[Publicado en medios de Vocento el martes 4 de diciembre]
La Constitución
cumple cuarenta años mientras la democracia se desmorona como un castillo de
naipes, sentencian los profetas de lo peor y los medrosos de siempre. La
democracia ha sido hackeada por poderes innombrables. Era la idea revolucionaria
de la serie Mr. Robot y sirve aún para
poner a prueba las virtudes del sistema. Quien teme plantearse estas cuestiones
no comprende el poder real de la democracia. La verdad democrática es
interrogativa y polémica, no conformista. El pacto de la Transición valió para
lo que valió. Sacarnos del franquismo y la cerrazón de la dictadura. Con los
valores democráticos inyectados en vena, ya no necesitamos profilácticos. La
democracia funciona mejor cuanto más cuestiona sus vicios e inercias. Cada vez
que hay elecciones aceptamos sin rechistar que la maquinaria partidista movilice
los medios necesarios, así sea esquilmando aún más la Seguridad Social o las
arcas exangües de autonomías y ayuntamientos, para lograr el fin más rastrero.
Mantenerse en el poder otro mandato más con objeto de mangonear presupuestos o
contratos y poseer el control total sobre la gestión del Estado. Las trifulcas
parlamentarias bordean el esperpento y ciertos diputados incurren en histrionismos
groseros. Ese es el nivel, como dice Ferreras, el gurú de la Sexta. No pasa
nada.
Es lógico
que Torra difame la Constitución. No tiene otra estrategia ahora que los
profesionales públicos se le han sublevado por tapar con la bandera independentista
las miserias e imposturas de su gobierno de títeres. El farsante Torra ha
quedado, cual caganer, con el culo al
aire. Como Susana Díaz. Conozco a mucha gente que vota a Díaz por miedo a la
derecha, a pesar de su mediocridad evidente. Y otra tanta que prefiere a sus contrincantes,
pese a su medianía acreditada. Ambos grupos me reprochan mi neutralidad. No es
tal sino desprecio por unos líderes patéticos. Me da igual quién gane. A nadie
pueden preocuparle seriamente los perjuicios de la victoria de unos partidos andaluces
sobre otros, salvo que sea un sectario, un pariente cercano o un amigo íntimo de
alguno de los candidatos en liza. Es irónico que el mismo año en que Sánchez se
plantea sacar a Franco de su tumba la extrema derecha reaparezca en el
escenario político. Esa es la grandeza de la democracia. Durante las semanas de
campaña te preguntas cuánto nos cuesta el ridículo espectáculo, te burlas del estilo
de mítines y debates e ironizas sobre la estrechez mental de los discursos. El
domingo te quedas en casa trabajando, en lugar de ir a votar, y los resultados electorales,
ya por la noche, solo te provocan indiferencia. Y, sin embargo, estarías
dispuesto a luchar porque este circo no acabe nunca, como dijo el filósofo, y
la democracia, como el sol de la libertad, ilumine nuestras vidas otros
cuarenta años más. Como poco, añado.
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