[Publicado en medios de Vocento el martes 29 de junio]
Aprovechemos la caída de las mascarillas para empezar a contar verdades sobre la pandemia.
Me
quito el bozal y soy otro. Me quito el bozal y se derrumban las mentiras que
nos han contado desde que empezó la pesadilla. Me quito el bozal y me
transformo en el hombre de la verdad. Qué trabajo nos cuesta decir la verdad en
este país. Vivimos instalados en la mentira desde hace tanto tiempo que ya ni
nos acordamos de cuándo comenzó a gobernar la falsedad. No fue con el régimen
del 78, como pretenden los nacionalistas, esos grandes amigos de la verdad. Fue
mucho antes. Ya en tiempos del hombre de Atapuerca, si no recuerdo mal, nuestros
enemigos nos llamaban mentirosos. Qué se le va a hacer. Es nuestra verdad atávica
como pueblo.
En Estados
Unidos, en cambio, desde que cayó Trump y Biden ascendió al cielo del
Capitolio, la verdad resplandece como una sonriente heroína de Marvel. No hay
más que ver su televisión para comprobarlo. Comparadas con las nuestras, tan sanchistas,
las televisiones americanas parecen comisiones de expertos. El bueno de Biden
dio la orden hace unos meses de que se investigara el origen del virus. No
quiere que las mentiras ensucien su mandato y den al traste con su reelección. Con
las mascarillas han caído todos los tabúes sobre la pandemia y da gusto ver a
la plana mayor de la izquierda liberal del espectáculo televisivo americano,
desde Jon Stewart a Bill Maher, paseándose alegremente por los platós para
anunciar la buena nueva. El coronavirus es tan artificial como el kétchup y
China la responsable de su expansión incontrolada.
Nadie se
cree ya la fábula confuciana del murciélago y el pangolín. Y denuncian en voz
alta el silencio cómplice y la manipulación científica de la verdad. Estamos en
deuda con la ciencia, dice Jon Stewart con retranca, por la ayuda prestada para
aliviar el dolor en una pandemia que la ciencia misma ha creado. Así de simple
es la verdad. Y no debe darnos miedo, ni asco. El laboratorio puntero de Wuhan
es el lugar de donde escapó el maldito bicho. Todo lo demás es pura ocultación
de la verdad. La mentira más grande jamás contada.
En España
nos hemos creído el cuento chino tan al pie de la letra, como un dogma de fe,
que costará mucho olvidarlo. Ojalá no haya que esperar a que Sánchez se vaya de
la Moncloa para enterarnos de la verdad de manera oficial. Esperemos que Biden,
en uno de esos saludables paseos que suelen dar juntos en las cumbres europeas
departiendo sobre lo divino y lo humano, acierte a transmitirle las ventajas
políticas de la verdad. Quítate el bozal, hermano. La verdad te hará libre.
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