viernes, 31 de enero de 2014

DESLIZAMIENTOS PROGRESIVOS DEL PLACER

Las dos grandes novelas españolas del año pasado son, cada una en su género, En la orilla (Rafael Chirbes, Anagrama) y NWTY (Ramón Buenaventura, Alianza Editorial). Y, sin embargo, la mayoría de los elogios van solo a una de ellas (En la orilla) y apenas si se acuerdan de la otra. Hacía tiempo que, en el panorama literario español, no se proscribía con tanta inquina el humor, la libertad narrativa, la licencia verbal, la irreverencia y el juego literario. Si esto se debe a una petrificación del gusto de los literatos, o a una regresión estética generalizada, es un problema que ha dejado de preocuparme. Que los muertos entierren a sus muertos…

 
Se publican libros extranjeros que hacen pensar en las grandes mutaciones sociales y culturales del presente y todo el mundo abre la boca en señal de asombro o admiración. Y quizá nadie se fije en cómo un escritor español, que ya había probado el vigor inventivo de su inteligencia en libros anteriores, vuelve a la carga con todo su sofisticado instrumental para demostrar que los años transcurridos en silencio no fueron estériles y las novedades acaecidas en la tecnología y su repercusión sobre la vida y las relaciones humanas tampoco eran nimiedades.
Como todo se olvida, no es mala idea recordar que Ramón Buenaventura es autor de una de las grandes novelas españolas del siglo veinte (El año que viene en Tánger, 1998), con la que esta deslumbrante nueva novela comparte muchas cualidades y recursos. Buenaventura ha sabido enfocar motivos similares y planteamientos estéticos afines desde una libérrima novedad formal. Aquella fue una novela de los tiempos anteriores a la era digital y la universalización de internet, una novela impregnada de la precaria felicidad de los noventa, antes de que se derrumbaran tantos mitos políticos y culturales y, como reconoce Buenaventura con melancolía, los amos del mundo impusieran la ley del más fuerte en todos los ámbitos.
Desde la irónica provisionalidad del título (NWTY), esta novela en construcción aspira a ser leída como recreación hilarante y jubilosa de unas vidas en curso, como apertura formal a las aperturas vitales del tiempo de sus personajes. Como lúcido observador del mundo, Buenaventura ha tomado nota de lo acontecido en las últimas décadas para reinventar la metaficción cervantina a la luz de las tecnologías que han abolido la distancia entre lo público y lo privado. La trama arranca con una trampa tendida al autor, en un simulacro web que replica una Tánger idealizada, por un ruidoso grupo de avatares liderado por León Aulaga, protagonista absoluto de su obra maestra. Todos los conjurados pretenden remover al autor de su pasividad y obligarlo a perpetrar una obra definitiva que los incluya y concluya a su vez los hilos narrativos que en sus otras novelas quedaron interrumpidos.
Un jocoso avatar de Buenaventura irá aventurándose poco a poco, siguiendo los dictados amnésicos del enfermo Aulaga, en la reconstrucción de la jugosa historia de dos hermanos tangerinos, Rafael y Márgaret, y sus desvergonzadas vivencias entre Tánger y Madrid desde los años cincuenta hasta su abrupta clausura en mayo de 2013. Con esa premisa heterodoxa tan propia de Sterne y su innovador Tristram Shandy, Buenaventura transforma la insólita exigencia de sus personajes en excusa para jugar hasta el límite climático con las posibilidades de la ficción, ilustrando su ambiguo maridaje con las redes sociales y recreando, con exuberancia picaresca y libertinaje carnal, la memoria histórica de un tiempo perdido y la leyenda erótica de toda una generación.
A su manera juguetona, mientras relata la gestación episódica de su novela, Buenaventura nos cuenta cómo la España democrática se forjó en la clandestinidad de las camas y la promiscuidad de los cuerpos de algunas mujeres admirables, como Márgaret, heroína libertaria, y de quienes, como Rafael, aprendieron a orientar sus vidas y sus deseos en complicidad con ellas y con sus libidos liberadas de tabúes. Y así la lectura digresiva se vuelve tan deslizante y deliciosa como el sexo que lubrica su escritura. Como sabio provocador cunilingüista, Buenaventura ha escrito una novela festiva donde los placeres de la vida y la literatura se enredan en un bucle gozoso. Un gran regalo político en tiempos tan deprimentes.

martes, 21 de enero de 2014

BERTOLT BRECHT EN WALL STREET (SOBRE JOTA ERRE)

