Las dos grandes novelas españolas del año pasado
son, cada una en su género, En
la orilla (Rafael Chirbes, Anagrama)
y NWTY
(Ramón Buenaventura, Alianza Editorial). Y,
sin embargo, la mayoría de los elogios van solo a una de ellas (En
la orilla) y apenas si se acuerdan de la
otra. Hacía tiempo que, en el panorama literario español, no se proscribía con tanta inquina el humor, la
libertad narrativa, la licencia verbal, la irreverencia y el juego literario. Si
esto se debe a una petrificación del gusto de los literatos, o a una regresión estética generalizada, es un problema que ha dejado de preocuparme. Que
los muertos entierren a sus muertos…
Se publican libros extranjeros que hacen pensar
en las grandes mutaciones sociales y culturales del presente y todo el mundo
abre la boca en señal de asombro o admiración. Y quizá nadie se fije en cómo un
escritor español, que ya había probado el vigor inventivo de su inteligencia en
libros anteriores, vuelve a la carga con todo su sofisticado instrumental para
demostrar que los años transcurridos en silencio no fueron estériles y las
novedades acaecidas en la tecnología y su repercusión sobre la vida y las
relaciones humanas tampoco eran nimiedades.
Como todo se olvida, no es mala idea recordar
que Ramón Buenaventura es autor de una de las grandes novelas españolas del
siglo veinte (El
año que viene en Tánger, 1998), con la que esta deslumbrante nueva novela
comparte muchas cualidades y recursos. Buenaventura ha sabido enfocar motivos similares
y planteamientos estéticos afines desde una libérrima novedad formal. Aquella
fue una novela de los tiempos anteriores a la era digital y la universalización
de internet, una novela impregnada de la precaria felicidad de los noventa,
antes de que se derrumbaran tantos mitos políticos y culturales y, como reconoce
Buenaventura con melancolía, los amos del mundo impusieran la ley del más
fuerte en todos los ámbitos.
Desde la irónica provisionalidad del título (NWTY), esta
novela en construcción aspira a ser leída como recreación hilarante y jubilosa de
unas vidas en curso, como apertura formal a las aperturas vitales del tiempo de
sus personajes. Como lúcido observador del mundo, Buenaventura ha tomado nota
de lo acontecido en las últimas décadas para reinventar la metaficción
cervantina a la luz de las tecnologías que han abolido la distancia entre lo
público y lo privado. La trama arranca con una trampa tendida al autor, en un
simulacro web que replica una Tánger idealizada, por un ruidoso grupo de avatares
liderado por León Aulaga, protagonista absoluto de su obra maestra. Todos los
conjurados pretenden remover al autor de su pasividad y obligarlo a perpetrar
una obra definitiva que los incluya y concluya a su vez los hilos narrativos
que en sus otras novelas quedaron interrumpidos.
Un jocoso avatar de Buenaventura irá
aventurándose poco a poco, siguiendo los dictados amnésicos del enfermo Aulaga,
en la reconstrucción de la jugosa historia de dos hermanos tangerinos, Rafael y
Márgaret, y sus desvergonzadas vivencias entre Tánger y Madrid desde los años
cincuenta hasta su abrupta clausura en mayo de 2013. Con esa premisa heterodoxa
tan propia de Sterne y su innovador Tristram
Shandy, Buenaventura transforma la insólita exigencia de sus personajes en
excusa para jugar hasta el límite climático con las posibilidades de la ficción,
ilustrando su ambiguo maridaje con las redes sociales y recreando, con exuberancia
picaresca y libertinaje carnal, la memoria histórica de un tiempo perdido y la
leyenda erótica de toda una generación.
A su manera juguetona, mientras relata la
gestación episódica de su novela, Buenaventura nos cuenta cómo la España
democrática se forjó en la clandestinidad de las camas y la promiscuidad de los
cuerpos de algunas mujeres admirables, como Márgaret, heroína libertaria, y de
quienes, como Rafael, aprendieron a orientar sus vidas y sus deseos en complicidad
con ellas y con sus libidos liberadas de tabúes. Y así la lectura digresiva se
vuelve tan deslizante y deliciosa como el sexo que lubrica su escritura. Como sabio provocador cunilingüista, Buenaventura ha escrito
una novela festiva donde los placeres de la vida y la literatura se enredan en
un bucle gozoso. Un gran regalo político en tiempos tan deprimentes.
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