Esto no es
una adivinanza, ni un renovado ataque al sanchismo. El aguafiestas no es
Sánchez, aunque trabaje para él y también lo padezca, como otros líderes, ni
Macron, ni la pobre Liz Truss ni Rishi Sunak, su patético sucesor, ni Scholz,
ni Biden, por supuesto, pero todos, a izquierda y derecha, le ríen las gracias.
Tampoco es Putin, aunque la Guerra de Ucrania sea uno de los triunfos recientes
del aguafiestas, a quien los ejecutivos de la City y los agentes de la Bolsa
global consideran un campeón. Mucho menos Xi Jinping, gran emperador confuciano
de la Nueva China coronado la semana pasada por sus secuaces comunistas, por
más que el coronavirus aguafiestas escapara de un laboratorio multinacional de
Wuhan.
El
aguafiestas tampoco tiene un sexo definido, en eso responde a los ridículos
parámetros de la “ley trans”. Es fluido, promiscuo e invisible como el capital,
permea las fronteras nacionales como la inmigración ilegal y se desliza por los
despachos corporativos como un espectro insidioso y eficiente. Hace gala de un
dominio total de los algoritmos que programan el encarcelamiento del mundo sin
que se le vea nunca pulsar un teclado o mirar una pantalla. Es una criatura
prodigiosa que todos identifican por sus efectos y nadie se pone de acuerdo sobre
su naturaleza real, como el Espíritu Santo.
Esta semana conocíamos los datos financieros del IBEX y otros mercados bursátiles y todas las grandes corporaciones están generando beneficios mientras los ciudadanos no hacen más que arruinarse pagando las facturas de la maldita pandemia y la odiosa guerra y endeudarse al infinito, renunciando a un futuro digno de sus deseos. Es triste pensarlo. El aguafiestas es el mayor enemigo de los humanos, sirve de forma efectiva al poder y no se presenta nunca a las elecciones. Me rindo a la evidencia. El aguafiestas es un auténtico campeón.
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