Es paradójico,
en este sentido, que en las dictaduras con las que Podemos mantiene vínculos desde
sus inicios, como Cuba e Irán, se persiga la libertad sexual y la disidencia política.
Y esto es más grave que estar ligada a un líder que te enchufa como ministra por
la cara. El espurio feminismo de las que se envuelven en la bandera malva para tapar
sus vergüenzas debería ser denunciado, en nombre de la dignidad de género, por todas
las mujeres que poseen méritos superiores y no han tenido tanta fortuna.
Una cosa es
ser fanático de la ideología y golpear con el martillo de los prejuicios y otra
usar la ideología para enmascarar la corrupción, como ha hecho Infantino, gran
maestre de la logia futbolera. En pro del negocio vale todo, hasta denigrar a
la Europa que creó la democracia, el pensamiento libre y el fútbol. La
literatura y la filosofía no atraviesan un período de simpatía con los
ideólogos de izquierda. Son disciplinas demasiado exigentes para los estándares
demagógicos que se estilan hoy entre los militantes del progresismo guay.
El ideario
de la nueva izquierda culpa a la cultura y la educación de todos los males. Y,
sin embargo, treinta años de deseducación pública nos contemplan, secuela de
leyes nefastas que no solo han provocado el progreso de la incultura y la falta
de sentido crítico en las generaciones más jóvenes, sino el aumento de los
delitos de género. Menudo logro. Como la ley de la libertad sexual. Es una
incongruencia estratégica que un texto jurídico nacido para otorgar la máxima
protección legal a las mujeres en su vida íntima traiga asociada una rebaja
significativa de las penas que castigan el abuso y la violación. Qué pocas
luces.
Cuando gobierna la ideología, y no la inteligencia, el bien, por bueno que sea, se vuelve banal. Vicio mucho más peligroso para la democracia que una mala ley, una mala diputada o una mala ministra. La izquierda le está regalando el patrimonio de la verdad a la derecha y esto, se mire como se mire, es criminal.