viernes, 26 de abril de 2019

URNAS Y TRONOS



[Publicado en medios de Vocento el martes 23 de abril]

Comienza la campaña electoral y termina “Juego de tronos”, es como una profecía, me dice por teléfono una amiga entusiasta muy atenta a las paradojas del destino y las sincronías del devenir, así las llama con pedantería profesional. Azares de la actualidad, prefiero llamarlas yo. Tronos y urnas, urnas y tronos, es lo que nos queda, pasada la Semana Santa, hasta finales de mayo. Más que una profecía parece una maldición. O una pesadilla como la que tuve anoche. Tras una serie de episodios confusos, soñé que votaba a Vox. El terror me despertó. O eso creía. Sudaba como un candidato durante un mitin multitudinario en una plaza hostil o un nazareno bajo la túnica. Me palpé el cuerpo desnudo con prevención y luego la cara. La barba me delataba. El demonio de Abascal se había apoderado de mi voluntad y me forzaba a hacer campaña a su favor. Recurría en vano a la Junta Electoral Central. Nadie me daba la razón. La libertad de expresión es sagrada. Y Abascal ganaba las elecciones. Cuando desperté, Sánchez resistía en la Moncloa urdiendo alianzas impensables con socios imposibles. Con todo, respiré aliviado.
Decía Nietzsche que en las épocas más interesantes y locas de la historia los comediantes eran los amos. Es la fuerza inapelable de la democracia. En esta era espectacular, sin embargo, nuestros histriones políticos se vuelven puritanos y les entra el pánico a perder votos, negándose a actuar como bufones en el plató, sin miedo al ridículo ni a las críticas. De ahí la espuria polémica de los debates encadenados. Duplicar debates es obligar a los electores a sentir sobre sus hombros la carga insufrible de la política partidista. El peso doble de una campaña sin ideas, repleta de discursos vacíos y acusaciones falsas. Y lastrada, para colmo, con una obsesión enfermiza por los pactos poselectorales.
Vivimos tiempos extraños. Arde Notre-Dame como una pira medieval y el causante no es el fuego de los dragones de Daenerys, ni el Apocalipsis, como proclaman las redes sociales, sino una subcontrata catastrófica aliada con la mezquindad del erario público. El culebrón del Brexit acabará con Theresa May, pero no tendrá un final fácil. Trump tiembla por las enésimas revelaciones sobre la conexión rusa, pero nadie encuentra la manera de destronarlo. El fin del mundo no será televisado. La revolución tampoco. Estamos condenados a la comedia infinita y el círculo vicioso. Al menos podemos alegrarnos de que termine “Juego de tronos”, una teleserie masiva que es un espejo metafórico de la lucha encarnizada por el poder en cualquier época o sistema. Tras una campaña interminable, nos merecemos un largo descanso. Y el escenario probable de que las elecciones no resuelvan nada es una pesadilla. Una pesadilla infernal, como la historia, de la que no sabemos aún cómo despertar.

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