[Publicado ayer en medios de Vocento]
Indignado
es más que un estado de ánimo. Mucho más que una forma de ser. Indignado es una
cualidad de nacimiento que no debe nada a la genética y todo a la ética.
Indignado es una actitud moral. Ahora que gobiernan los cínicos, como siempre,
conviene recordar la indignación colectiva del 15-M como un gesto
revolucionario que terminó en pataleo inútil. Estar indignado es como estar
enfadado. Se te pasa pronto el calentón y la próxima vez te lo piensas mejor. Mayo
de 2011 fue el momento crítico en que muchos ingenuos soñaron peligrosamente
con poner el mundo patas arriba.
Indignado
estaba Pablo Iglesias la otra noche cuando el vapuleo electoral le sonó a
abucheo taurino y a pañolada futbolera. La castración de la coleta dialéctica anuncia
su viraje a zonas del politiqueo más confortable. La foto de Iglesias leyendo
el panfleto de Vallín ya emasculado de su moño maoísta es una confesión de
impotencia y una provocación a sus votantes. Una abjuración pública del
indignado profesional de este país. Diez años después de la explosión popular
del 15-M, Podemos está desmantelado e Iglesias defenestrado. Así de tenebrosa es
la fuerza del sistema.
Indignados
andamos otros con que la farsa de la amenaza fantasma del fascismo pasara tan rápido
al olvido histórico. Estamos gobernados por políticos que consideran legítima
una estrategia indigna. Y luego esperan que les creamos cuando hablan de recuperación
económica, vacunación de rebaño y resiliencia. O de la subida de los impuestos
y las impuestas, como diría la Ministra de Trabajo en su jerga desatinada. Indignación
produce verlos jugando al cuento de “Pedro y el lobo”. Cuando el lobo estepario
del fascismo asome de verdad sus fauces en las puertas de la democracia, ya no creeremos
en sus gritos de alarma. Como tampoco creemos ya en los estados de alarma. El
libertinaje hedonista y anarquizante que se ha apoderado de la gente, según los
moralistas, es una prueba de que los estados de alarma solo sirven para
implantar estados de alma revoltosa. Y los toques de queda acaban en toques de
quedada multitudinaria.
En Francia han saltado las alarmas y ya se preparan para la victoria de lo peor y en la América demócrata de Biden ya no temen a Trump, un avatar primitivo, sino al Anticristo republicano que viaja desde el futuro a través de las redes sociales. En el siglo XXI, por desgracia, nos tocará elegir otra vez entre la indignidad y la indignación. En un mundo indignante, así en 2011 como en 2021, sobran razones para indignarse.
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