupidez humana, la cualidad más hostil a su cine junto con la seriedad dogmática). La secuencia final de Tristana, cuando la muerte de Don Lope descompone el sistema narrativo decimonónico (galdosiano) de la trama (invirtiendo el orden cronológico de los planos y los tañidos fúnebres de la banda sonora), es la más evidente exposición de sus corrosivos efectos e intenciones. Un cineasta formado en la lectura de Sade y Lautréamont no podía sino ofrecer un cuadro sulfúreo del orden social y las relaciones humanas. Si sólo fuera por esto, ya Luis Buñuel ocuparía para mí el pináculo de un arte como el cinematográfico tan supeditado habitualmente, incluidas muchas de sus muestras más brillantes, a los imperativos del conformismo y la servidumbre a la mediocridad. Para hacerse una idea de la amplitud de su talento, ofrezco una lista de películas imprescindibles de Buñuel (aunque ninguna de las otras me produzca indiferencia o desprecio). Sin ellas, mi concepción del cine, como equivalente estético de la literatura o las artes plásticas, no sería en absoluto la misma.

Las doy en orden cronológico para no desvirtuar su importancia individual:

Un perro andaluz
La edad de oro
Él
Ensayo de un crimen
Viridiana
El ángel exterminador
Simón del desierto
Belle de Jour
La Vía Láctea
Tristana
El discreto encanto de la burguesía
El fantasma de la libertad
Ese oscuro objeto del deseo


            Se echarán en falta en esta lista esencial Tierra sin pan, Los olvidados y Nazarín, sobrevaloradas por muchos beatos buñuelianos a causa de su supuesto realismo, para mí son logros parciales que cuentan con secuencias magníficas e ideas ingeniosas, pero no llegan a la altura estética e intelectual de estas otras películas. En todas ellas se contiene el específico del cine de Buñuel con unos grados de pureza e intensidad irrepetibles: la mirada penetrante sobre la naturaleza humana, el sentido del humor omnipresente, la insolencia y la falta de respeto generalizada, el dispositivo estético más imaginativo. En este sentido, El ángel exterminador, El discreto encanto de la burguesía y El fantasma de la libertad son auténticos manuales de instrucciones sobre el funcionamiento del orden social. Y El fantasma, en particular, supone, además de una burla ofensiva del ideal humano más inalcanzable (la libertad), la taxonomía gramatical más sistemática de la arbitrariedad de los signos sociales puesta en imágenes por un lingüista perverso.

Belle de Jour y Ese oscuro objeto del deseo, por si fuera poco, se cuentan entre las películas más eróticas de la historia, aquellas que han abordado el erotismo y la sexualidad humana del modo más desinhibido y lúcido; mientras Los ambiciosos y Susana, carne o demonio, son dos piezas menores sobrecargadas de erotismo fetichista y malicia sexual gracias al tratamiento naturalista que Buñuel concede a sus actrices respectivas (la seductora María Félix y la "diabólica" Rosita Quintana). Y es que otro de los indiscretos encantos de Buñuel radica, precisamente, en esta insinuante presencia de lo femenino, como encarnación del deseo dentro y fuera de la pantalla, entre los múltiples monstruos (masculinos) de su áspero cine. Además de las citadas, la nómina de actrices es extensa y variada: Lia Lys (La edad de oro), Katy Jurado (El bruto), Lilia Prado (Subida al cielo), Estela Inda (Los olvidados), Miroslava Stern (Ensayo de un crimen), Silvia Pinal (Viridiana, El ángel exterminador y Simón del desierto; para mí, la neumática Pinal es la número uno, ex aequo con Deneuve, de la galería buñueliana de actrices), Lucía Bosé (Cela s´appelle l´aurore), Simone Signoret (La muerte en ese jardín), Jeanne Moreau (Diario de una camarera), Key Meersman (La joven), Catherine Deneuve (Belle de Jour y Tristana), Stephane Audran (El discreto encanto de la burguesía), Angela Molina y Carole Bouquet (ambas, como cara y cruz del deseo, reverso y anverso de la misma mujer fatal, en Ese oscuro objeto del deseo). Como se puede ver, el corpus cinematográfico de Buñuel es el más erotizado y no sólo el más transgresor y subversivo de la historia.

No pocos críticos y espectadores, de los considerados estilistas, se impacientan con las negligencias técnicas de Buñuel, mientras alcanzan el éxtasis reverente con directores de mundos tan limitados y valores morales tan chapados a la antigua como Ford o Capra. La respuesta, como tantas otras veces, la tiene Hitchcock, que siempre admiró a Buñuel por su ingenio fílmico, pero estos cinéfilos de sacristía no se atreven a preguntarle por miedo a descubrir la verdad de su error. La supuesta informalidad de Buñuel es la patente manifestación de que los moldes narrativos que violentaba con sus postulados le quedaban exiguos (como muestra el ejemplo de Tristana mencionado más arriba). Es la entera tecnología narrativa que nace de Griffith y se apodera de la totalidad del cine (con su moralina suplementaria: Las dos huerfanitas o Lirios rotos como paradigmas de una defensa ingenua de la castidad femenina que habría hecho reír a carcajadas al Sade de Justine, y acarreó la condena hipócrita de Stroheim tras perpetrar las orgías mundanas de Esposas frívolas, La viuda alegre o Merry Go Round), la que sería corrompida por la mirada libertina de Buñuel a fin de hacer pasar en ese formato más o menos convencional una visión iconoclasta del mundo que, un siglo antes, sólo habría sido posible expresar en la literatura más atrevida o en la filosofía más intempestiva.