[Wu Ming, El Ejército
de los Sonámbulos, Anagrama, trad.: Juan Manuel Salmerón Arjona, 2017, págs.
584]
Una cosa es escribir novela
histórica y otra escribir novela histórica sobre una época donde no existía la
novela histórica, como hacen casi todos los practicantes del género
decimonónico por excelencia. Se puede sentir nostalgia por el tiempo pasado,
pensando que fue distinto del nuestro y que eso lo hace más adecuado para los
placeres de la literatura. Pero esa nostalgia adulterada alimenta la peor forma
de novela histórica, la más conformista o degradada, la de más éxito comercial.
Conviene recordar aquella paradoja del
historiador Hayden White: la escritura de la historia posee tantos componentes
de ficción como poder de representación histórica tiene la novela. Por fortuna para
los lectores, el colectivo Wu Ming ha asumido dos lecciones fundamentales al
escribir esta gran novela sobre la Revolución francesa. Una, la escritura debe comprender
la escenificación del pasado histórico como una oportunidad de intervenir en la
situación política presente. Dos, para lograr este efecto revulsivo no solo se
necesita desmantelar la diferencia entre fabulación y documento, sino entre ficción
y verdad.
“El Ejército de los Sonámbulos” es una novela de
lectura deliciosa gracias a que su manejo de los documentos de la época y los hechos
atestiguados se combinan, sin apenas distinguirse, con las leyendas y fantasías
del imaginario coetáneo, popular o culto. De ese modo, los escritores de Wu
Ming se oponen al modelo anglosajón de novela más rigurosa e historicista, más
anclado en los datos conocidos y, por tanto, menos liberador e imaginativo. El
estilo, para entendernos, de Hilary Mantel, autora de una interesante novela sobre
los líderes jacobinos (“La sombra de la guillotina”).
Con inteligencia dialéctica, la ficción
de la novela fecha su obertura el 21 de enero de 1793, día de la ejecución del
rey Luis XVI, y se extiende hasta el 21 de enero de 1795, describiendo con
recursos de folletín de aventuras y fantasía el período más tormentoso de la
Revolución francesa: el Régimen del Terror, o “el tiempo de la Gran Parodia”,
como lo llama el villano Yvers.
Este grandioso acontecimiento de la modernidad
occidental supone, para Wu Ming, no solo una transformación de las coordenadas históricas,
sino también uno de esos procesos sociopolíticos que revelan verdades primarias
sobre la naturaleza humana, los deseos de cambio, los anhelos de justicia,
libertad e igualdad y la tendencia a infligir el mal y la iniquidad. No se
entiende la Revolución francesa si no se habla de ella, también, como de una
máquina de destrucción ilimitada, protagonizada por otra máquina terrorífica como
la guillotina, por la que fueron pasando primero los actores del antiguo
régimen y sus aliados y luego, sin apenas transición, los actores carismáticos de
la revolución.
Los héroes de esta trama épica son tres
personajes novelescos: un actor italiano (Leonida Modonesi) que encarna la
figura del vengador social bajo la máscara de Scaramouche cuando comprende la
futilidad del teatro y la trascendencia vital de los nuevos tiempos; un médico
aficionado al mesmerismo (Orphée D´Amblanc) que desvela y combate el oscuro
complot reaccionario; y una costurera insurgente y altiva (Marie Nozière) que
descubre la fuerza intelectual de las mujeres y anticipa el futuro de la lucha
política por sus derechos.
El ingenioso acierto creativo de Wu Ming
consiste en dar crédito a la hipótesis de un golpe de estado reaccionario dado
desde dentro mismo del poder revolucionario y, además, metaforizarlo a través
de ese ejército espectral de zombis hipnotizados que amenazan con sus acciones
terroristas el nuevo orden político.
Esta estupenda novela podría convertirse en una
magnífica teleserie europea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario