La aparición en español de Unos meses de mi vida reabre el debate
sobre la figura de Michel Houellebecq. Para completar el conocimiento de
este novelista singular, nada mejor que revisar los principales argumentos que
sostiene en este otro libro anterior, una excelente serie de artículos y
entrevistas, reeditado ahora con nuevos textos, donde enuncia un ideario
sistemático que supera las lindes del género y se adentra sin complejos en la
reflexión más acerada sobre el mundo terminal en que vivimos. Desgranaré a continuación
algunas de las ideas que articulan el programa intelectual e ideológico de
Houellebecq, sin olvidar que en todo verdadero novelista, como sostenía Kundera, las teorías son solo
un punto de partida, un detonante creativo que el discurso de la novela no hará
sino contradecir, relativizar o amplificar. Vayamos, pues, con los fundamentos
del método Houellebecq.
En primer lugar, la importancia del arte en su
diálogo con los procesos del mundo contemporáneo. Que un novelista de esta
categoría reconozca no solo su gusto por visitar exposiciones, o sus relaciones
más o menos temperamentales con artistas de su tiempo, sino la profunda huella
dejada por el arte y la sintonía o afinidad de sus experiencias estéticas es
algo que debería obligarnos a la reflexión inmediata sobre los límites espurios
que se imponen hoy, por razones comerciales, a la literatura. Con esta actitud,
además, marca una diferencia con muchos colegas cuyo mundo de referencias se
limita al dominio literario o, a lo sumo, al audiovisual. Dice Houellebecq: “el
arte contemporáneo me deprime; pero me doy cuenta de que representa, con mucho,
el mejor comentario reciente sobre el estado de cosas”.
En segundo lugar, la importancia de la teoría, la
atención preferente a los discursos extraliterarios. En especial la
ciencia y la tecnología y su proyección en la vida cotidiana y en la mentalidad
de los habitantes del siglo XXI, como se evidencia en dos de sus grandes
novelas, Las partículas elementales y La posibilidad
de una isla. Dice Houellebecq, respondiendo a los detractores de la
injerencia de la teoría en la narrativa: “[n]o hay que vacilar en ser teórico,
hay que atacar en todos los frentes. La sobredosis de teoría produce un extraño
dinamismo”. Y una extraña excitación, podría añadirse, que opera en la mente
del lector con efecto estupefaciente. En este sentido, Houellebecq adopta una
posición híbrida, de contaminación del lenguaje de la ciencia y los motivos
derivados de esta y, al mismo tiempo, de absoluta inmersión de estos materiales
impuros, por así decir, en un contexto de ficción apenas condescendiente con
los límites señalados por la razón o la lógica convencionales.
En tercer lugar, su comprensión activa de la
literatura, sosteniendo una concepción de sus posibilidades creativas nada
ensimismada sino muy atenta a los desafíos culturales, vitales e intelectuales
de su época. Dice Houellebecq: “[l]a idea de una historia literaria separada de
la historia humana general me parece muy poco operativa”. De hecho, uno de los
rasgos más acusados que hacen de Houellebecq desde sus comienzos un novelista diferente,
a quien sería deshonesto juzgar solo por el sesgo reaccionario de algunos de
sus juicios, es su alejamiento de la fetichización del lenguaje. Como poeta,
Houellebecq sabe que la mitificación o sacralización de este es uno de los
males a combatir para arribar a lo que denomina la “escritura” novelística por
oposición a las ideas restringidas de “estilo” o “trama”, aún dominantes en el
académico medio literario.
En cuarto lugar, una genuina visión pesimista,
asumiendo en su discurso todo lo negativo del mundo. Nada puede agradecer más
un lector exigente que encontrarse con un novelista iconoclasta e intempestivo
como este que sabe juzgar su
tiempo con ironía subversiva, sentido autocrítico, agudeza empírica y
contundencia cáustica, y no con el lote de banalidades, lugares comunes y cursilería
moral e intelectual tan frecuente entre los figurones mediáticos de la cultura,
la sociedad y la política. Houellebecq se opone a los programas de erradicación
del mal que rigen las decisiones políticas del poder en la actualidad: “[e]s un
proyecto que se sostiene. Una humanidad indiferenciada, plana. Solo que
intentan crearla mediante la castración, mediante la obligación, y así no puede
funcionar”. Y justifica, como denunciaba su última novela (Aniquilación),
la objeción de conciencia a las múltiples prohibiciones y actitudes puritanas
vigentes en nuestras sociedades: “[n]o sé lo que puede ser la humanidad, pero
en el momento presente han impuesto normas excesivas sin aportar a cambio
satisfacciones reales”.
En suma, como muestra este elocuente compendio, Houellebecq es un novelista muy bien formado e informado, un novelista que ha hecho de la sobredosis de información y la inteligencia del mundo contemporáneo sus principales fuentes de inspiración creativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario