[Quentin Tarantino, Meditaciones de cine, Reservoir Books, trad.:
Carlos Milla Soler, 2023, págs. 418]
Los que fuimos espectadores adolescentes en los setenta recordamos perfectamente lo que era ir al cine por entonces. Entrar en la sala y asumir el grado de promiscuidad física y emocional que convertía aquella vivencia en una experiencia única, inolvidable. De esto habla, en el fondo, Tarantino en el libro. De un tiempo en que las películas eran tan vitales como cualquier otra cosa, el amor, el sexo, la velocidad, la luz, las relaciones, y en que el cine, por tanto, se dirigía a todos y cada uno de sus espectadores para invitarlos a participar de la fiesta en la sala y de la catarsis que tenía como nuevo escenario la pantalla. El exorcista, Taxi Driver, Tiburón, La matanza de Texas, Rocky, Carrie, La guerra de las galaxias, Encuentros en la tercera fase, Alien, y tantas y tantas otras películas que te arrastraban al cine con una fuerza inefable para verlas de manera compulsiva y convulsa, te mantenían hipnotizado durante la proyección, atado a la butaca como al sillón del dentista hasta el final, y te sumían en el vacío total al acabar, cuando se encendían las luces y la pantalla se apagaba, perdiendo el brillo que les había dado vida hasta entonces, recordándote que ahí afuera te aguardaba la verdadera vida, tu vida, y debías volver a ocuparte de ella después de las horas vividas de suspensión vertiginosa de la incredulidad…
I was a young enthusiastic movie geek, during a time when movies were fucking incredible.
-Quentin Tarantino, Cinema Speculation, p. 285-
Qué es la historia del cine sino una larga
especulación cinéfila, como esta de Tarantino, en la que están las películas
que se hicieron, las que no se hicieron y estuvieron a punto de hacerse, las
que nunca pensaron en hacerse, o las que se perdieron definitivamente por el
holocausto del celuloide y la incuria de una industria que no se creyó arte y
cultura hasta que era demasiado tarde para dar marcha atrás. Este es un
espléndido libro que nos recuerda que un verdadero cineasta como Tarantino es,
antes de nada, un cinéfilo, es decir, alguien que vive la experiencia
cinematográfica con la misma intensidad subjetiva con que vive las experiencias
de la vida, sin establecer distinciones fáciles entre las emociones experimentadas
en una pantalla o en la supuesta realidad de la calle.
No por casualidad, el título original del libro (Cinema Speculation) procede del capítulo
donde Tarantino especula sobre lo que habría pasado si la magnífica Taxi Driver la hubiera dirigido Brian de
Palma, privilegiado lector de la versión original del guion de Paul Schrader, y
no Martin Scorsese. Como saben sus espectadores más atentos, la respuesta de
Tarantino radica en la raza. Qué gran diferencia existiría entre que el taxista
vengador interpretado por Robert De Niro libere a la prostituta menor
interpretada por Jodie Foster de las garras de un chulo afroamericano, en lugar
del proxeneta blanco encarnado por Harvey Keitel, con toda la sobrecarga de
paranoia sexual de los blancos hacia los negros como aderezo dramático. El
comentario de esta anécdota refleja la sensibilidad única de Tarantino. No es
solo un director impregnado de películas de género, como demuestra el libro
hasta la saciedad, sino alguien que es capaz de contextualizar la idiosincrasia
estética del cine popular en la coyuntura histórica y cultural de su país, como
demostraron Pulp Fiction, en su
momento, o Érase una vez en Hollywood,
su magistral penúltima película, y quizá vuelva a demostrar la décima que ya se
anuncia en algunos medios (guion escrito, título provisional y producción en
liza).
A lo largo de dieciocho capítulos, desde la
infancia hasta la primera juventud, Tarantino aborda el relato de su formación y
educación cinéfilas en salas de cine pobladas de una audiencia plural y activa
ante los estímulos procedentes de la pantalla. Ya desde los seis años su madre
lo llevaba a ver películas para mayores en compañía de su padrastro y luego de sus
ligues ocasionales, constituyendo así una inteligencia tan atrevida como
consciente de los problemas existenciales que afectan a los adultos. Más que a una
revisión cinéfila propia de una filmoteca, asistimos al análisis crítico de la
recepción de cada una de las películas por la mente ávida de Tarantino, combinando
las circunstancias de la visión iniciática con la información recopilada con
posterioridad sobre las condiciones y dificultades de su producción, leyendo
críticos afines de gusto heterodoxo, con los que no siempre estaba de acuerdo,
como Pauline Kael y Kevin Thomas, o conversando con verdaderos personajes de
película como ese extraño inquilino afroamericano, Floyd Ray Wilson, que le
inspiraría Django desencadenado y
cuya fascinante y emotiva evocación, como una despedida nostálgica, clausura el
libro.
El ciclo fílmico, se compartan o no en su
integridad los peculiares gustos y opiniones de Tarantino, permite enfocar un
período determinante de la historia del cine americano como los años setenta y
el alcance de sus propuestas más allá de esa época gracias a todos los
cineastas que, como él, fueron inseminados por su libertad expresiva y
artística (pienso también en Paul Thomas Anderson y en David Fincher). La bicefalia del Nuevo Hollywood, a la que se consagra un capítulo
esencial para comprender la doble naturaleza del arte cinematográfico,
representa el dilema todavía actual entre la creatividad potencial de los
directores y los deseos del público, conflicto al que también se enfrenta
Tarantino como creador ambicioso que no quiere sacrificar su talento excepcional
ni tampoco perder el aplauso colectivo.
Los que fuimos espectadores en la grandiosa década
de los setenta, como dije en la introducción al post, recordamos perfectamente lo que significaba
ir al cine entonces, solo o acompañado (era lo de menos). Tarantino lo resume en una frase contundente: “Yo
era un joven entusiasta del cine en una época en que las películas eran una
pasada”.
Y todo el resto es literatura.
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