[Manuel Arias Maldonado, (Fe)Male Gaze. El contrato
sexual en el siglo XXI, Anagrama, págs. 97]
La guerra de los sexos ha vivido en
el último año una nueva vuelta de tuerca. Un giro previsible en una dirección
problemática. Esa guerra secular ha virado hacia un escenario inesperado con viejos
actores y actrices y situaciones lastradas. Tras un siglo de lucha feminista
por la libertad e igualdad de las mujeres, conquistada la primera, la segunda constituiría
la bandera esencial de las reivindicaciones políticas que tienen a la condición
femenina en su foco de atención más o menos mediatizado. Esta batalla
encarnizada por el poder sexual y social, laboral y cultural, ha declarado
enemigo al hombre, por sus abusos presentes y pasados. No obstante, la fraternidad
entre las mujeres, por apelar al tercer factor de la ecuación del progreso
humano, no está garantizada: muchas de ellas no participan de los valores
agresivos enarbolados como eslóganes para el asalto final al palacio del
patriarcado. Y muchos hombres, guiados por la culpa o la vergüenza, se han
pasado con armas y bagajes al otro bando.
De todo este novedoso enredo se hace
eco Arias Maldonado en este ensayo, tan instructivo como documentado, con la
autoconciencia y la ironía que recomienda como actitud idónea en este período
de transición cultural, donde ya no rige la antigua moralidad y domina la
mirada porno. Su método intelectual consiste en revisar muchos de los juicios
que protagonistas y expertos han pronunciado sobre la peliaguda cuestión en los
últimos tiempos, los de mayor combustión mediática, a fin de someterlos a un
escrutinio riguroso, eliminando los excesos retóricos que inducen a confusión. El
sesgo razonable del discurso permite afrontar así los males mayores y menores
que pueden complicar aún más esta situación, apostando siempre por la
posibilidad de renovar el contrato sexual del siglo XXI, pero sin meterse en
aguas turbulentas.
La dialéctica de la mirada y el deseo articula
el análisis de Arias Maldonado con la intención de esclarecer las claves del
movimiento “Me Too”, un exponente del feminismo tuitero también criticado por
otras mujeres. Ahora bien, es evidente que entre los postulados de la novelista
Gillian Flynn, que denuncia la complicidad de la mujer en el juego cosificador
del deseo masculino, y los de la teórica Laura Mulvey, quien definió el
concepto de “mirada masculina” como dispositivo cinematográfico de objetualización
del cuerpo femenino, cabe una multiplicidad de perspectivas y posiciones
ideológicas.
En las hiperactivas micropolíticas del siglo no
veo, sin embargo, que la refundación simbólica de las relaciones sexuales sea imprescindible
para todas las partes implicadas en esta guerra cultural. Para una mayoría de mujeres
y hombres el pacto tradicional, con todos sus problemas y conflictos, si se
reforman ciertas cláusulas, seguirá teniendo validez en las décadas futuras;
mientras se irá imponiendo, para sectores más avanzados, una forma de
coexistencia sexual que no implique ningún dominio público ni supeditación doméstica.
Sin ir más lejos, la notoria bloguera y teórica Laurie Penny, con sus polémicas
tesis sobre el mercado de la carne y la explotación de los atributos del cuerpo
femenino bajo el capitalismo, no parece interesada en buscar ningún acuerdo convencional
con el sexo masculino. El punto fuerte de su planteamiento radicaría, más bien,
en la reorientación colectiva hacia la transexualidad como fundamento de una revolucionaria
praxis sexual.
No existen soluciones fáciles. La vida es
peligrosa y paradójica, además de irónica, y los sujetos deben arrostrarla sin
miedo, asumiendo que la libertad conlleva inseguridad, pero también
satisfacción, y la igualdad linda con el tedio normativo. La sabiduría pagana,
como dice Camille Paglia, quizá nos incite a combinar ambas demandas con soberana
inteligencia.
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