Viendo el otro día El lobo de Wall Street (una orgía capitalista de metraje excesivo: tres horas agotadoras de exhibicionismo enajenado y pura desmesura financiera puesta al desnudo en su pulsión desenfrenada de acumulación libidinal, inmersión salvaje en la plusvalía del deseo, la avidez insaciable y el delirio esquizofrénico del mercado, la inanidad existencial y la demencia del dinero, etc.) pensé todo el tiempo en Jota Erre de William Gaddis, que había terminado de releer a finales de año. Y en otras novelas memorables inspiradas quizá en ella: Cosmópolis, American Psycho, John´s Wife. El cine de Hollywood, como el público, está enamorado del éxito y, lo reconozca o no, admira a los triunfadores como Belfort. Con esta película problemática, el gran Scorsese se aproxima al máximo, desde su espectacular antítesis, a los postulados de la estética dialéctica de Brecht. El irónico plano final es de una crueldad insoportable (cuestionando directamente la hipocresía moral del espectador: ¿queda alguien en la maldita sala capaz aún de juzgar lo que ha visto?, ¿no es acaso la vida que todos querríais tener?, etc.). Ese es el límite que el cine americano nunca ha podido traspasar por razones obvias. La literatura, en cambio, está enamorada del fracaso. Los escritores lo están, en cuerpo y alma. Los lectores de literatura también. Después de todo lo que ha hecho para seducirla, la vida ha terminado poniéndose de parte del capitalismo. La literatura (con la excepción de algunos mediocres) no. El gran Gaddis es de todos los escritores quizá el que mejor ha mostrado (con toda su dificultad y oscuridad, negándose a practicar un realismo estereotipado) la razón de esa resistencia esencial. No solo en Jota Erre, oportunamente publicada en español con una magnífica traducción de Mariano Peyrou (Sexto Piso, 2013, págs. 1.133), también en Los reconocimientos, Gótico carpintero, Su pasatiempo favorito, Agape Agape. El lingüista Roman Jakobson dijo una vez que el niño, por su relación literal con el lenguaje, es el perfecto estructuralista. Con esta enorme novela, anticipándose muchas décadas a la era del niño-rey, Gaddis demuestra que el niño, por su relación literal con la economía, es el perfecto capitalista…

 

“Espero que a todos los lectores esta historia les sirva para estar prevenidos y para hacer alguna aportación a las alas del tiempo, problema, joder, es que casi todos los lectores preferirían estar en el cine. Prestar atención, pensar algo, sacar una conclusión, problema, joder, es que casi todos los libros están escritos para lectores completamente satisfechos con lo que son, preferirían estar en el cine, llegan con las manos vacías y se van igual, joder…Si les pides que hagan un mínimo esfuerzo, joder, quieren que se lo den todo hecho, se levantan y se van al cine.” 

-William Gaddis, Jota Erre, pp. 446-447- 

“Las leyes son las leyes, por qué vamos a querer hacer nada ilegal si hay leyes que nos dejan hacerlo de todas maneras…O sea, éstas son las leyes estas y usted tiene que encontrar exactamente la letra, y, eso es lo que hacemos, ¡exactamente la letra!”. 

-William Gaddis, Jota Erre, p. 726-

 
¿Qué es el dinero? Papel impreso cuyo valor efectivo depende de un juego complejo de instituciones económicas y financieras. ¿Qué es la literatura? Papel impreso cuyo valor simbólico depende de instituciones culturales y cuyo valor real depende cada vez más de instancias económicas como el mercado. El dinero es el fundamento primordial del modo de producción más importante de la historia, el capitalismo. La literatura es el arte menos apreciado por el capitalismo y el más cualificado, por tanto, para desnudar sus mitos, ficciones e imposturas. Las relaciones críticas entre capitalismo y literatura se remontan hasta el siglo diecinueve, con algunas novelas de Zola (Al servicio de las damas, Dinero, etc.) como exponentes significativos. Esta inmensa novela de William Gaddis representa la culminación creativa del polémico diálogo entre la gratuidad del arte y la ideología del capital.
Como El Quijote, Fausto, Ulises o El arco iris de gravedad, por citar obras totalizadoras de similar nivel artístico, Jota Erre es muchas cosas a la vez, no todas reconocibles a simple vista: deconstrucción cómica del modelo naturalista de representación de la realidad, sátira hilarante de la mentalidad empresarial, ópera wagneriana sobre la cacofonía babélica de la vida urbana capitalista, aguda analítica marxiana (Karl & Groucho asociados) de los mecanismos y flujos financieros, delirante fábula filosófica sobre el poder del dinero, devastador estudio del impacto del “valor de cambio” en la vida afectiva, carnavalesco tratado de sociolingüística, parábola cáustica sobre la entropía cultural y educativa, epopeya mundana sobre la guerra anímica entre hombres de negocios y artistas, etc.
Todo comienza con una inocente visita escolar a Wall Street, organizada por una profesora de un instituto de Long Island (la señora Joubert), con el fin de proporcionar una lección práctica a sus alumnos sobre el significado nacional del capitalismo. Esta anécdota desternillante, con los colegiales visitando boquiabiertos el templo financiero para comprar entre todos una insignificante acción, tendrá un efecto pernicioso en el cerebro de uno de ellos, JR Vansant, un solitario niño de once años que, desde entonces, interpretará al pie de la letra los enunciados de las leyes, la publicidad y los negocios, constituyendo una confusa red de empresas decrépitas, operaciones inútiles y valores ruinosos que será percibida, sin embargo, por otros agentes del mercado como una corporación competitiva y una amenaza real para sus intereses.
Al final, el emporio especulativo de JR queda reducido a mero papel, la frágil materia de que está hecho también el libro que cuenta esta excéntrica aventura cervantina en los territorios burocráticos del dólar. Así la literatura se burla con extrema inteligencia de lo más sagrado (el dinero), recordándole su condición plenamente artificial, su valor volátil, puramente simbólico, y recupera el poder de expresar la verdad inaceptable de un mundo ruidoso y falso, construido sobre las mentiras propagadas por la omnipotencia y la corrupción del dinero.
En esta ficción suprema, Gaddis compone una virtuosa polifonía de voces disonantes que imparte, con ironía corrosiva, una lección sobre “en qué consiste América”, cuál es, en realidad, el destino manifiesto de la primera nación en la historia que funciona como una multinacional y la primera multinacional que funciona bajo la máscara de una nación, con todas las consecuencias políticas, militares, tecnológicas y religiosas.
En la era de la globalización digital y la más grave crisis sistémica de la historia, la actualidad de Jota Erre es total. Si cuatro décadas después de su publicación no podemos imaginar una alternativa al capitalismo no es, desde luego, culpa del gran Gaddis ni de los más brillantes seguidores de su estela intempestiva. Quizá antes de pensar en cambiar el mundo deberíamos aprender a conocer mejor sus dispositivos leyendo y releyendo novelas tan inteligentes como esta.

