[David Eagleman, El
cerebro. Nuestra historia, Anagrama, trad.: Damià Alou, 2017, págs. 277]
Y la gris resaca, esa
corriente que le aleja a uno de tierra firme, que le lleva mar gris adentro, cerebro
adentro.
-Luis Goytisolo, Antagonía
(«Recuento», p. 514)-
No se engañe por más tiempo. No es usted, en
realidad, quien lee estas palabras sino su cerebro. O mejor dicho: los millones
de neuronas que componen las redes de su cerebro y que, según diría David
Eagleman, usted suele identificar como su yo. Eagleman, además de un brillante neurocientífico
de la prestigiosa universidad de Stanford, es un magnífico divulgador. Como
reconoce en la sección de agradecimientos de este instructivo ensayo, sus
padres, una bióloga y un psiquiatra, rara vez le permitían ver la televisión
excepto cuando emitían la serie “Cosmos” de Carl Sagan.
Este es el modelo reconocido de Eagleman,
fundado en la adquisición del conocimiento a través de la investigación
rigurosa en laboratorio y, más tarde, la trascendental difusión de los datos
recopilados por todos los medios de comunicación disponibles, desde la televisión
a internet, para que alcancen al mayor número posible de receptores. En este
aspecto, su logro más llamativo es haber creado un libro digital (“¿Por qué
importa la Red?”) que es también una aplicación para tabletas a fin de
concienciar sobre la importancia de internet en la conservación y transmisión
del conocimiento. En la visión de Eagleton, el cerebro individual no es nada
sin la interacción social con otros cerebros, constituyendo una red de redes.
No otra cosa es internet, una red de cerebros interconectados a nivel mundial.
Un cerebro de cerebros.
Tras esto, Eagleman escribió el guion de una teleserie
documental, al estilo de Sagan, para difundir los fundamentos de la ciencia del
cerebro que ya había expuesto con éxito en su libro anterior (“Incógnito”) y
que ahora quería hacer llegar al gran público no lector. Para articular su ameno
discurso, Eagleman recurre a la estrategia retórica de plantear los conceptos
esenciales de su ideario por medio de una serie de seis preguntas clave que son
también los capítulos que constituyen este interesante libro, compañero textual
de la teleserie.
La primera respuesta a esas cuestiones es básica:
somos siempre lo que el cerebro quiere. El cerebro humano, se entiende: esa
extraña maquinaria computacional encerrada en la caja oscura del cráneo, según
la definición de Eagleman, esa masa celular de plasticidad infinita que determina
con sus incesantes procesos todo lo que hacemos, decimos, sentimos y pensamos.
De ese modo, respondiendo a las grandes
preguntas formuladas en el libro, el yo depende del funcionamiento cerebral y
sus caprichos; la realidad es una construcción mental generada con los datos cognitivos
obtenidos por los sentidos; el control y las decisiones dependen del cerebro,
es decir, están bajo la tutela de operaciones neuronales de las que no sabemos
nada, tal es la complejidad constitutiva de nuestras necesidades y deseos
vitales, y nuestra conciencia es solo un destello ilusorio en medio de ese aparente
caos de señales y conexiones.
Freud dio una primera respuesta, conforme a las expectativas
de su tiempo, pero desde el siglo pasado la ciencia no ha hecho sino avanzar en
la exploración fisiológica del cerebro hasta llegar a una situación insólita. En
este siglo, la evolución de la neurociencia y la tecnología cibernética van de
la mano, como señala Eagleman, hasta el punto de poder experimentar con la
fusión del humano y la máquina mediante el volcado de cerebros individuales en ordenadores,
la incorporación de nuevos dispositivos sensoriales a nuestro viejo cerebro y,
sobre todo, la creación de inteligencias artificiales cada vez más potentes y
sofisticadas.
Al final, Eagleman, con sus grandes dotes de persuasión, nos hace comprender que la
ciencia del cerebro y la vida futura forman parte de la aventura milenaria de
la inteligencia humana.
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