viernes, 17 de octubre de 2014

PASOLINI CONTRA TODOS


[Pier Paolo Pasolini, Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas, Errata Naturae, trads.: Paula Caballero y Miguel Ros, 2014, págs. 187]

Como he dicho tantas veces y en tantos foros, no quiero ser italiano. Querría ser americano. Naturalmente, sería un americano de la otra América. ¡Y por fin mi forma de protesta sería libre! ¡Absoluta, completa, disparatadamente libre! En Italia hasta la protesta es conformista. La protesta liberal usa un lenguaje de instituto que apesta a cadáver, la protesta marxista está completamente preestablecida como un formulario. En cambio, ¡no hay nada más bello que inventar día a día el lenguaje de la protesta!

-P. P. P., “Casi un testamento”-

Para bien y para mal, Pasolini posee una actualidad crítica intempestiva. En su tiempo fue un intelectual y un artista comprometido de una nueva clase: un marxista heterodoxo, un miembro disidente de la izquierda cultural, independiente y singular, irreductible tanto a los dogmas partidistas como a las consignas del poder institucional. Hasta su asesinato en 1975, Pasolini cumplió con el papel de anticonformista subversivo con una intransigencia y honestidad ejemplares. Su lema polémico era “es intolerable ser tolerado”.
Pasolini personificaba la figura carismática, no exenta de ambigüedad, cuyo poder de denuncia y pensamiento insurgente servían de revulsivo ideológico a una multitud de lectores y espectadores. Su necesidad hoy, cuando el intelectual padece la presión insoportable de los medios masivos y el mercado, no puede ser más acuciante en un contexto donde la perversa alianza del poder político y el financiero pretende someter a los ciudadanos a un estado de servidumbre económica definitiva que Pasolini denunció en su momento como el neofascismo de la sociedad de consumo.
Este magnífico libro de artículos y entrevistas, con título provocativo, da cuenta de este carácter indómito y de la evolución dramática de su pensamiento: enfrentado al cambio social en curso, con la implantación del consumo como cultura dominante de una clase proletaria en fase de aburguesamiento acelerado, Pasolini anuncia el melancólico final de una concepción estrechamente política y populista del arte en la que había creído hasta entonces (siguiendo a su maestro Gramsci) y, en consecuencia, la pretensión de hallar un refugio elitista donde preservar las herejías intelectuales y artísticas de la corrupción capitalista. Una antinomia cultural que, en pleno triunfo de la globalización neoliberal, estaría acendrando aún más sus nocivas contradicciones (“En realidad, el mundo no mejora nunca. En cambio, eso sí, el mundo puede empeorar”).
Y es que el gran enemigo de Pasolini era el conformismo, como evidencia este muestrario de “escritos corsarios”: el conformismo biempensante de la izquierda progresista y los comunistas de salón, el conformismo católico, el conformismo sexual de los jóvenes, el conformismo literario y cinematográfico, el conformismo de los homosexuales, el conformismo consumista de la clase burguesa y el conformismo mimético de las clases populares. Y, sobre todo, el gran conformismo programático de la televisión, la verdadera bestia negra del ciudadano Pasolini, esa máquina constructora de visiones vulgares y destructora de cualquier singularidad ética o estética.
Pasolini se indigna contra la televisión y contra el modo implacable con que tritura todo lo que se le acerca así sea con la mejor intención pedagógica, intelectual o artística. Siendo un creador de otra época, no se puede negar que la invectiva dirigida en estas páginas contra el medio masivo cuyo fin último es transformar a los espectadores a imagen y semejanza de “la imagen más estúpida que tienen de sí mismos” se anticipa con lucidez a los degradantes síntomas de la era Berlusconi-Mediaset.
Especialmente interesantes son sus consideraciones sobre la educación y la supervivencia crítica de la cultura humanista. Sobre la primera, sus reproches a la mediocridad de los pedagogos y las demagógicas ideas que han destruido el sistema educativo se resumen en este juicio incontestable: “Sin embargo, la inteligencia no es inversamente proporcional al estudio, el que es inteligente estudia. Lo que se espera es que el profesor, una vez que se haya dado cuenta de esto, despierte en el alumno la conciencia de la inteligencia, de la que nacerá el deseo de estudiar”.
Para acabar con una reflexión política de rabiosa actualidad: “Solo la verdadera democracia puede destruir a la falsa democracia”.

3 comentarios:

Antonio J. Quesada dijo...

Brillantísimo, como siempre, Juan Francisco y... excelente objeto de trabajo. Pasolini nunca deja de sorprender, siempre es fresco, nuevo, incómodo... un abrazo fuerte

julian bluff dijo...

La obsesión de Pasolini por Mishima, resulta patente en esa fotografía que has pegado.

Pero él se quedó en el estilo, en la pose; más moral que el japonés (como buen italiano) apela a la tesis ideológica incluso para una cosa tan saludable, y poco sofisticada, como echar un polvo. Too much "Salo".

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Bueno, bueno, amigo Gracq, de nuevo por aquí para enredar con sus tesis provocativas. Muy bien, así me gusta.
Mishima y Pasolini, por muy distintas razones, me parecen escritores admirables. Comparto la lectura crítica del signo suicida a lo Mishima, pero al menos Pasolini, en su homofilia común, no se perdía por el vigor masoca y los temblores musculares bajo el uniforme militar sino por la inefable carnalidad del pueblo más vulgar (pura ornitología de manual, sí, los pajaritos y los pajarracos más a mano…). Y tampoco abrazó una causa abyecta y anacrónica como la de la enclenque emperatriz Mishima. Pasolini luchó apasionado por una idea con aciertos plenos y errores de bulto (llamándose Pedro y Pablo al mismo tiempo su apostolado poseía una bipolaridad fatal desde el origen) pero sin el ingreso en la locura política de Yukio, donde perdería por dos veces la cabeza. En fin, para follar Pasolini no necesitaba mucho más que Mishima, usted o yo mismo. Otra cosa es la pose hierática del intelectual ante la cosa morbosa u obscena, como queda en evidencia en Saló, precisamente…
Hasta pronto.