viernes, 17 de enero de 2014

GRAFITIS EN LAS MAQUINARIAS SECRETAS DE LA HISTORIA


 
En el último número de la revista Letra Internacional se publica mi ensayo Grafitis en las maquinarias secretas de la historia sobre la “Trilogía de Bigend” de William Gibson. Publico aquí un extenso extracto sobre la tercera novela del ciclo (Historia Cero, Ediciones Plata, trad.: Rafael Marín, 2012, págs. 474). 

“Era un artefacto producido en masa por una cultura que imitaba vagamente lo que en su tiempo fue la cultura de otra”.
 
-W. Gibson, País de espías- 

“Y mientras pintaba grafitis en las maquinarias secretas de la historia.” 

-W. Gibson, Historia Cero- 

A pesar de las pistas narrativas, es difícil saber si con Historia cero, la tercera entrega de la serie, William Gibson da o no por cerrado el ciclo novelesco iniciado con Mundo espejo (2003) y expandido tiempo después en una segunda entrega con País de espías (2007). De ser así, estaríamos ante una fascinante trilogía donde un autor que había destacado en los ochenta y noventa por su alucinante inteligencia para fabular los futuros posibles de la sociedad tecnológica habría dado una vuelta de tuerca a su propio instrumental literario para proyectarlo sobre un presente cada vez más instalado en lo virtual. En el fondo Gibson ha entendido con lucidez los límites de la ciencia ficción como género en un mundo como el del capitalismo tardío donde la ciencia y la ficción se reparten o comparten, según los momentos, el dominio fehaciente del mercado. La ciencia en tanto poder de ir más allá de lo imaginable a la hora de comprender los complejos procesos de la materia y la energía, o como invención de nuevos materiales y una nueva naturaleza artificial, o como explotación de todo ello con miras a la puesta a disposición del público masivo, en un entorno cotidiano, de una tecnología rentable y lucrativa. Y la ficción, entendida en su sentido más expansivo, en tanto poder mental inducido por la ubicuidad imaginaria de los medios, la cultura de masas y la publicidad.
En esta trilogía de título alternativo (“Trilogía de Bigend” para unos o “Trilogía de la Hormiga Azul” para otros), el mundo contemporáneo es enfocado a través de la figura en la sombra de un magnate omnímodo y ubicuo del marketing global (Hubertus Bigend) y su agencia de publicidad y diagnóstico de modas y tendencias (Hormiga Azul). En las tres novelas su papel dominante se rubrica encargando enigmáticas investigaciones a las mujeres protagonistas de cada una de ellas. Si en Mundo espejo, el peso de las pesquisas recaía sobre Cayce Pollard, una hipersensible cazadora de tendencias (cool hunter) en busca del origen de un intrigante metraje difundido por internet, tanto en País de espías como en Historia cero es Hollis Henry, ex cantante de un grupo de culto y experta en arte locativo, la guía narrativa que se desliza por las alambicadas superficies del mundo de la creatividad tecnológica y el diseño textil.
Desde el título original (“Historial Cero”), Gibson avisa sobre el designio de su brillante artefacto. Como concepto, la historia ya no existe, se ha interrumpido o ha quedado olvidada, como un desecho más, en el contenedor del pasado. Hemos ingresado en una visión neutra del tiempo presente, una cronología sin antecedentes ni historial reconocible, marcada solo por las pautas innovadoras de la tecnología y los acontecimientos instantáneos de la moda y el diseño. Como ocurre en la novela con la conciencia cristalina de Milgrim, que percibe el mundo, una vez liberado de su dependencia de ciertas drogas de diseño, en toda su novedad y pureza. Por esto mismo, la desconcertante trama de la novela gira en torno a la fabricación y circulación clandestina de modelos de ropa alternativos, tan ajenos a las corrientes de la masificada industria convencional como adecuados a los gustos de los consumidores más exigentes. De hecho, el codiciado objeto de deseo perseguido en la ficción por diversas agencias, grupos y organizaciones, legales o ilegales, es un revolucionario modelo de pantalones vaqueros, cuyo diseño y textura original promete, de una parte, el éxito comercial entre una clientela selecta pero numerosa y, de otra, un suculento contrato con el ejército norteamericano para fabricar uniformes usándolo como patrón formal.
La ironía se manifiesta, en especial, cuando las enredadas investigaciones de Hollis revelan al lector, destinatario final de sus descubrimientos, la verdad oculta tras esa voluntad transnacional de apropiación, piratearía o explotación de las virtudes lucrativas y estéticas de tan insólita mercancía. Una verdad compleja que, como siempre en Gibson, se describe con una imaginería deslumbrante y acaba explicando así, mucho mejor que un abstracto tratado de sociología, las claves reales de las maquinaciones financieras del mercado y las derivas inconscientes del consumo. En primer lugar, la influencia fetichista de la ropa militar, como fantasía juvenil de poder, en el diseño y confección del vestuario masculino; en segundo lugar, la relevancia de la producción marginal en la renovación de tendencias y la oferta constante de novedades, con productos de mayor calidad o atractivo. Y, quizá la más asombrosa, ya apuntada en novelas anteriores, la imperiosa necesidad del secreto, la invisibilidad, la diferencia y la exclusividad para ciertas elites económicas en un mundo cotidiano que simula adoptar la transparencia y la uniformidad como atributos democráticos.

