To break the vicious cycle of left-liberal blackmail…and to profit from old Marx´s insight into how intelligent conservatives often see more (and are more aware of the antagonisms of the existing order) than liberal progressives.
-Slavoj Žižek-
Ernst Jünger (1895-1998) es un escritor inclasificable. Pertenecía a esa raza privilegiada de mortales que tiene la oportunidad de asistir a su centenario. Al revés de otros artistas longevos, Jünger ostentaba una especie de eterna juventud. Y es que tanto su vida como su obra participaban de ese estado paradójico en que el vigor del joven y la sabiduría del anciano se comunican desde el principio con una fecundidad insólita.
Asombran las múltiples facetas de su actividad a lo largo de tantos años. Obsesionado con la aventura colonial, se alistó aún adolescente en la Legión extranjera, como narra en la cervantina Juegos africanos (1936), donde la lucidez sobre la experiencia del siglo le conduce a diagnosticar una verdad que permanece vigente: “Hoy día no hay más que explotación, y para aquél que posee inclinaciones especiales se han inventado formas especiales de explotación. La explotación es el estilo peculiar, el gran tema de nuestro siglo”. Fue héroe condecorado en la Primera Guerra Mundial y relató en Tempestades de acero (1920) sus experiencias extremas durante la contienda, ofreciendo un testimonio terrible del germen del fascismo (la “estetización de la violencia” denunciada por Walter Benjamin). Movilizado de nuevo en la Segunda Guerra Mundial, ocupó París con las tropas nazis, como cuenta en sus impresionantes diarios (Radiaciones). Además de esto fue entomólogo entusiasta y “cazador sutil”, trotamundos infatigable, explorador anímico de los efectos de la embriaguez (Aproximación: Drogas y embriaguez), y, por si fuera poco, autor de una obra literaria inmensa.
No por casualidad, Jünger fue uno de los grandes creadores de alegorías políticas del siglo veinte, como prueban Sobre los acantilados de mármol (1939), un alegato contra la barbarie arrojado a la cara de los jerarcas nazis en su apogeo; Heliópolis (1949), donde el porvenir se plantea en términos de redefinición de lo humano y lo divino a partir de la más avanzada tecnología, como ahondaría después la fábula distópica de Abejas de cristal (1957; en esta extraña novela de posguerra, como en una parábola de Dick, los simulacros sirven para cuestionar los límites morales de lo humano); o Eumeswil (1977), una revisión metafísica e intempestiva dela Historia, con un artilugio (el "luminar") que permite al anarca vislumbrar sus escenas cenitales desde una perspectiva privilegiada y, además, dialogar sobre lo acontecido con los grandes protagonistas de la misma.
Ernst Jünger (1895-1998) es un escritor inclasificable. Pertenecía a esa raza privilegiada de mortales que tiene la oportunidad de asistir a su centenario. Al revés de otros artistas longevos, Jünger ostentaba una especie de eterna juventud. Y es que tanto su vida como su obra participaban de ese estado paradójico en que el vigor del joven y la sabiduría del anciano se comunican desde el principio con una fecundidad insólita.
Sin tener en cuenta sus polémicos ensayos (El trabajador, La emboscadura, El libro del reloj de arena, entre los más destacados), donde elaboró una visión de la técnica y la sociedad de masas influenciada por Heidegger, lo esencial de Jünger está en sus ficciones y en sus textos autobiográficos. Y es que la experiencia de escritura de Jünger le permite manejarse en uno y otro registro con soltura y rigor, ya sea para dar cuenta precisa de los fantasmas de su imaginación, dopados o no con LSD (nadie debería perderse, en este sentido, su alucinante y catártica novela Visita a Godenholm), como de episodios de su intensa vida. El método de Jünger se funda en una actitud clásica que sabe equilibrar, con respecto al mundo, la distancia platónica suficiente y la implicación aristotélica necesaria para conferirle una doble perspectiva: proyección ideal sobre la realidad y captación idealizada de lo real.
En lo ideológico, Jünger ocuparía una posición paradójica: el conservador inteligente. Alguien tan fascinado con la herencia del pasado que, sin perder la lucidez crítica, consagra su espíritu a rendirle culto y expandir su significación y valor, en especial si los tiempos no son propicios. No un reaccionario integrista sino un anarca sagaz que se niega a claudicar ante el poder temporal que trata de domesticarlo. Por eso Jünger, discípulo anómalo de Nietzsche, resulta aún más inquietante: un conservador en tiempos de grandes cataclismos y mutaciones históricas, el testigo de excepción que, con un ojo entregado a la admiración idealista del pasado, no puede sino entregar el otro, arriesgándose incluso a perderlo en la deflagración, al escrutinio intempestivo del presente y el futuro (“Se vive todo y se vive también su contrario”, como proclama en Juegos africanos). No por casualidad, Jünger fue uno de los grandes creadores de alegorías políticas del siglo veinte, como prueban Sobre los acantilados de mármol (1939), un alegato contra la barbarie arrojado a la cara de los jerarcas nazis en su apogeo; Heliópolis (1949), donde el porvenir se plantea en términos de redefinición de lo humano y lo divino a partir de la más avanzada tecnología, como ahondaría después la fábula distópica de Abejas de cristal (1957; en esta extraña novela de posguerra, como en una parábola de Dick, los simulacros sirven para cuestionar los límites morales de lo humano); o Eumeswil (1977), una revisión metafísica e intempestiva de
¿Qué representa, entonces, en todo este contexto, Venganza tardía (Tusquets, 2009)? Una fábula escolar en la que aparece, con toda su odiosa dotación de profesores amargados, disciplina estéril y saberes rancios, la vieja escuela decimonónica contra la que Jünger, el rebelde emboscado, se encarniza por considerarla hostil a la vida, la libertad y el espíritu. De ese modo, esta breve narración póstuma sobre los sinsabores de la infancia y el aprendizaje se alinearía con sus obras más íntimas, donde Jünger aborda el núcleo conflictivo de su carácter: el “corazón aventurero”, así tituló uno de sus libros más hermosos, que conduce, por sus excesos, a una decepción vital inevitable. Pero Jünger, a partir de este desengaño romántico, es capaz de extraer del ámbito degradado de la escuela una lección básica: el amor al conocimiento, al saber, la compensación del arte y la cultura, como fundamentos para desarrollar una vida en plenitud.
