Con gran acierto, Bilbeny afronta en este ensayo,
informado e inteligente, los paralelos posibles entre la época barroca y el presente
neobarroco con objeto de definir con claridad lo que el título señala como
propósito: una moral que corresponda a los tiempos en que vivimos, un modo de
conducta que no entre en contradicción excesiva con sus exigencias y desafíos
vitales. No se trata de rechazar el mundo, o darle la espalda con suficiencia,
sino de aprender a moverse por él con agudeza y elegancia. La razón del poder
de atracción del barroco para las mentes más despiertas la cifra Bilbeny en la
siguiente idea: “es difícil sustraerse al atractivo de una visión de la
realidad que refleja la total complejidad de esta, como hace el Barroco con
relación a la naturaleza y la cultura, a la vida y al espíritu”.
En un primer movimiento, Bilbeny trata de enfocar
el tiempo barroco ahondando en nódulos de pensamiento, creación y cultura que
le permitan delimitar un paradigma que pueda luego trasladarse al tiempo
presente como modelo de análisis eficaz. En esta fase de su ensayo, Bilbeny
aborda con penetración figuras de la literatura española como Quevedo, Gracián
y Calderón, pero también pensadores de trascendencia internacional como Descartes,
Spinoza y Leibniz. Las metáforas dominantes son el mundo como un gigantesco
teatro en que las máscaras humanas han de actuar conforme a una moral cortesana
que les abra las puertas del éxito y la fama y la vida como sueño del que
conviene despertar para comprender las verdades morales que fortalecen el
espíritu. Frente a otras modalidades de lo barroco, el paradigma hispánico se
concibe como sumisión final de las criaturas a los mandamientos y autoridad de
Dios. En Descartes y Spinoza, sin embargo, se vería la tentativa de generar una
idea de la subjetividad lúcida, tan despegada de los mitos primigenios como de
las ataduras teológicas o las ortodoxias imperiales.
La moral del barroco español es una “moral de
extremos”. Y de contradicciones flagrantes, añadiría. Y es en esto donde
conecta con el ensimismamiento tecnológico de nuestra época, soledad individual
y conexión mediada con el exterior propias de la nueva edad barroca que Bilbeny
disecciona en la segunda parte del libro con planteamientos menos categóricos.
La tesis de partida se refiere a la coincidencia en la preferencia por las
apariencias más que por la realidad de ambos períodos. Espejismos, ilusiones,
fantasmas, fantasías, productos de la mente que en el barroco producían el “Quijote”
o “Las Meninas” y que hoy se desparraman como diluvio de imágenes en múltiples
pantallas y se expanden por internet como virus de la información.
Tan lejos del pesimismo como del optimismo, este ensayo de Bilbeny trata de proporcionar luz sobre la moral adecuada a nuestro tiempo neobarroco. Una moral subjetiva, como la poesía de Lope de Vega que cierra el libro, fundada en la inteligencia y la sensibilidad para gestionar las antinomias del mundo contemporáneo sin desfallecer.
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