sábado, 11 de enero de 2014

DURANTE LAS OBRAS, EL CINE PERMANECE ABIERTO

Un año más, el blog se transforma en foro de discusión cinéfila entre mis gustos disidentes y los de un puñado de amigos (reconocidos film-buffs o meros conocedores de la cosa fílmica) con opiniones a menudo divergentes: Noel Ceballos, Mercè Ibarz, Vicente Molina Foix, François Monti, Pablo Muñoz, Miguel Ángel Oeste, José Ramón Ortiz, Manuel Vilas (en orden alfabético). 

“Querría, por el momento, concentrarme sobre esta doble capacidad del cine de registrar en su seno las tipologías de imágenes y las formas de la mirada que circulan en el interior de la cultura que lo rodea, y de someter al espectador a un modo de entrenamiento que lo confronta con las formas de visualización más inéditas y extremas que la tecnología continúa elaborando”. 

-Antonio Somaini-
 
Mis 12 películas favoritas de 2013, una suerte de calendario cinematográfico ideal, serían, por orden cronológico de visión: 

Django desencadenado (Quentin Tarantino)
Spring Breakers (Harmony Korine)
Passion (Brian de Palma)
Lords of Salem (Rob Zombie)
Heli (Amat Escalante)
La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche)
Solo Dios perdona (Nicholas Winding Refn)
Les salauds (Claire Denis)
El consejero (Ridley Scott)
El desconocido del lago (Alain Guiraudie)
La gran belleza (Paolo Sorrentino)
Nymphomaniac (Lars Von Trier) 

Suplentes meritorias (por orden alfabético esta vez): American Mary, Bienvenidos al fin del mundo, The Canyons, The Congress, El Gran Gatsby, Gravity, Mud, La noche de enfrente, Pietá, Stoker, Turistas, Upstream Color, Zero Dark Thirty 

Gran descubrimiento tardío: Detention (Castigo sangriento, 2011; extrema inventiva visual, sentido paródico de la existencia, agudo meta-comentario cultural) de Joseph Kahn, autor, no por casualidad, de algunos de los mejores videoclips de la década. Imagino el gesto de fastidio de algunos puritanos del cine ante la provocación de esta frase: las artes de la publicidad y el videoclip elevan el nivel visual del cine a extremos inimaginables, como es el caso, y lo ponen en contacto con la gran matriz tecnológica de todas las imágenes, de alta tanto como de baja definición, ese inmenso agujero negro de la visión del que, paradójicamente, escapan a veces destellos de luz cegadora.
 
Gran decepción del año: Camille Claudel, 1915 (aunque el aprecio de algunos amigos por ella me obligue a revisarla en breve para confirmar o no la primera impresión, de tedio e irrelevancia, todo lo contrario del impacto visceral de Hors Satan, la película anterior de Bruno Dumont, hace dos años en un cine parisino del que salí noqueado). 

Indiferencia absoluta: La trilogía Paradise, de Ulrich Seidl (sus supuestas transgresiones no ofenden a nadie, son perfectamente banales u obvias)… 

Mejor teleserie del año: Masters of Sex. [Otras favoritas de años anteriores, como Breaking Bad, cerrada en falso, como ya expliqué, Mad Men, Boardwalk Empire, decrecen en interés a medida que suman temporadas, dilapidan energía creativa y terminan agotándose, es el mal televisivo por excelencia, secuela de explotar hasta la extenuación una sola gran idea, o multitud de pequeñas.]
 