Ya sólo por esto, este instructivo apólogo debería ser de lectura obligatoria en nuestras (post)modernas escuelas, donde suelen cultivarse, por defecto, la desidia y la ignorancia.
11 comentarios:
Decía Jünger que la diferencia entre un anarquista y un ácrata, es que el primero necesita una sociedad que le circunde para desarrollar su prurito destructivo, mientras que el segundo vive en soledad. Tomé buena nota. Le leo a usted, y me parece que también tomó buena nota. Un abrazo
Estupendo comentario, Jünger es una de las lecturas más gratas que recuerdo: esa mezcla sorprendente de coraje, tenacidad, lenguaje entre telúrico y científico que lo mismo apela a fuerzas elementales que establece paralelismos con insectos o plantas exóticas, curiosidad insaciable y vibrante fusión del "corazón aventurero" y el reflexivo erudito.
Sólo por ser picajoso te reprocho no haber nombrado el "tratado del rebelde": "La emboscadura", donde defiende el núcleo irreductible de cada individuo, de donde se pueden sacar fuerzas para combatir la adversidad- o al tirano.
Un fuerte abrazo.
Algo leí de él. Tal vez aquéllos que mencionas como poco beneficiosos. La emboscadura, esa trilogía sobre la explotación.
Leí con fruición sus dos volúmenes de “Radiaciones”, cuando se publicaron hace ya quizás, casi una década. No es fácil encontrar y aflorar lo más humano entre tanta crueldad. Esa “caza sutil” de insectos y flores entre cañones, cadáveres y barro.
Luego seguí con Las Abejas de Cristal. Me sumo a tus recomendaciones y al acierto de esta entrada. Estaré atento a las otras obras que mencionas y desconozco.
Gracias y saludos, Francisco.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Me alegra comprobar que Junger suscita tantas pasiones. Sí, Álvaro, cito La emboscadura, tan provocativo, y no creo para nada que los textos ensayísticos o de pensamiento sean prescindibles o nocivos, sólo quiero enfatizar ahora su escritura más literaria, la del narrador y autobiógrafo. El trabajador es un texto esencial para comprender muchas cosas del siglo XX y quizá todavía del XXI, y el emboscado una figura que tal vez nos aguarde en el futuro, como una posibilidad ante la deriva del mundo...
Abrazos de anarca para todos.
No debería ser una sorpresa que te interese este testigo de los siglos, casi un Marco Aurelio...hedonista. Me quedo con la tijera, la emboscadura anarca y sobre todo, sus radiaciones, pero sería imposible prescindir de libros como el que comentas. ¿Se te ocurre alguna figura parecida, en otro tiempo, otra lengua? Te sigo leyendo. Un saludo y hasta otra.
Jünger es un polímata difícil de superar. En otro tiempo y otra lengua tendría que pensar, pero coetáneo y germano, el gran Arno Schmidt...
Hombre, amigo Ferré, eso de "sin tener encuenta sus polémicos ensayos" es el talón de Aquiles de tu nota. "La emboscadura" es, exactamente, el segundo mejor libro de Jünger, después de Radiaciones (I y II). Y en "El trabajador" está ínsito, con setenta años de antelación, ese cyborg que los nocillas propugnáis. Un saludo.
(Lo anterior lo he puesto, básicamente, por escribir la palabra "ínsito", que me gusta mucho.)
Amigo Montano, me alegra tenerle por aquí de nuevo, pero pretender sentar cátedra sobre Jünger ignorando la importancia de su obra narrativa me parece una estrategia abocada al fracaso. La emboscadura no pasa de ser, siendo un estupendo tratado de insurgencia moral, una apostilla a Eumeswil, la obra maestra de Jünger. Lea de una vez esa parte fundamental del corpus jungeriano (al que se resiste por su desinformado rechazo a la ficción) antes de pronunciarse tan categóricamente (y relea de paso mi comentario más arriba para entender la intención de la nota).
"Ínsito ciborg" sería, desde luego, un buen título para un poemario autobiográfico digno de usted...
Casi mejor sería "Ínsito polímata". Aunque no para mí.
Publicar un comentario