Todas las profecías se han cumplido
y ya vivimos en el futuro. El futuro ya está aquí, con toda su carga de
angustia y fascinación. El futuro, decía Don DeLillo, significa vivir en presente
entre las ruinas del futuro y seguir mirando al futuro desde los vestigios del
pasado. Eterna recursividad del tiempo, inagotable especulación del
pensamiento. Estas son las dos premisas de las que parte el discurso poliédrico
de este contundente tratado de Armen Avanessian, uno de los filósofos europeos
más originales e innovadores del momento, el gran discípulo quizá de Jacques Rancière. Un pensamiento que se mueve a caballo del arte contemporáneo, la
literatura, la filosofía y la lingüística. En esa línea sintética, son valiosas
sus tentativas de fundar una poética del presente de indicativo y una ontología
del lenguaje que comprenda la remodelación mutua del lenguaje y el cerebro, el
bucle de recursividad que crea lo humano.
Este libro, publicado en Cambridge inicialmente, es
una magnífica presentación de sus peculiares perspectivas sobre el mundo del
porvenir, entendiendo por tal un mundo que deviene sin cesar al mismo tiempo
que avanza hacia lo desconocido e impredecible. Lo más sorprendente de sus
propuestas radica en una doble maniobra para restituir a la filosofía su peso
en la comprensión de la realidad en conexión con una refundación de la
metafísica. Es innegable que la razón científica, con todas sus disciplinas especializadas,
y el aparatoso despliegue tecnológico habrían desautorizado con su poder sobre
la vida la posibilidad de esta de comprenderse a sí misma a partir de un
lenguaje abstracto que le sirva de referente ético y político.
Como indica Avanessian con acierto, el mundo está
padeciendo una revolución absoluta de sus estructuras y, sin embargo, carecemos
de categorías adecuadas para abordar ese proceso radical de cambio: “Estamos
buscando ideas que nos ayuden no solo a conceptualizar, sino también a navegar
la lógica de los desarrollos culturales y políticos dentro del tejido del
capitalismo global”. Ya hace más de sesenta años que un filósofo fundamental
como Martin Heidegger diagnosticó lo que llamaba, con pesimismo apenas
disimulado, la superación de la metafísica, la consumación de esta por la
realización de sus presupuestos a través de la técnica. Avanessian se sitúa en
esa postrimería de la razón moderna para devolver a la metafísica la condición de
conciencia de la totalidad, desprovista de cualquier connotación religiosa
esencialista, de la que la ciencia pura, en su pugna contra la irracionalidad,
la había desposeído.
Con agilidad dialéctica, Avanessian plantea sus
perspectivas en tres movimientos. El primero centrado en la enunciación de una
“metafísica del futuro”, recargando de valor crítico los debates en torno a la
sustancia y el accidente, la forma y la materia, la vida y la muerte, con
objeto de eliminar las incertidumbres sobre la absoluta contemporaneidad de su
pensamiento, tan embebido de existencialismo y marxismo como de posestructuralismo
derridiano y deleuziano. En un movimiento posterior, más atrevido, Avanessian
cuenta con los recursos idóneos para redefinir las nociones de verdad, realidad
y política a la luz de la evolución de la historia planetaria. Y, por último,
se lanza ya sin prevenciones a una especulación arriesgada sobre las
dimensiones del futuro donde la filosofía hallaría un anclaje diferente: postulando
la “metanoia” como transformación total del mundo, el ser y la mente por medio
de la alteridad y la alteración de sus fundamentos ancestrales.
No obstante, un lector escéptico puede encontrar seductor
el modo en que el pensamiento múltiple de Avanessian intenta proyectarse más
allá de los límites que el tiempo contemporáneo le opone y dudar, simultáneamente,
de la eficacia de esa operación intelectual de rehabilitación de una filosofía
que, a lo mejor, como Heidegger creía, ya había concluido su trabajo en la
historia.
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