Grandes revisiones del año: algunas obras maestras de Robert Aldrich (El gran cuchillo, El beso mortal, Ulzana´s Raid, Hustle) y Stanley Kubrick (El resplandor, en su versión americana, más extensa, y EyesWide Shut, la película que he visto más veces este año (completa, no menos de cinco) y aún sigue fascinándome e intrigándome como la primera vez. El misterio Kubrick se expande con el tiempo (la película de Zombie es un homenaje agónico a Kubrick y a Lynch, pero sobre todo a Kubrick). Kubrick se encuentra para mí hoy en el top five de directores de la historia y no solo por razones estrictamente cinematográficas. Quizá sea el cineasta que ha visto más lejos en el tiempo, hacia adelante y hacia atrás, y con más agudeza y ha sabido superar las limitaciones intrínsecas del medio sin preocuparse por las (dudosas) reglas y convenciones del oficio ni la (superflua) opinión de los críticos… 

En suma, gran año de cine europeo (sobre todo francés). No encuentro nada ni remotamente parecido en el cine español. 

Es escandaloso e insultante para la inteligencia el desprecio de la cinefilia oficial a una película memorable como La gran belleza. No encaja en sus estrechos esquemas, prefieren nimiedades sin vuelo visual ni verbal (Tabú, Before Midnight, En otro país, entre otras) antes que reconocer la ambición narrativa, belleza plástica e inteligencia literaria de la película de Sorrentino (quien, por otra parte, ya había avisado de su enorme talento en Il Divo). Será que lo que los cinéfilos de sacristía y comunión diaria llaman cine es para mí un artificioso subconjunto de obras (en su mayoría producto del pobre reciclado del gran modernismo cinematográfico de los sesenta), no siempre atractivo ni relevante, segregado por capricho de la totalidad del cine que se produce. No encuentro un solo cineasta europeo actual, con la excepción del gran danés, capaz de conjugar tal altura estética y ese poder de pegada desde una pantalla. Viéndose renovado, Fellini aplaudiría con entusiasmo… 

El desprecio (incomprensible) a lo último de Winding Refn tiene otros fundamentos, más freudianos quizá, pero esa es otra historia… 

Grandes expectativas para 2014: Nymphomaniac vol. 2 (Trier), El lobo de Wall Street (Scorsese), American Hustle (Russell), Francofonia (Sokurov), Inherent Vice (P. T. Anderson), Welcome to New York (Ferrara)…

 
1. Inside Llewyn Davis (Joel e Ethan Coen).
 
2. The Act of Killing (Joshua Oppenheimer y Christine Cynn).

3. The Wolf of Wall Street (Martin Scorsese).

4. Only Lovers Left Alive (Jim Jarmusch).

5. The World’s End (Edgar Wright).

6. Only God Forgives (Nicolas Winding Refn).

7. Gente en sitios (Juan Cavestany).

8. La tumba de Bruce Lee (Julián Génisson, Lorena Iglesias y Aaron Rux).

9. Spring Breakers (Harmony Korine).

10. Frances Ha (Noah Bauchman). 

(Sólo he incluido películas de 2013, dejando fuera las de otros años que se han estrenado aquí con retraso. Por eso no están The Master, Once Upon a Time in Anatolia, Tabu, Ernest & Celestine, Après mai y algunas más. En cuanto a Nymphomaniac, he decidido esperar a ver la segunda mitad para poder valorar la obra completa).
 
NOEL CEBALLOS

¿Cómo no preferir el delirio a lo archiconocido? Las películas que enumero a continuación tienen un ingrediente de delirio (un delirio muy bien medido, eso sí), de inconformismo con lo establecido, de esquema desmembrado. Encabeza la lista la maravilla titulada The Act of Killing. Se trata de un documental ambientado en el genocidio de comunistas acontecido en Indonesia en los 60; pero, en lugar de conformarse con información aséptica sobre el horror, lo reproduce en una doble representación que saca a traslucir la verdad. Marx estaría orgulloso de una película que no se atiene a describir la realidad, sino que consigue transformarla. También ha transformado la realidad, a otra escala, Searching for Sugar Man. Este estrambótico documental dirigido por un sueco sobre un cantante estadounidense con ascendientes hispanos y de éxito desmedido en Sudáfrica ha obrado un milagro: resucitarlo, traerlo de nuevo al público salvando todos los obstáculos, rumores de suicidio incluidos. Y, documentales aparte, no podemos pasar por alto La gran belleza (Sorrentino, entre la dolce vita y el dolce far niente, nos cuenta un secreto: la nada está hecha de imágenes); la cinta de Assayas, en su particular guerra contra el cliché (mayo del 68, en este caso); La vida de Adèle o los poros y fluidos de su protagonista (algo así como la antítesis de la pedantesca cartulina de Nymphomaniac); Django desencadenado, nueva reescritura de la Historia por parte de Tarantino, cuyo mayor problema es la existencia de su anterior (y superior) película; Bienvenidos al fin del mundo, un cóctel molotov que beckettianamente reivindica el fracaso; Wrong, que se atreve a construir otra lógica paralela; Antes del anochecer, que borra con un dedo la purpurina del romanticismo que su misma saga había contribuido a construir; y, por último, la trilogía Paraíso, que, si bien artísticamente no la creo a la altura del propio Seidl, creo que luce un atrevimiento digno de premio. 

