lunes, 13 de mayo de 2019

CERO NO SER



[Hélène Cixous, El Vecino de cero, Shangrila, trad.: Mariel Manrique, 2018, págs. 82]

La escritura de Hélène Cixous es intraducible. Ya lo dijo Jacques Derrida y se mantiene sea cual sea la lengua a la que se intente trasladar la singular relación pasional de la escritura de Cixous y el cuerpo a cuerpo con la lengua francesa y el fetichismo de sus unidades gramaticales. Cixous le hace el amor al francés y este le devuelve ese gesto erótico en altas dosis de belleza e inteligencia. No por azar, Cixous prologó con entusiasmo una creativa versión francesa del dúo de textos más extravagante de la literatura inglesa: “Alicia a través del espejo” y “La caza del Snark” de Lewis Carroll.
El “cero” del título alude al gran Samuel Beckett, el escritor irlandés que se parecía a una escultura andante de Giacometti. Cixous, que se doctoró escribiendo sobre Joyce, escribe en este hermoso libro sobre el único escritor que realizó una gesta imposible: ir más allá de Joyce. Trascendiendo su lengua babélica, Beckett es el escritor que esculpió en el silencio y la oscuridad una lengua literaria resplandeciente y nueva. Obligó a la literatura a regresar al agujero, la madriguera, el vientre materno. La extraña literatura de Beckett es la del ser que no ha nacido, la criatura que se resiste o niega a nacer y, por tanto, no nace al lenguaje. Y si usa este lo hace por espasmos y balbuceos, de manera abortada o fallida, como si tuviera que expresarse al mismo tiempo que aprende con dificultad las reglas de la lengua con que aspira a hacerlo. Con Beckett, como dice Cixous, la representación teatral pasa del escenario a la cabeza, al interior del cráneo, y la escena se transforma en un residuo de esa representación mental donde el yo del autor-demiurgo se niega a sí mismo, se impone la inexistencia, como en “No yo”, la obra beckettiana más amada por Cixous. Ese no-teatro es un teatro de la negación: teatro negativo y negativo del teatro.
Cixous se instala en la vecindad de la voz de Beckett, arrima su voz a la del maestro, busca su complicidad, hace suyas mediante la cita o la reescritura las sutilezas del tono y la multiplicidad de sus voces y ecos, y de ahí extrae toda la fuerza que le permite adentrarse en un discurso tan difícil como evasivo. La escritura sinuosa de Cixous halla en la homofonía francesa uno de sus recursos brillantes para enunciar un pensamiento que se registre en una dicción irrepetible. Esta traducción señala a menudo la originalidad de las expresiones con que Cixous acierta a declinar su relación con Beckett. Esa relación se funda en una doble intimidad: la intimidad intelectual con la obra del autor y la intimidad con las palabras con que esa obra logra existir a pesar de todo y las palabras con que se expresa esa intimidad de lectora y comentarista.
Gracias al estilo y el pensamiento, este libro se vuelve inclasificable. Ni un ensayo al uso, ni un comentario académico, ni una ficción biográfica ni tampoco una evocación convencional. Como dice Cixous sobre su escritura con un juego verbal ingenioso: yo digo hacer (“je dis faire”) y yo difiero (“je diffère”). O lo que es lo mismo: yo hago de mi escritura un hacer que se dice y se hace en el decir, un acto performativo cuyo fin último es alcanzar al lector, y yo difiero ese acto al infinito, lo suspendo en su diferir, lo hago diferente de otros y, de ese modo, lo digo y lo hago como nadie en ninguna otra lengua del mundo.

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