  1. The Act of Killing (J. Oppenheimer, C. Cynn)
  2. La gran belleza (P. Sorrentino)
  3. Searching for Sugar Man (M. Bendjelloul)
  4. Después de mayo (O. Assayas)
  5. Django desencadenado (Q. Tarantino)
  6. La vida de Adèle (A. Kechiche)
  7. Bienvenidos al fin del mundo (E. Wright)
  8. Wrong (Q. Dupieux)
  9. Antes del anochecer (R. Linklater)
  10. Paraíso: Amor + Fe + Esperanza (U. Seidl)
DAVID LEO GARCÍA 

Zero Dark Thirty, Kathryn Bigelow
 
La vie d'Adèle, Abdellatif Kechiche

La plaga, Neus Ballús

Blue Jasmine, Woody Allen

La grande bellezza, Paolo Sorrentino

Django Unchained, Quentin Tarantino

Mapa, Elías León Siminiani

Mamma Roma, Pier Paolo Pasolini (1962), revisión en sala

MERCÈ IBARZ
 
Las cinco grandes películas del año son, para mí, ‘Camille Claudel 1915’ de Bruno Dumont, ‘La vida de Adèle’ de A. Kechiche, ‘Tú y yo’ de Bertolucci, ‘Érase una vez en Anatolia’ de Bilge Ceylan, y ‘Heli’ de Amat Escalante, por orden de preferencia.
 
He tenido grandes decepciones (como ‘The Master’) y grandes gozos, como el de la recuperación inesperada, después de cuatro o cinco patochadas, de Woody Allen, retratista ácido y brillante, sobre todo de los personajes masculinos, en ‘Blue Jasmine’. Creo que por fecha de estreno, aun siendo del 2013, no entraría en esta lista la maravillosa ‘A propósito de Llewyn Davis’, la vuelta de los hermanos Coen al relato de vanguardia sin sufrimiento.
 
Del cine español me ha gustado, pese a sus voces narradoras, ‘El muerto y ser feliz’ de Rebollo, el arrojo de Almodóvar, la sonata pastoral de David Trueba, el planteamiento de ‘Mapa’ de Siminiani, la segunda mitad, después de un arranque desconcertante, de ’15 años y un día’, algunos actores, sobre todo los más jóvenes, de ‘La gran familia española’. No me ha sido posible ver ‘Caníbal’, ‘Stockholm’ ni ‘Los ilusos’, y lo siento.
 
Mi lista se completa, en un buen año de espectador, con ‘Tabú’ de Gomes, y, pese a sus ‘longueurs’, ‘Django desencadenado’ de Tarantino y ‘Antes del anochecer’ de Linklater. 

VICENTE MOLINA FOIX 

Al contrario que otros años, para 2013 no soy capaz de elegir la mejor película del año. Ni siquiera las mejores. No veo ninguna Melancholia, ningún Faust, ningún Holy Motors. También es verdad que me perdí un par de películas que, quién sabe, hubieran podido convencerme al cien por cien (el último trabajo de Raúl Ruiz, Dumont, Reygadas, Assayas, Sono, Malick, Upstream Color, Computer Chess…). Este año ha estado lleno de decepciones (del tostón Iron Man 3 a la última de James Gray, pasando por Only God Forgives o The Grandmaster) y de pelis fallidas. Pero no hay que subestimar la belleza del intento fallido. Tomemos, por ejemplo, Gravity: ¿cómo pueden algunos críticos dar tanto peso a problemas de diálogo, de guión o de filosofía y tan poco a su reivindicación del cine como magia, como lugar de la mirada maravillada, como emoción visual? ¿En qué momento decidimos que esto sólo podíamos valorarlo en las obras de Melies o Gance? Por otra parte, quizás también padezca yo de este problema: a pesar de momentos, escenas, imágenes o emociones fuertes, no incluyo en mi lista La vie d’Adèle. Me dejo cegar por el academismo narrativo literal y simplón de Kechiche (¿de verdad tenía que sacar a Marivaux en la primera secuencia? ¿De verdad necesitábamos a Choderlos de Laclos?), por sus diálogos muy poco inspirados (¿quién puede aguantar las discusiones sobre arte? ¿Y estas metáforas ‘almejas’?) y por su visión maniqueísta de las diferencias de clase social (spaghetti vs. ostras, ¡por dios!).
 
La lista que sigue está compuesta de muchos buenos momentos y algunos grandes. No tiene otro orden que el de su escritura: 

Zero Dark Thirty, Kathryn Bigelow

The Master, PT Anderson

Django Unchained, Quentin Tarantino

Passion, Brian De Palma

Spring Breakers, Harmony Korine

Star Trek Into Darkness, JJ Abrams

Mud, Jeff Nichols

A field in England, Ben Wheatley

Byzantium, Neil Jordan

La fille du 14 juillet, Antonin Peretjatko

Lincoln, Steven Spielberg

A ultima vez que vi Macau, Joao Pedro Rodrigues y Joao Rui Guerra da Mata

Berberian Sound Studio, Peter Strickland

Gravity, Alfonso Cuarón

Les salauds, Claire Denis

Frances Ha, Noah Baumbach

La Grande Bellezza, Paolo Sorrentino

L’inconnu du lac, Alain Guiraudie 

FRANÇOIS MONTI
 
2013 ha sido un año excelente para el cine español, en mi opinión. No me refiero a la salud del cine comercial, sino a la del otro, el de ciertas nuevas voces y/o modos de producción ajenos. Hay tres películas, al menos para mí.

La primera es Ilusión de Daniel Castro. Es una comedia sobre un entrañable perdedor madrileño que quiere vender su idea (un musical sobre los Pactos de Moncloa en la Transición) al tiempo que dirige cartas (virtuales) a varios remitentes, entre ellos Michael Haneke. El talento de Castro como director, guionista y actor es tremendo; las risas incomparables.

El segundo es La herida, debut en la dirección de Fernando Franco. Estudio minucioso de una mente fracturada, ejercicio de estilo impecable, supone una bocanada de aire fresco a una tradición (hispana) que muchas veces no ha parecido contar con equivalencias o consecuencias de, por poner un referente lejano que Franco codifica sin repetirlo, los Dardenne.

El tercero es, claro está, Gente en sitios de Juan Cavestany. Ácida, bastarda, hecha de fragmentos perfectamente iluminadores pero sin ningún hilo narrativo...No me he decidido todavía ¿cómo hacerlo? sobre si esta película es una especulación o es una calculada mirada sobre nuestra contemporaneidad. Pero Gente en sitios duele y hace reír y sorprende, como esos ladrones que sienten la súbita necesidad de lavar los platos. Buñuelesca, carnavalesca y deliberadamente feísta (lo que, si se piensa en términos abstracos, nunca dejó de ser una decisión muy propia del maestro LB): Cavestany completa una trilogía (Dispongo de barcos y El Señor fueron sus primeros pasos) con su mejor entrega.

En España se estrenó con retraso - sucederá lo mismo, me temo, el próximo año con el último Scorsese que no he visto todavía - The Master de PT Anderson y aquí la incluyo. Lo que más me ha gustado de The Master es que sea una película no manierista y madura; Anderson hace una película comparable a la de sus maestros en el sentido más positivo, pero no en el de lanzar pistas (temáticas, estilísticas) para ello. Es, claro está, la misma historia circular de paternidad de todas sus películas.

También estrenada con retraso, Siete psicópatas mantiene intacta mi admiración por el dramaturgo y ahora cineasta Martin McDonagh y sus obsesivas visitas al infierno, en este caso uno un poco más metarreflexivo que el de otras de sus películas.

Frances Ha de Noah Baumbach es una película ligerísima, casi inofensiva, y perfecta. Before Midnight es una película que parece asumir, al fin, la capacidad dramática del amor, como This is 40 / si fuera fácil de Judd Apatow, y también que Richard Linklater (y Delpy y Hawke) parecen inmunes al paso del tiempo, al contrario que sus personajes y cada vez escriben y cuentan mejor lo que les pasa a sus héroes. El Consejero de Ridley Scott es su mejor película en años: una rareza escrita con el inglés casi atávico y bíblico de Cormac McCarthy con un gran reparto recitando cada línea con absoluta seriedad - ¡sin autoconciencia! - y un Scott ofreciendo momentos eróticos, bárbaros, desoladores.

Hannah Arendt de Margaret Von Trotta es una didáctica mirada a una mujer sin empalagos de ninguna clase (incluidos los intelectuales ¡a veces los más sencillos!) y The Act of Killing me parece una película lo suficientemente rotunda como para dejarla la última, seguramente porque debería ser la primera (aunque no sé si se puede escribir sobre esta película).

Del cine americano, por supuesto, Gravity. Espectáculo sensible - y odisea espiritual laica - planeado para enmudecer salas, Cuarón lleva al límite su sentido de la mise en scéne explorado en Children of Men y consigue una película de una belleza genuina y un tema nuestro: la chatarra que se estropea y nos deja (infelizmente) analógicos ante nuestro marasmo tecnológico que ni siquiera comprendemos (del todo). Todo esto desde el lirismo y no desde una óptica kafkiana ¡y Sandra Bullock es una heroína feminista con heridas y sin necesidades de tipo alguno! 

PABLO MUÑOZ (ALVY SINGER)
 
Te paso los primeros títulos que se me vienen a la cabeza, pero de ese modo serán las películas que de verdad me han conmovido por un motivo u otro. Creo que todos están estrenados en el segundo semestre de 2013 y te escribo sobre la marcha porque estoy fuera hasta el próximo año. He tratado de poner un poco de todo. Por supuesto, también una española, aunque he dudado entre la de David Trueba y la de Fernando Franco, al final me inclino por la de Trueba que a pesar de la melancolía me parece más luminosa que ‘La herida’. Una latinoamericana como María y el hombre araña de María Victoria Menis, que no se ha estrenado aún, por eso me detengo más en ella. Es la última película de la excelente directora de El cielito, se trata de una sólida, bien contada historia de amores adolescentes entre una niña muy retraída, buena estudiante y que sufre acoso del compañero sentimental de su abuela (todo muy sugerido, jamás mostrado: unas sombras amenazantes explican aquí más que todo un discurso), y un joven que hace malabares en el subte bonaerense vestido como Spiderman. La película es sumamente sutil, llena de silencios muy representativos, de miradas que lo explican todo. El resto son conocidas, tanto la delicia de Yamada como las enérgicas y potentes La vida de Adèle, Mud y el documental The Act Of Killing. Todas desde mi punto de vista admirables por un motivo u otro. Espero no haberme pasado. Tampoco es una lista definitiva ni nada por el estilo porque si me preguntas dentro de unos días te diría otras películas seguro, o al menos unas estarían y otras las hubiese cambiado.

-La vida de Adèle.

-The Act Of Killing.

-María y el hombre araña.

-Mud.

-Una familia de Tokio.

-Vivir es fácil con los ojos cerrados. 

MIGUEL ÁNGEL OESTE

Hacer un balance del cine de 2013 es cosa fácil: hubo mucho muy bueno, sobre todo en Hollywood y anexas americanas. Dentro de lo que cabe, fue un año de sorpresas también. Algunas agradables, como ver a Woody Allen (Blue Jasmine) y a Spike Lee (Old Boy) recuperados; el primero llevaba si no una década, sí un lustro dando más bien pena y el segundo, que nunca me ha parecido un gran cineasta, consiguió uno de los mejores remakes del año, una versión que es tanto una copia como un tributo y que, creo, es mucho más legible que la original de Chan-wook Park. Al contrario, Zack Snyder (Man of Steel) y Guillermo del Toro (Pacific Rim), dos de mis directores favoritos del siglo XXI, me decepcionaron grandemente con películas que pudieron ser buenos ejercicios de complejidad narrativa con estructura de blockbuster (algo tipo Nolan o Scott, por ejemplo) y que no supieron resolver inteligentemente. Tanto los robots como el superhéroe no fueron otra cosa que caricaturas para adultos ñoños, pretextos de tres horas para presumir animación CGI. Creo que, en todo caso, la peli de Superman es un indicador del agotamiento de la poética del superhéroe en el cine: en 2013 ninguna de las películas de ese género fue medianamente buena. La peor, sin duda, fue Iron Man 3 (Shane Black)... pero ni siquiera la segunda parte de Kick Ass logró lo que la primera. Otra segunda parte que me pareció un tanto intrascendente fue Machete Kills (Robert Rodriguez). Fuera de esas decepciones para fanáticos, el año en salas me pareció bastante positivo... inclusive disfruté demasiado The Lone Ranger (Gore Verbinski), creo que es una cinta muy incomprendida.

En fin, aquí está la lista de mis pelis favoritas vistas en 2013: 

16. Evil Dead (Fede Alvarez)

15. The Battery (Jeremy Gardner)

14. The Spectacular Now (James Ponsoldt)

13. The Great Gatsby (Baz Luhrman)

12. Frances Ha (Noah Baumbach)

11. Wrong (Mr. Ozio)

10. The Bling Ring (Sofia Coppola)

09. Gravity (Alfonso Cuarón)

08. The Conjuring (James Wan)

07. Her (Spike Jonze)

06. Stoker (Chan-wook Park)

05. Dallas Buyers Club (Jean Marc Vallée)

04. Heli (Amat Escalante)

03. 12 Years a Slave (Steve McQueen)

02. Like Someone in Love (Abbas Kiarostami)

01. Springbreakers (Harmony Korine) 

JOSÉ RAMÓN ORTIZ

La gran belleza

Ninfomaniac

La vida de Adèle

Searching for Sugar Man

The Master 

De todas formas, “La gran Belleza” es de orden superior a todo lo que he visto. 

Hostias, se me olvidaba una excelente, argentina: “El último Elvis”. 

MANUEL VILAS
 
 

martes, 7 de enero de 2014

FRENCH KARNAVAL

Desde hoy en todas las librerías de Francia y demás países francófonos.
 
 

From the reconstruction of the alleged crime to an exorcism, from DK's wanderings through the night life of New York to the use of Viagra and related drugs, from the strange messages he keeps hearing on the bus or in the subway to the later life of Virginie, Ferré piles it on, layer after layer. It is a superb book, covering every angle of the Strauss-Kahn affair and much more. You cannot imagine such a book being written by an English speaker. Indeed, as I have said before and will say again it is just further proof that the most interesting novels being written this century are being written in Spanish and not English though, sadly, with only a few translated into English. It is hoped that this book makes into English but I am not too optimistic.